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La crisis del 'progresismo' en Telecinco y la campaña del 28-M
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La crisis del 'progresismo' en Telecinco y la campaña del 28-M

Cuando Jorge Javier Vázquez definió 'Sálvame' como un programa de "rojos y maricones", lo convirtió en una lanzadera ideológica como excipiente para su digestión

Foto: Edificio de la sede de Telecinco.
Edificio de la sede de Telecinco.
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El pasado fin de semana, la cancelación del programa estrella de Telecinco (Sálvame), prevista para el próximo mes de junio, ocupó tanto espacio, o más, en los medios convencionales como las candidaturas etarras de Bildu-Sortu para el 28-M. Entrevistas, reportajes y análisis relatan cómo se enteraron el conductor y los tertulianos del licenciamiento profesional ordenado por el nuevo consejero-delegado de Mediaset España, Alessandro Salem, secundado (¿condicionado?) por el recientemente nombrado presidente de la compañía, Borja Prado Eulate. Bien pensado, el despliegue mediático es coherente, no solo con la notoriedad del programa y sus secuelas, sino también con su categorización ideológica, que su presentador proclamó en abril de 2020: “Este es un programa de rojos y maricones”, le espetó a uno de sus colaboradores Jorge Javier Vázquez.

Quizás este tipo —tan perspicaz en la construcción de su propio personaje, capaz de convertirse en un icono de cierto progresismo— no alcanzó a entender que con ese pronunciamiento convertía un programa de entretenimiento, de telerrealidad, y según el criterio de muchos, de telebasura, en una lanzadera ideológica que desde ese momento suscitó una polémica diferente a la propia del debate sobre la naturaleza de sus contenidos habituales escasamente coincidente con lo que viene entendiéndose como rojo (¿de izquierdas?). Lo de maricones no dejó de ser una antigualla semántica solo consentida a los intocables del progresismo, porque en boca de los que no profesan esa fe resulta justamente impresentable.

Foto: Jorge Javier Vázquez. (Mediaset)

Cuando Paolo Vasile (Roma, 1953) urdió, como consejero delegado de Mediaset España —lo fue entre 1999 y 2022—, una parrilla detonante y destinada al consumo intensivo y masivo de públicos con exigencias de calidad relativas, negó que existiese telebasura, afirmando que lo era la TV que no se veía. En aquellos tiempos, lo progresista no coincidía con los formatos tipo Sálvame. Lo correcto eran, precisamente, referencias televisivas diferentes y alternativas. Por eso, el laureado director cinematográfico Fernando Trueba contestó a Vasile en una rotunda carta al director de El País publicada el 13 de mayo de 2011 en la que decía: “No, señor Vasile, la televisión basura existe. Es muy fácil, y cobarde, echarles la culpa a los ciudadanos. Existe la televisión que se hace, la que Telecinco hace, y la que no hace y la que debería hacer. Y esa televisión no es un reflejo (ni la responsabilidad) de los ciudadanos, sino de quienes la hacen”.

Jorge Javier Vázquez y sus colaboradores habituales se convirtieron en la forma más sedicente y tramposa del wokismo, obviamente como excipiente para que el consumo de sus interminables charletas sobre las vidas de unos y de otros —expuestas tantas veces con una procacidad extrema— se tragase y digiriese con facilidad por audiencias anónimas que incrementaban la cuenta de resultados que Vasile presentaba con orgullo en Roma y Milán a su patrón, Silvio Berlusconi. A aquel ejecutivo —un personaje que era tan despiadado con unos como paternal con otros— no le importó nunca que la televisión que explotaba fuera una concesión administrativa para la “gestión indirecta de un servicio público esencial cuya titularidad corresponde al Estado” (Ley 10/1988 de 3 de mayo de televisiones privadas). El gestor italiano contempló la sociedad española como un mercado extractivo que exprimió a fondo orillando la reputación en beneficio de los ingresos y los dividendos. Al Gobierno tampoco le ha llamado la atención que, aun gestionando Telecinco una concesión estatal, Mediaset no cotice ya en España y haya trasladado su domicilio fiscal a los Países Bajos. Según Alessandro Salem, una migración que no tiene que ver con “motivos fiscales” sino para disponer de “unos mecanismos de cogobernanza más fluidos”. Y aquí paz y después gloria, a diferencia de lo que ocurrió con Ferrovial y su presidente, Rafael del Pino.

