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El caso es que Franco murió en la cama y Primo de Rivera fusilado
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José Antonio Zarzalejos

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El caso es que Franco murió en la cama y Primo de Rivera fusilado

Utilizar el pasado contubernio con el franquismo ("el régimen") como arma arrojadiza en el 'ring' del espacio público español es de una escasez intelectual alarmante pero persistente

Foto: Imagen del Valle de los Caídos. (Reuters/J. J. Guillén)
Imagen del Valle de los Caídos. (Reuters/J. J. Guillén)
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Hace casi medio siglo Francisco Franco falleció en una cama del Hospital de La Paz en Madrid. Fue el 20 de noviembre de 1975. No se suicidó (como Hitler en 1945), no fue ajusticiado y expuesto colgado boca abajo su cadáver (como Mussolini en 1945), ni siquiera su régimen cayó como el de Oliveira Salazar en Portugal que, aunque falleció en su cama (1970), terminó con su sucesor, Marcelo Caetano, en 1974 gracias a la Revolución de los Claveles.

Esta circunstancia, la larga y, por épocas, incontestable dictadura de Francisco Franco, hizo que todas las realidades emergentes en España, fueran de la naturaleza que fueran, tuviesen vecindad y relación con el llamado "régimen". No hubo sector que no se contaminase con las estructuras de poder durante el franquismo. Y, en particular, las clases burguesas y, todavía más singularmente, la catalana y la vasca. De modo que utilizar la reductio ad Francum en la pelea entre el Barça y el Real Madrid resulta abstruso e ininteligible para las generaciones centrales de los ciudadanos españoles.

No hubo sector que no se contaminase con las estructuras de poder durante el franquismo. Y, en particular, las clases burguesas

Primo de Rivera y Queipo de Llano

Cierto es que de esos estamentos sociales algunos mantuvieron algún pudor con el Caudillo, pero otros entraron en una clara promiscuidad con el inquilino de El Pardo homenajeándolo con toda clase de títulos y honores. El Barça no se privó de hacerlo, ni el Real Madrid, ni, añado, el Athletic de Bilbao, entre otros muchos clubes, asociaciones, entidades culturales y un largo etcétera. Así que utilizar el pasado contubernio con el franquismo como arma arrojadiza en el ring del espacio público español es, en la actualidad, de una escasez intelectual alarmante. Pero el recurso funciona porque se aviva el rencor intencionadamente.

El lunes, sin ir más lejos, se exhuma el cadáver de José Antonio Primo de Rivera de la Basílica de Cuelgamuros para trasladarlo al Cementerio de San Isidro. La exhumación y nuevo entierro se producen, como el de Franco en octubre de 2019, a semanas de las elecciones. El fundador de La Falange fue fusilado a los 33 años el 20 de noviembre de 1936, tras un juicio sumarísimo. Su hermano, Miguel, fue condenado a cadena perpetua. Entre ambas exhumaciones medió en noviembre del pasado año la del general Queipo de Llano, cuyos restos reposaban en la iglesia de la Macarena de Sevilla.

Foto: Vista de la fachada principal de la basílica del Valle de los Caídos. (EFE/Fernando Villar)

La reductio ad Francum

La reductio ad Francum —derivación de la reductio ad Hitlerum argumentada por Leo Strauss en 1951, filósofo judío que denunció que la reducción argumental de apelar al genocida era una trampa dialéctica— se ha convertido en España en un anacronismo que sirve de posmoderno ariete en el ámbito de la política, pero ahora también en el del deporte/negocio que es el futbol español. Esta mierda argumentativa es, no obstante, eficaz en la destrucción de la convivencia y en la deslegitimación del oponente.

Lo que sucede a este respecto es peligroso y, sobre todo, muy cutre. Uno de los más controvertidos y lúcidos artículos de Antonio Muñoz Molina fue el titulado En Fracoland (Babelia, El País de 14 de octubre de 2017). Relataba el escritor que "una parte grande de la opinión cultivada, en Europa y América, y más aún de las elites universitarias y periodísticas, prefiere mantener una visión sombría de España, un apego perezoso a los peores estereotipos, en especial el de la herencia de la dictadura, o el de la propensión taurina a la Guerra Civil y al derramamiento de sangre". Y añadía: "La otra noche en Heidelberg […], la víspera del ya célebre 1 de octubre […] tuve que repetir mi explicación con una vehemencia que me hizo sobreponerme al desánimo. Una profesora alemana me dijo que, según le acababa de comentar alguien de Cataluña, España era todavía Francoland. Le pregunté, tan educadamente como pude, qué sentiría ella si alguien decía en su presencia que Alemania era todavía Hitlerland".

