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Las generaciones frustradas (el fin del juancarlismo)
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José Antonio Zarzalejos

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Las generaciones frustradas (el fin del juancarlismo)

Sea leal don Juan Carlos, y los que le aconsejan, a su propia obra. Porque la mayoría de los ciudadanos quisiera que visite frecuentemente el país (de otra manera) y que sus tiempos finales los viva en tierra española

Foto: El rey emérito Juan Carlos I durante su reciente visita a Sanxenxo (Pontevedra). (EFE/Lavandeira Jr)
El rey emérito Juan Carlos I durante su reciente visita a Sanxenxo (Pontevedra). (EFE/Lavandeira Jr)
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"Tuve ocasión de saludarle en el exilio de Abu Dabi. Quería, simplemente, darle un abrazo. Vivir en el exilio nunca fue fácil para nadie y al verle de nuevo en aquella lejana tierra percibí en el fondo de su mirada un destello de tristeza, el mismo que creí percibir aquel día, en enero de 1949, en que lo saludé por primera vez". Con este párrafo cierra el primer capítulo (Los primeros años) su magnífico libro de memorias José Luis Leal (Hacia la libertad. Memorias. Editorial Turner). La obra del que fuera ministro de Economía entre el 6 de abril de 1978 y el 8 de septiembre de 1980, es un formidable ejemplo de la gran entidad personal y profesional de los grandes actores de la transición, todos ellos vinculados generacionalmente con el arranque del reinado de Juan Carlos I.

José Luis Leal (Granada, 1939) ha redactado unas memorias valiosísimas, quizás porque en ellas se revela un patrón generacional, la de aquellos que, desde un antifranquismo comprometido, resultaron unos discretos patriotas que regresaron a España y se pusieron al servicio de la recuperación de la democracia y la instauración de la monarquía parlamentaria. Ocurre, sin embargo, que Leal es un caso peculiar. Porque el exministro estudió con el rey Juan Carlos desde 1949 en las Jarillas, en el Palacio de Montellano, en Miramar… integrándose primero en las Juventudes Monárquicas y luego, en un salto debido al contacto contra la pobreza y la desigualdad vividas ambas en el Cerro Villano y el Pozo del Tío Raimundo, pasó a militar en el Frente de Liberación Popular. Se exilió en 1960 y no regresó hasta 1977, viajó por varios países europeos, adquirió una amplia formación académica, especialmente en Francia y, al mismo tiempo, siguió rindiendo lealtad a Juan Carlos I hasta el punto de recorrerse media Europa para asistir a su boda en Atenas el 14 de mayo de 1962.

José Luis Leal, casi como una obligación moral, reivindica a Juan Carlos I "confiando que la historia ponga las cosas en su sitio"

Las memorias de José Luis Leal, que inicialmente me propuse leer en diagonal, me atraparon hasta el punto de enfrascarme con ellas y concluir las 600 páginas del relato. Los recuerdos de Leal son discretos pero muy expresivos, no ajustan cuentas, pero exhiben una vida presidida por un compromiso permanente. Él, y otros como él (muchos de los que cita en el libro) hicieron la transición y, más adelante, se involucraron en el impulso de la sociedad civil española. La descripción de cómo se amarraron los Pactos de la Moncloa, la precariedad —incluso material— del primer Gobierno de Suárez —el director General de Política Económica con Enrique Fuentes Quintana— y del segundo Gabinete —el secretario de Estado de Economía siendo vicepresidente Fernando Abril, por el que expresa una agradecida y justa admiración— y, por fin, su gestión como ministro de Economía, constituye todo ello una lección de historia reciente sencillamente imprescindible para comprender a qué grado de frustración —Leal no la manifiesta, pero se percibe— ha llegado las generaciones de ciudadanos nacidos antes de 1960 al contrastar su espíritu político constructivo y esforzado con la política divisiva y polarizada de estos tiempos y con la expatriación de don Juan Carlos.