Foto: Paolo Vasile. (EFE)

Es verdad, sin embargo, que la supresión de Sálvame tiene que ver con las líneas rojas que Borja Prado estableció a sus interlocutores italianos para asumir la presidencia de Mediaset España (Telecinco, Cuatro y sus productoras participadas), pero también con el progresivo descenso de audiencia de la actual parrilla propiciado, en parte, por el bochorno de episodios tan abracadabrantes como el que protagonizó, bien pagada, Rocío Carrasco, junto a otros personajes reptantes que comercializan sus frustraciones para mayor solaz de un público que, hasta el momento, se ha visto reflejado en sus miserias, pero al que se ha saturado con más telerrealidad de la que puede absorber.

La sofisticación ideológica de Sálvame y la porfía de los responsables del programa y de su productora están siendo insomnes. El CEO de La Fábrica de la Tele, productor del programa, Óscar Cornejo, se lanzó a la piscina en La Vanguardia del domingo pasado (“La telebasura y el mundo”) definiendo, por deducción de una habilidosa cirugía a los conceptos de zafio y telebasura, una parte de la programación de Telecinco: “Conjunto de programas de contenidos populares que ve la mayoría de la gente”. Listo este Cornejo, porque introduce las dos palabras talismán del progresismo: popular y gente. O sea, no es una programación ni para elites ni para públicos culturizados. El texto merece la pena leerse porque es una destilación acabada del discurso reputacional que pretende ahora la metamorfosis de Sálvame en un programa de culto que desaparece con grave sentimiento de pérdida por sectores de la izquierda.

Foto: La portavoz de EH Bildu, Mertxe Aizpurua, y el portavoz de ERC, Gabriel Rufián. (EFE/Archivo) Opinión
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Telecinco, cuando la gestionaba Maurizio Carlotti, fue una cantera de grandes profesionales de la información, guste o no su orientación ideológica. Me refiero a Vicente Vallés, a Monserrat Domínguez, a Àngels Barceló o a Juan Ramón Lucas, entre otros, y a los que conocí en los últimos años de la década de los noventa y que hoy han alcanzado puestos de responsabilidad en diferentes medios. Sin olvidar a Juan Pedro Valentín, actual jefe de los servicios informativos, un periodista de gran valía. Hubo un tiempo, con Luis Fernández al frente de los programas de información, en que la cadena se convirtió en una referencia. Pero la apuesta de Vasile y de Mediaset fue otra. Puede vestirse, sí, con la indumentaria roja que le elige Jorge Javier Vázquez, que ha logrado que la supresión de Sálvame sugiera un contubernio derechista que ha asaltado los estudios de Fuencarral, pero que a la postre es el inevitable destino de la caducidad de una televisión a la que Vasile abandonó en crisis de audiencia y de identidad. Solo falta que algún discurso woke meta este tema en campaña. Estamos a un tris de que suceda.

El pasado fin de semana, la cancelación del programa estrella de Telecinco (Sálvame), prevista para el próximo mes de junio, ocupó tanto espacio, o más, en los medios convencionales como las candidaturas etarras de Bildu-Sortu para el 28-M. Entrevistas, reportajes y análisis relatan cómo se enteraron el conductor y los tertulianos del licenciamiento profesional ordenado por el nuevo consejero-delegado de Mediaset España, Alessandro Salem, secundado (¿condicionado?) por el recientemente nombrado presidente de la compañía, Borja Prado Eulate. Bien pensado, el despliegue mediático es coherente, no solo con la notoriedad del programa y sus secuelas, sino también con su categorización ideológica, que su presentador proclamó en abril de 2020: “Este es un programa de rojos y maricones”, le espetó a uno de sus colaboradores Jorge Javier Vázquez.

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