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La Guardia Civil, Grande-Marlaska y un Otegi "alegre"
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José Antonio Zarzalejos

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La Guardia Civil, Grande-Marlaska y un Otegi "alegre"

Grande-Marlaska se acerca al final de su gestión con el peor balance al frente de la Guardia Civil y Sánchez perdió ayer la ocasión de relevarlo, quizá porque absorbe todos los impactos, incluso la "alegría" de Otegi

Foto: La directora general de la Guardia Civil, María Gámez, el día de su dimisión. (EFE/Javier Lizón)
La directora general de la Guardia Civil, María Gámez, el día de su dimisión. (EFE/Javier Lizón)
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Es una frivolidad sostener, como ha hecho Fernando Grande-Marlaska, que la cesada, o dimitida, que para el caso es lo mismo, directora general de la Guardia Civil, María Gámez, ha sido la mejor en ese cargo. Teniendo en cuenta que el instituto armado ha estado dirigido por 82 personas desde su creación en 1844 y cuyo primer responsable fue su fundador, Francisco Javier Girón y Ezpeleta, segundo duque de Ahumada, la hipérbole del ministro es circense.

El historial de Gámez no merece ese ditirambo. Bajo su mandato —que nunca gustó a la ministra de Defensa, Margarita Robles, que tiene vela competencial en este entierro— se han sucedido episodios innecesariamente convulsos. Que haya renunciado al cargo por la imputación a su marido de hechos presuntamente delictivos causa perplejidad, y más aún que la comunicación de su dimisión contase con la coreografía de tres altos mandos escoltando la despedida de la interesada ¿Qué sentido tenía esa presencia militar en la explicación de una dimisión motivada por una imputación a su marido y, probablemente también, por el caso Cuarteles, vinculado al Mediador?

Foto: La directora general de la Guardia Civil, María Gámez. (EFE)

María Gámez cesó al coronel Diego Pérez de los Cobos por pérdida de confianza (mayo de 2020) porque no le quiso informar de unas investigaciones que realizaba la Guardia Civil como policía judicial, lo que provocó también la dimisión inmediata del director adjunto operativo, número dos de Gámez, el general Laurentino Ceña (también en mayo de 2020). El coronel cesado tiene un gran cartel entre sus compañeros y cumplió un papel dificilísimo en el golpe que se produjo en Cataluña en 2017.

Al llegar a Interior, el magistrado y ahora ministro, avalado por el PP para una vocalía en el Consejo General del Poder Judicial, cesó, también por pérdida de confianza, al coronel Manuel Sánchez-Corbí, al frente de la UCO, un mando icónico en la Guardia Civil por su arrojo y valentía en la lucha contra ETA. El viernes pasado, ¡qué contraste!, Arnaldo Otegi, coordinador de Bildu, no escondió su “alegría” por el acercamiento a cárceles del País Vasco de todos los presos etarras, muchos de los cuales podrían aclarar la autoría de más de 350 atentados sin resolver. El ministro le podía haber pedido al exetarra Otegi, al menos, un poco de discreción. Ni eso. Mientras, la Fiscalía se emplea en recurrir los terceros grados que el Gobierno vasco concede a porrillo a los delincuentes etarras bajo su jurisdicción penitenciaria.

María Gámez cesó al coronel Diego Pérez de los Cobos por pérdida de confianza porque no le quiso informar de unas investigaciones

La gestión del ministro del Interior es penosa y, por serlo, él ya sabe que está amortizado y busca una salida que no sea la de regresar a la carrera judicial. Grande-Marlaska acumula errores. El primero, empeñarse en el nombramiento de María Gámez, a la que la dirección general de la Guardia Civil le venía grande porque pasar de subdelegada del Gobierno en Málaga —y antes concejala de su ayuntamiento— a mandar sobre un instituto armado con más de 80.000 efectivos es un salto temerario. La ministra de Defensa manifestó su disgusto no asistiendo a la toma de posesión de la primera mujer que ha dirigido el instituto armado.

Siendo grave todo lo anterior, el ministro tampoco ha respondido políticamente de otros atropellos: la devolución en caliente de menores a Marruecos, el consentimiento tácito a las bienvenidas populares de los etarras excarcelados o la ajenidad con la que ha tratado la tragedia en la valla de Melilla en junio del pasado año. Sus explicaciones al respecto en el Parlamento Europeo han sido perfectamente inútiles y escapistas, y criticadas por todos los grupos, menos por los socialistas españoles, los ultras de Le Pen y los de Orbán.

Foto: El ministro del Interior, Fernando Grande-Marlaska, tras la rueda de prensa en la que despidió a la directora de la Guardia Civil. (EFE/Kiko Huesca)

Ahora el ministro —y Margarita Robles también, porque la propuesta de nombramiento es conjunta y corresponde al Consejo de Ministros, que hoy lo acordará— designa en sustitución de María Gámez a la actual delegada del Gobierno en Madrid, Mercedes González, que es y va a seguir siendo —no cree que haya incompatibilidad en ello, al menos de momento— la secretaria general de la agrupación socialista en la capital de España y cuya trayectoria profesional no está mejor equipada que la de María Gámez. Es notorio que González tiene malas relaciones con Juan Lobato y Reyes Maroto y que en su nuevo cargo no tendrá roces con los candidatos socialistas en Madrid el 28-M.

Hoy, el Gobierno consumará otra ocupación institucional, antiestética y descarada, nada menos que en la cúpula de un instituto armado justo en un momento en que se ha detectado una trama corrupta protagonizada por al menos dos generales retirados vinculados con el caso Mediador, no lejano al del Tito Berni. En estas circunstancias, situar a una directora general que compatibiliza responsabilidades orgánicas en el PSOE proyecta el propósito gubernamental de ir malamente a por todas, desentendiéndose de los buenos criterios exigibles en la provisión de puestos de libre designación en una institución como es la dirección de la Guardia Civil, la más importante fuerza de seguridad del Estado con funciones de policía judicial.

La gestión del ministro del Interior es penosa y, por serlo, él ya sabe que está amortizado y busca una salida que no sea la carrera judicial

Grande-Marlaska es un fijo, haga lo que haga (o deshaga lo que deshaga), porque al presidente del Gobierno (“Un fusible para Sánchez”, de 18 de julio de 2021) le cubre un flanco en el que necesita a un político sin experiencia política, débil en sus convicciones y más bien torpe en sus decisiones. Por esas razones, se trata de un titular de Interior aparentemente ignífugo, pero, en realidad, chamuscado, que ayer tuvo la última ocasión de ser cesado y asumir otras responsabilidades. Sánchez lo quiere en donde está. Es obediente —recita los argumentarios de la Moncloa con mucha convicción, mayor que la de otros de sus colegas—, absorbe todos los impactos de la crítica sin reconocer fallo alguno y tiene un carajal en la Guardia Civil que, después de la gestión delictiva del fallecido Luis Roldán (1986-1993) hasta ahora, había quedado al margen de las truculencias corruptas. Para más detalles, no dejen de leer la crónica del pasado viernes de Alejandro Requeijo en este periódico titulada “Los diez negritos de Marlaska: Gámez engrosa una lista de ceses en Interior”.

Es una frivolidad sostener, como ha hecho Fernando Grande-Marlaska, que la cesada, o dimitida, que para el caso es lo mismo, directora general de la Guardia Civil, María Gámez, ha sido la mejor en ese cargo. Teniendo en cuenta que el instituto armado ha estado dirigido por 82 personas desde su creación en 1844 y cuyo primer responsable fue su fundador, Francisco Javier Girón y Ezpeleta, segundo duque de Ahumada, la hipérbole del ministro es circense.

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