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Yolanda Díaz decepciona a todos
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José Antonio Zarzalejos

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Yolanda Díaz decepciona a todos

No ha estado al lado de UP con la reforma de la ley del solo sí es sí, ni ha apoyado al PSOE. La CEOE le ha tomado la medida, y en el acuerdo de las pensiones ha intervenido de refilón

Foto: La vicepresidenta segunda del Gobierno, Yolanda Díaz. (EFE/J.J. Guillén)
La vicepresidenta segunda del Gobierno, Yolanda Díaz. (EFE/J.J. Guillén)
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El pasado martes, Yolanda Díaz se cayó del pedestal. Ni logró mediar entre Unidas Podemos para evitar su rechazo a la toma en consideración de la proposición de ley de reforma de la ley del solo sí es sí, ni se alineó claramente con su grupo, pero, al final, votó en contra del PSOE. Se quedó en tierra de nadie. Y así, ocurrió que su comportamiento político resultó ambiguo para unos y para otros. Desde Podemos, se le recrimina su lengua de madera (“me encanta el acuerdo”, “diálogo, diálogo, diálogo”), y desde el PSOE, se le reprocha que, en un asunto tan importante, siendo vicepresidenta del Gobierno, votase contra la iniciativa apadrinada por los socialistas y por Sánchez en particular que, displicente él, ni acudió al pleno ni emitió su voto.

Díaz patinó el martes pasado, mientras su programa de escucha no consigue de momento alumbrar ni una plataforma ni un partido. Podemos sospecha que Díaz está erigiendo un partido, aunque constata que la ministra de Trabajo está recogiendo agua en una cesta. Pablo Iglesias está en contacto con su delfina para configurar la única opción posible: que su plataforma Sumar sea unas siglas más en una coalición electoral que reúna a toda la izquierda radical y compita con el PSOE. Y si la gallega se revuelve, Podemos irá por las malas y planteará primarias para confeccionar las planchas.

Foto: La vicepresidenta segunda del Gobierno y ministra de Trabajo y Economía Social, Yolanda Díaz. (EFE/Jorge Zapata)

Mientras tanto, Podemos ha hecho crecer el liderazgo de Irene Montero durante la durísima crisis, todavía en curso, creada por la pésima ley del solo sí es sí, pero sus dirigentes son conscientes de que Díaz es, por el momento, más un activo que un lastre. Así que los morados admiten una diarquía, es decir, una autoridad dividida y ejercida simultáneamente entre dos personas. De este modo, Iglesias, por una parte, salva el compromiso de que Díaz encabece la lista de una agrupación de izquierda radical, y, por otra, mantiene el liderazgo orgánico de Podemos en Belarra e Irene Montero.

Juan Carlos Monederoel teórico y estratega de Podemos, además del propio Iglesias— ya ha advertido de dos principios a los que la organización se está ateniendo: 1) el partido que rompa la coalición pierde opciones electorales y 2) se impone la correlación de fuerzas y, por lo tanto, acudir a las urnas con listas conjuntas, porque lo contrario sería un “ahorcamiento” electoral (sic), tal y como declaró a El Confidencial el pasado día 5. Y a esos criterios se está ajustando Podemos a la vez que presiona —ora suavemente, ora con energía— a una Yolanda Díaz que deberá clarearse definitivamente en las próximas semanas. Iglesias pretende que esa coalición electoral sea más poderosa y numerosa que la actual de Unidas Podemos para que su relación con los socialistas resulte más equilibrada y, si fuera posible, con opciones futuras de sobrepasar al PSOE. “En otros países ha ocurrido”, proclaman en Podemos, que fija su atención en la Francia Insumisa de Jean-Luc Mélenchon.

Foto: Pablo Iglesias y Yolanda Díaz, en el traspaso de carteras. (EFE/Mariscal)
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Por otra parte, en Podemos están persuadidos de que sus ministras acaparan más espacio mediático y discursivo que cualquiera de las ministras socialistas, con la única salvedad de María Jesús Montero, más por su condición de vicesecretaria general del PSOE que por ser titular de Hacienda, sin que preocupen especialmente las nuevas energías políticas de Nadia Calviño, a la que se sigue considerando una burócrata sin carné del PSOE, pero cuyas aspiraciones son muy difusas. Garzón y Subirats no puntúan. Parece del todo cierto, pues, que Yolanda Díaz ha dejado el lugar reverencial que ocupaba, decepcionando a socialistas y morados.

Tampoco le ha favorecido a la vicepresidenta el destape de los fijos discontinuos contabilizados como desempleados (443.000), su práctica ruptura con la CEOE, con la que no ha conseguido acuerdo alguno en los últimos meses, de manera tal que la organización patronal ha desarrollado anticuerpos frente a sus glucémicas expresiones, y, en fin, que, según fuentes socialistas, en el acuerdo entre los socios gubernamentales para reformar las pensiones su intervención haya sido de “refilón” (sic). Añádase a ello que el empleo público se ha disparado: tenemos más de dos millones y medio de trabajadores en las distintas administraciones, más de 120.000 puestos laborales creados y provistos en esta legislatura.

Foto: Yolanda Díaz e Irene Montero en el Congreso. (EFE/Kiko Huesca)

El cabo suelto de esta operación de la izquierda radical es Íñigo Errejón y su Más País/Más Madrid. El que fuera cofundador de Podemos —duramente atacado por Pablo Echenique en su libro (Memorias de un piloto de combate)— no es proclive a juntarse con su antiguo partido y busca como alternativa una agrupación de siglas de organizaciones regionales: Compromís, Chunta Aragonesista y Proyecto Drago, entre otras. No será fácil que Errejón dé su brazo a torcer y se avenga al liderazgo de la diarquía Díaz-Montero, siempre vigilada por Pablo Iglesias. La confirmación de esa disidencia de Errejón es cosa de poco tiempo porque, tras el gravísimo accidente de la reforma de la ley del solo sí es sí y de la ruptura abierta entre las feministas clásicas y las trans (en la que Yolanda Díaz no ha jugado tampoco un papel mínimamente relevante), la izquierda más radical —en sintonía con Bildu y ERC— ha entrado en una nueva fase de enrabietada voluntad de ser y de estar. Una fase que comienza de manera inminente.

El pasado martes, Yolanda Díaz se cayó del pedestal. Ni logró mediar entre Unidas Podemos para evitar su rechazo a la toma en consideración de la proposición de ley de reforma de la ley del solo sí es sí, ni se alineó claramente con su grupo, pero, al final, votó en contra del PSOE. Se quedó en tierra de nadie. Y así, ocurrió que su comportamiento político resultó ambiguo para unos y para otros. Desde Podemos, se le recrimina su lengua de madera (“me encanta el acuerdo”, “diálogo, diálogo, diálogo”), y desde el PSOE, se le reprocha que, en un asunto tan importante, siendo vicepresidenta del Gobierno, votase contra la iniciativa apadrinada por los socialistas y por Sánchez en particular que, displicente él, ni acudió al pleno ni emitió su voto.

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