Un hombre de ideas abiertas y con antecedentes antifranquistas, con más de quince años de exilio, es un exponente referencial del juancarlismo que quizás haya concluido con la segunda y fría visita del padre del Rey a España. José Luis Leal, casi como una obligación moral, reivindica a Juan Carlos I ("La obsesiva insistencia en los errores que pudo cometer el rey Juan Carlos I en la última fase de su vida pública ha oscurecido su inmensa aportación a la democracia en España") y, "confiando que la historia ponga las cosas en su sitio", hace un listado de sus méritos, siendo el último de ellos la aceptación de su "exilio" (sic) para proteger a la Corona.

Esta lealtad de personalidades de la generación de don Juan Carlos, que por ley natural va desapareciendo, es la que hace decepcionante que el padre del Rey no haya decidido sintonizar plenamente con los criterios de Felipe VI y no haya valorado tampoco de qué manera su Casa y el propio Rey han tratado de amortizar su situación ante la ciudadanía mediante su alejamiento —duro pero necesario— y la sugerencia de un modelo de comportamiento en sus visitas a España que exigen discreción y máxima compostura y que no deberían reducirse a regatear en Galicia, ni al lanzamiento de estériles especulaciones (su almuerzo privado con Carlos III, que quedó en conversación y al final, ni en lo uno ni en lo otro según aseguró la Casa del Rey).

No hay en España ya 'juancarlismo' pero sí una consolidación de la monarquía en Felipe VI

Hoy por hoy, Felipe VI goza de un reconocimiento popular extraordinario en el que su progenitor debe ampararse para que, como desean los padres de la transición que trabajaron codo con codo tantos años con él, no se sientan defraudados. Ha terminado el juancarlismo pero ha comenzado otra fase que es la de la monarquía parlamentaria plena en la persona de un Rey que ha tomado el relevo en la adversidad, pero con decisión, y ya con una heredera en fase de preparación para garantizar la continuidad dinástica prevista en la Constitución. La gelidez que el propio Juan Carlos I habrá podido percibir en su segunda visita —y desde luego, también y, sobre todo, su entorno de amigos y familiares— responde a que la actitud de Felipe VI es entendida y asumida con generalidad.

De ahí que lo más razonable, lo más gratificante para el rey emérito y sus hijos, lo más consolador para la generación de José Luis Leal, y otras posteriores, fuera que don Juan Carlos se convenciese de que el Rey y su Casa no son sus adversarios, sino los nobles gestores de un tramo final de su vida —ojalá largo— que pretende rescatar el relato estadista de su trayectoria, ahora desdibujada.

No hay en España ya juancarlismo, pero sí una consolidación de la monarquía en Felipe VI que fue posible por la mejor versión de su padre y por la trayectoria de personalidades tan significativas como la de José Luis Leal, un demócrata de los pies a la cabeza que hace honor a su apellido: un hombre fiel a sus principios. Séalo don Juan Carlos a su propia obra y séanlo los que le aconsejan. Porque la mayoría de los ciudadanos quisieran que visite frecuentemente el país (de otra manera) y que sus tiempos finales los viva en tierra española.

"Tuve ocasión de saludarle en el exilio de Abu Dabi. Quería, simplemente, darle un abrazo. Vivir en el exilio nunca fue fácil para nadie y al verle de nuevo en aquella lejana tierra percibí en el fondo de su mirada un destello de tristeza, el mismo que creí percibir aquel día, en enero de 1949, en que lo saludé por primera vez". Con este párrafo cierra el primer capítulo (Los primeros años) su magnífico libro de memorias José Luis Leal (Hacia la libertad. Memorias. Editorial Turner). La obra del que fuera ministro de Economía entre el 6 de abril de 1978 y el 8 de septiembre de 1980, es un formidable ejemplo de la gran entidad personal y profesional de los grandes actores de la transición, todos ellos vinculados generacionalmente con el arranque del reinado de Juan Carlos I.

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