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El precio del fracaso de Sánchez y Díaz (Bildu y el 23 de julio)
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José Antonio Zarzalejos

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El precio del fracaso de Sánchez y Díaz (Bildu y el 23 de julio)

El adelanto electoral trata de evitar un destrozo mayor: la guerra civil en las izquierdas. La coalición era irreal, los fracasos de Díaz y Podemos, rotundos, y el éxito de Bildu, lacerante

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez (d), y la vicepresidenta segunda y ministra de Trabajo y Economía Social, Yolanda Díaz. (EFE/Kiko Huesca)
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez (d), y la vicepresidenta segunda y ministra de Trabajo y Economía Social, Yolanda Díaz. (EFE/Kiko Huesca)
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Los resultados del 28-M han frustrado —cuando tanto se porfiaba en que no sucedería— el Gobierno de coalición y han abortado la legislatura. La reacción de Pedro Sánchez de convocar elecciones anticipadas el 23 de julio puede interpretarse de maneras diferentes, pero solo una de ellas es ineludible: el fracaso de los comicios del domingo ha sido de tal calibre que la única opción que el socialista no podía permitirse consistía en dejar que la situación entrase en putrefacción tras el fallo sistémico de todo el espectro político que él pretendía liderar. Ese espacio ha quedado laminado frente a las dos derechas que han obtenido 8.600.000 votos con los que controlarán un poder territorial municipal y autonómico tan extenso que ahogaría por completo lo que quedaba de gestión gubernamental, incluida la de la presidencia rotatoria de la Unión Europea, que comenzará el 1 de julio con un presidente en el alero.

Sánchez se imita a sí mismo y lanza un órdago que tiene algún parecido al de octubre de 2016, cuando le desautorizó el Comité Federal del PSOE, se marchó y volvió triunfante tras unas primarias que arrasaron a la oficialidad socialista de entonces. Nunca segundas partes fueron buenas. Pero en la idiosincrasia de su resistencia reverberan las brisas narcisistas en las que se envuelve el líder socialista. Porque hay que preguntarse si 1) Pedro Sánchez se presenta o no como cabeza de las listas del PSOE, 2) de hacerlo, si repite la campaña electoral que acaba de protagonizar con tanta frustración o inventa otra, 3) si el partido dispone de moral, buen funcionamiento y capacidad para afrontar unas generales cuando el 23 de julio estará aún lamiéndose las heridas del 28-M y 4) si Sumar y Podemos tienen tiempo, o no, de reagruparse y ofertar una opción complementaria a la del PSOE.

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. Opinión

Los electrodos que ha aplicado a la vida pública el adelanto electoral buscan neutralizar la batalla en la que las familias de la izquierda, y el propio PSOE, iban a enfangarse en las próximas semanas. O sea, tratan de evitar un destrozo mayor: la guerra civil en las izquierdas. La coalición con Unidas Podemos se ha convertido en virtual; el fracaso de Yolanda Díaz ha sido rotundo y el de Podemos, igualmente nítido. Y lo peor para un presidente del Gobierno de España: su política de pactos, además de hundir a sus socios parlamentarios preferentes (ERC y PNV), ha disparado a EH Bildu en el País Vasco y Navarra, lo que, a la postre, es el paradigma del fracaso de su gestión. Los vencedores de ETA, derrotados por sus legatarios, a costa del PNV y de los socialistas en el País Vasco y Navarra.

En estas circunstancias, Sánchez ha optado por un corte limpio, eludir los coletazos de la debacle y reescribir el guion de la situación jugando al límite. Ocurre que la audacia hay que administrarla en dosis bajas y muy excepcionalmente, porque, de lo contrario, se transforma en temeridad. Sin embargo, la suya es una actitud desafiante que fascina a sus leales, que lo aureola entre los suyos, aunque, tan cercana la derrota personalísima del pasado domingo, encorajina a sus oponentes, que son legión. La apuesta es rotunda, inyecta adrenalina épica a su PSOE, lo que exige que él esté al frente de su propia resistencia. Ocurre que un revival de su campaña municipal y autonómica, tan desaforadamente personalista, tan nacionalizada por él mismo y por Feijóo, resultaría estomagante y reiterativa. O, en otras palabras: sin recorrido.

El precio del fracaso del Gobierno de coalición —que elección tras elección, ha empedrado la victoria de las derechas el pasado domingo— ha sido enorme y ha afectado gravemente al Estado y precarizado la solvencia de la izquierda en su conjunto. La dimensión del fracaso se mide por la renuncia de Sánchez a la plenitud de presidir la UE de julio a diciembre, una baza que él pensaba podía ser decisiva de haber logrado agotar la legislatura.

Los ciclos políticos tienen sus propias dinámicas, sus inercias inevitables, y las de Sánchez y la coalición gubernamental han cubierto la etapa de supervivencia después de unos episodios pésimos en el Consejo de Ministros. La suposición de que el secretario general del PSOE es el problema —no lo es el socialismo— está arraigada en el inconsciente colectivo y superar la ausencia de su crédito se antoja tan difícil como la funambulista decisión de pasar del todo a la nada, o sea, de acabar la legislatura a abortarla. De ahí que nadie, ni sus colaboradores más próximos, esté en condiciones de saber si la decisión del presidente es verdadera o es falsa. Si se trata de intentar ganar las elecciones de julio o de arropar en ellas una fuga sin más propósito que el del ciclista que pedalea para no caerse.

Los resultados del 28-M han frustrado —cuando tanto se porfiaba en que no sucedería— el Gobierno de coalición y han abortado la legislatura. La reacción de Pedro Sánchez de convocar elecciones anticipadas el 23 de julio puede interpretarse de maneras diferentes, pero solo una de ellas es ineludible: el fracaso de los comicios del domingo ha sido de tal calibre que la única opción que el socialista no podía permitirse consistía en dejar que la situación entrase en putrefacción tras el fallo sistémico de todo el espectro político que él pretendía liderar. Ese espacio ha quedado laminado frente a las dos derechas que han obtenido 8.600.000 votos con los que controlarán un poder territorial municipal y autonómico tan extenso que ahogaría por completo lo que quedaba de gestión gubernamental, incluida la de la presidencia rotatoria de la Unión Europea, que comenzará el 1 de julio con un presidente en el alero.

Yolanda Díaz Pedro Sánchez
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