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Las listas pretorianas del presidente
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José Antonio Zarzalejos

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Las listas pretorianas del presidente

Cuando las listas electorales se nutren de fieles sin un refresco de caras y discurso, es que se asume la derrota y se busca el blindaje personal y del colectivo de afines al modo de una guardia pretoriana: perder y resistir

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (EFE/Kiko Huesca)
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (EFE/Kiko Huesca)
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Uno de los más graves problemas del PSOE ha consistido en el desfallecimiento de la organización en beneficio de un liderazgo personalísimo de su secretario general que trasladó el centro de gravedad del socialismo español de la calle Ferraz a la Moncloa. Cuando un partido gobierna se convierte en un instrumento del Ejecutivo y es normal —salvo en el singular caso del PNV— que palidezcan los cuadros orgánicos y se mitiguen los debates internos. Sin embargo, con Pedro Sánchez este deslizamiento natural se ha convertido en una absorción prácticamente total de la vitalidad del partido por la succión del líder y su entorno.

En ese marco en el que se desenvuelve la organización socialista, la reunión de su Comité Federal se convierte hoy en un trámite sin mayor trascendencia porque nadie va a inquietar las decisiones del secretario general del partido tanto por falta de fuerza para hacerlo —aunque hay motivos para plantearle una enmienda a la totalidad de su gestión— como por la inoportunidad de suscitar la crítica. Hasta los más renuentes con el líder comulgan con la necesidad de evitar una "auténtica masacre" de las izquierdas el 23-J, como predijo sucederá el pasado día 7 en este periódico, con vuelo literario y observador, Alberto Olmos (La ola reaccionaria es gente votando).

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En el PSOE no hay otra instancia decisora que el propio Sánchez y su entorno más inmediato, un núcleo ejecutivo inaccesible que, aunque comete errores sin solución de continuidad, carece de contrapesos orgánicos, incluso personales, para evitarlos. El secretario general socialista y sus asesores han venido ofreciendo síntomas de desfallecimiento desde hace muchos meses. El naufragio de la coalición, que se ha dejado a su suerte componiendo un cuadro de verdadero desastre político, es el peor de los síntomas perdedores en los comportamientos de Pedro Sánchez, pero no el único. La confundida campaña electoral de las autonómicas y municipales del 28-M que él nacionalizó oscureciendo la gestión de los candidatos y exigiendo tácitamente al electorado un plebiscito sobre su persona y sobre su gestión, y que se saldó con un fracaso el 28-M que ha dejado al PSOE con un estrechísimo margen de maniobra y que el presidente del Gobierno tampoco ha sabido aprovechar.

Su arenga perdedora ante los grupos parlamentarios socialistas en el Congreso de los Diputados tres días después de la jornada electoral destapó el agotamiento argumental de Sánchez y su opción por lanzar una campaña de emotividades negativas. O, en otras palabras: defensiva y reactiva. La propia convocatoria de elecciones generales anticipada a una fecha tan inédita como el 23 de julio es excéntrica y solo explicable en claves internas en el PSOE: abortar cualquier posibilidad de autocrítica y de impugnación de buena parte de la gestión de Sánchez durante la XIV legislatura.

El colofón de esta secuencia política sin precedentes en España —y con la izquierda radical en declaración de ruina— es el rescate en las listas electorales de los más fieles al presidente del Gobierno y, singularmente, de la mayoría de sus ministros. Los cuatro candidatos que siguen a Sánchez en la plancha por Madrid son los titulares de otros tantos ministerios. Pero con un vacío llamativo: si la gestión de la economía ha sido —en versión del propio presidente— excelente y compite con las mejores de la Unión Europea, Nadia Calviño no solo no asoma en lista alguna, sino que parece haber emprendido una retirada táctica.

Foto: El presidente de Castilla y León, Alfonso Fernández Mañueco, y su vicepresidente, de Vox, Juan García-Gallardo. (EFE/Nacho Gallego)

Las listas confeccionadas en el despacho de al lado del secretario general del PSOE y bajo su tutela reflejan otro síntoma perdedor añadido. Más que listas para ganar lo son para perder y resistir. Ha rescatado a prácticamente todos sus ministros para que logren el acta de diputado y se atrincheren en ellas, no solo ante la previsible nueva mayoría gubernamental, sino también ante el muy previsible asalto interno cuando se produzca y que ya está en planificación.

Si las listas electorales se nutren de fieles —viejos conocidos de la opinión pública española y responsables de la gestión gubernamental— sin un refresco de caras y discurso nuevo, es que se asume la derrota y se busca el blindaje personal y del colectivo de afines al modo de una guardia pretoriana. Si hubiera dudas de que la moral del PSOE de Sánchez es de derrota, las listas socialistas las disipan y marcan un repliegue que es coherente con la previsión de un fracaso inevitable alimentado también por el espectáculo caníbal de las fuerzas políticas que deambulan a su izquierda, por no glosar aquí —tiempo habrá para ello— la carga de profundidad política que supone la coalición para el Senado de ERC y Bildu ("Izquierdas por la independencia").

La cuestión que, probablemente, podría preguntarse el presidente es cuántas veces se fallece y se revive

No cabe especulación alguna: es ya seguro que no tendrá reedición, aun en la mejor hipótesis electoral para el PSOE, la llamada mayoría de la investidura. El 23-J está dirimido porque el progresismo ha mostrado que es un patio de monipodio, y solo falta saber de qué proporciones es su derrota y si el PP sabe "leer" el momento. No le es exigible más que una condición: no cometer errores, incluidos aquellos que podrían deducirse del manejo de su relación con Vox.

En definitiva, Pedro Sánchez ha vuelto a ganar a la anterior cultura de debate y discusión del PSOE. Bajo su liderazgo, en consecuencia, no habrá diagnóstico forense del fallo sistémico del socialismo ni del populismo a su izquierda. Ya dijo Churchill que en la política se muere varias veces. La cuestión que, probablemente, podría preguntarse el presidente es cuántas veces se fallece y se revive. Porque todo tiene un límite. Y él quizá crea que está redactando un epílogo para recomenzar. ¿Y si en realidad está escribiendo su propio obituario?

Uno de los más graves problemas del PSOE ha consistido en el desfallecimiento de la organización en beneficio de un liderazgo personalísimo de su secretario general que trasladó el centro de gravedad del socialismo español de la calle Ferraz a la Moncloa. Cuando un partido gobierna se convierte en un instrumento del Ejecutivo y es normal —salvo en el singular caso del PNV— que palidezcan los cuadros orgánicos y se mitiguen los debates internos. Sin embargo, con Pedro Sánchez este deslizamiento natural se ha convertido en una absorción prácticamente total de la vitalidad del partido por la succión del líder y su entorno.

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