Foto: Traslado de José Antonio al Valle de los Caídos.

De la Alemania que resurgió de la derrota de la II Guerra Mundial, muchos de nuestros ignorantes integrantes de la clase política dirigente —y a lo que se ve, de la deportiva— deberían informarse de cómo el canciller Konrad Adenauer, cuya gestión transcurrió entre 1949 y 1963, manejó la desnazificación del país, una higienización de la sociedad alemana que sin un hombre de su sensatez habría implosionado. Ian Kershaw en su libro Personalidad y poder (editorial Crítica, 2022) trata de este esencial problema de la República Federal al hilo de la trayectoria del socialcristiano (páginas 263 a 289) y, de seguido, dedica otro ensayo a Francisco Franco (páginas 293 a 321), estableciendo entre la historia de Alemania y la de España una convergencia asimétrica sobre la huella dictatorial.

"La duradera acomodación social en el franquismo"

Durante el franquismo, como ha ocurrido en otras dictaduras, la épica opositora solo la pueden argüir sectores muy determinados, pero en ningún caso los hijos y los nietos de la Transición bendecidos por las libertades de una democracia que es plena, pero que ha luchado contra el terrorismo durante más de 50 años, un intento de golpe de Estado en 1981, una sedición en Cataluña en 2017 y ahora registra como un vendaval político un ominoso flashback sobre ese pasado que solo busca réditos electorales y afanes destituyentes del pacto constitucional de 1978 que ha permitido a la izquierda el gobierno actual y los anteriores de Zapatero y de González.

Juan Pablo Fusi Aizpurúa, catedrático y académico de la Real de la Historia, escribió una interpretación biográfica de Francisco Franco en 1985 (Franco, autoritarismo y poder personal) que es una referencia obligada. Según el autor donostiarra, "la literatura de denuncia del franquismo —que puede ser, contra lo que parece, una forma de comodidad intelectual— elude a su vez plantearse problemas no menos inquietantes, como la voluntaria y duradera acomodación de muy amplios sectores de la sociedad española en el franquismo, la estabilidad casi inatacable de este durante varias décadas, la debilidad de la oposición, la formidable transformación de España y de su Estado desde 1939 a 1975".

Foto: El ministro de la Presidencia, Félix Bolaños. (EFE/Borja Sánchez Trillo)

Sánchez, Laporta y Pérez

Pero una experiencia, a veces, vale más que mil páginas de ensayo sobre la reductio ad Francum. La que les cuento es personal: en las caminatas desde Somontes hasta el embalse de El Pardo, se puede pasar por el Cementerio de Mingorrubio, en el que reposan los restos mortales de Francisco Franco. Pues bien: ni señal de que allí yace el personaje, ni rastro de partidarios velándole, ni corona de flores que le recuerde. Olvido. Silencio. Sucederá lo mismo con la sepultura de Primo de Rivera en San Isidro.

Mientras Sánchez cree que pasará a la historia por la exhumación del Caudillo (y se supone que también por la de Primo de Rivera y por la de Queipo de Llano), Joan Laporta aspira a que con la apelación a su régimen se librará de prácticas sospechosas en el Barça y Florentino Pérez supondrá que ha ofrecido la mejor respuesta con el zasca del franquismo barcelonista para contestar al colega catalán. La verdad es que los tres están confundidos porque la sociedad española no parece estar por la labor de enfangarse en una disputa de esa factura que le queda lejos temporal y emocionalmente. La justicia debida a las víctimas anónimas del peor episodio de nuestra historia poco tiene que ver, en realidad, con este trasiego de sepulturas que trata, entre otras cosas, de revivir un pasado yacente.

Hace casi medio siglo Francisco Franco falleció en una cama del Hospital de La Paz en Madrid. Fue el 20 de noviembre de 1975. No se suicidó (como Hitler en 1945), no fue ajusticiado y expuesto colgado boca abajo su cadáver (como Mussolini en 1945), ni siquiera su régimen cayó como el de Oliveira Salazar en Portugal que, aunque falleció en su cama (1970), terminó con su sucesor, Marcelo Caetano, en 1974 gracias a la Revolución de los Claveles.

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