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Sánchez y la España de ficción (el CIS, el INE, el TC)
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José Antonio Zarzalejos

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Sánchez y la España de ficción (el CIS, el INE, el TC)

En la política gubernamental, no hay ni verdad ni mentira, sino ficción con palancas manejadas por Tezanos (CIS), Conde-Pumpido (TC) o Manzanera (INE). Hernández de Cos, gobernador del Banco de España, es la excepción a la regla

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (EFE/Mariscal)
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (EFE/Mariscal)
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“Sánchez nos ha metido en un imaginario político donde la realidad no existe, de no encontrarse subordinada a sus intereses”, ha escrito el historiador y analista Antonio Elorza (El Correo de 8 de mayo pasado). La reflexión anterior, por síntesis y certeza, resulta del todo feliz. Estamos en la “era del simulacro”, tal y como titula Letras Libres su número de este mes de mayo, en el que firma un ensayo perspicaz Jorge San Miguel, sosteniendo que “la operación de enmascaramiento de la realidad se ha convertido en realidad misma”. Y justifica el aserto en el hecho de que, “al no haber más fin que el poder y la perpetuación de un estado de cosas dado, el vínculo con cualquier objeto original previo ha podido estirarse hasta el infinito”.

Ambos textos —el de Elorza y el de San Miguel— reflejan la realidad de un progresismo encabezado por Pedro Sánchez que ha creado una especie de mundo mágico en el que cabe una cosa y su contraria. Mantener una relación de subordinación a la dictadura marroquí, al mismo tiempo que se protesta de amistad y afinidad con Lula, Petro o Boric, o se visita la Casa Blanca (mañana) para garantizar a Joe Biden que se abren las puertas de la base naval de Rota a más buques de guerra y más efectivos militares estadounidenses. O impugnar las propuestas de la oposición sobre la vivienda y apropiárselas para crear una burbuja polémica que muestra la ineficiencia gubernamental en esta materia tras cinco años de gestión y que trata de hacer olvidar otras negativas para el Gobierno (la ley de solo sí es sí, por ejemplo). Se descalifica a Vox, pero no hay empacho alguno en pactar con Bildu, que presenta candidatos etarras, varios con condenas por delitos de sangre. O se hace tándem con ERC, cuyo presidente protagonizó un golpe a la Constitución y cuya secretaria general es prófuga de la Justicia.

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en el mitin de Murcia de ayer. (EFE/Marcial Guillén) Opinión
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La apelación al progresismo opera como un instrumento de cancelación de cualquier discrepancia porque el concepto se nutre de una impostada superioridad que David A. Bell —también en Letras Libres— denomina “absolutos morales y cuestiones de derecho inalienable”. Se trata, dice este autor, de una forma de “antipolítica” en la izquierdaconocida comúnmente como lo woke”. Efectivamente, el gran logro de Sánchez es la transformación virtual de la realidad, estableciendo criterios morales sedicentes que describe otra en la que no existen la verdad ni la mentira, sino la ficción. Y todo eso ha sido posible, no tanto por la capacidad performativa del presidente del Gobierno, sino por la ocupación clientelar de los espacios institucionales a los que ha hecho convenir en su estrategia de simulación.

Para demostrar este simulacro, basta examinar en manos de quiénes están las palancas de imposición del marco mental social y político de España. El Centro de Investigaciones Sociológicas lo preside José Félix Tezanos, un socialista arrebatado por la emotividad afectiva hacia Sánchez, cuya misión es la disruptiva: con datos ciertos en sus barómetros, llega a conclusiones disonantes con todos los demás estudios demoscópicos (me remito a la crónica "El caso Tezanos", del pasado 9 de abril). Con el CIS en la mano, el PSOE de Sánchez gana siempre. Hoy— -y de qué manera— como ayer. Ocurre que el responsable de este organismo autónomo carece de blindaje en su cargo, de tal modo que su permanencia en él depende por completo de su cliente: el Gobierno, al que confunde con el Estado.

Foto: El presidente del CIS, José Félix Tezanos. (EFE/Chema Moya)

Con el presidente del Tribunal ConstitucionalCándido Conde-Pumpido, fiscal general del Estado con Rodríguez Zapatero, un costalero jurídico del progresismo, acompañado de dos magistrados de máxima proximidad a la Moncloa— se funda una línea doctrinal creativa (constructivismo) que configura derechos (el aborto) allí donde ninguna ley los categoriza como tal, como quiere el progresismo en el ámbito del derecho. Y las cautelas tradicionales en el órgano de garantías constitucionales, tales como esa de no irrumpir en periodo electoral con sentencias sobre materias sensibles, se desprecian en la medida en que una resolución del TC puede respaldar en el inconsciente colectivo los criterios gubernamentales. Acaba de suceder.

Y si el presidente del Instituto Nacional de Estadística no proporciona datos favorables —y discrepantes de los que el Gobierno necesita en la gestión de la ficción nacional relativos al PIB o el IPC o tantos otros—, la vicepresidenta Calviño le cesa (la renuncia por motivos personales de Juan Manuel Rodríguez Poo en junio del pasado año) y se nombra a otra técnica de confianza, Elena Manzanera, sin rubor ante la acusación de opacidad en la sustitución explicitada recientemente por la Unión Europea y a pesar también de la denuncia de la Asociación de Estadísticos Superiores del Estado, que subrayó que desde hacía 30 años que no se cesaba a un responsable del INE sin que mediase cambio de Gobierno. Pero como tampoco hay blindaje en el cargo de este organismo autónomo, se pone y se quita a su responsable a conveniencia de la estadística que el Gobierno necesita.

Foto: Christine Lagarde y Luis de Guindos. (Reuters/Wolfgang Rattay) Opinión

Si pudiera, el Gobierno cesaría al gobernador del Banco de España, que ayer ventiló con libertad de criterio técnico el ambiente enrarecido de la ficción, cuestionando la ley de vivienda y la reforma de las pensiones; y, quizás, a otros responsables de organismos regulatorios y de vigilancia (como la AIReF), pero para neutralizar a esos díscolos la Moncloa dispone de una potente herramienta: los medios de comunicación afines al Gobierno. Que se prepare Hernández de Cos, porque va a degustar la “ensalada de hostias” que patentó Iglesias después de recibirlas de la dulce Yolanda Díaz.

“Sánchez nos ha metido en un imaginario político donde la realidad no existe, de no encontrarse subordinada a sus intereses”, ha escrito el historiador y analista Antonio Elorza (El Correo de 8 de mayo pasado). La reflexión anterior, por síntesis y certeza, resulta del todo feliz. Estamos en la “era del simulacro”, tal y como titula Letras Libres su número de este mes de mayo, en el que firma un ensayo perspicaz Jorge San Miguel, sosteniendo que “la operación de enmascaramiento de la realidad se ha convertido en realidad misma”. Y justifica el aserto en el hecho de que, “al no haber más fin que el poder y la perpetuación de un estado de cosas dado, el vínculo con cualquier objeto original previo ha podido estirarse hasta el infinito”.

Pedro Sánchez
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