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Una reflexión sin corrección política sobre los pactos del PP y Vox
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José Antonio Zarzalejos

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Una reflexión sin corrección política sobre los pactos del PP y Vox

A muchos socialistas no les gustó la coalición gubernamental ni la mayoría de investidura, pero la asumieron. A muchos liberales y conservadores tampoco les gustan los acuerdos del PP con Vox, pero los asumen

Foto: Reunión en Valencia entre la delegación del PP y la de Vox. (EFE/Manuel Bruque)
Reunión en Valencia entre la delegación del PP y la de Vox. (EFE/Manuel Bruque)
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Hoy se constituyen los consistorios municipales y se elige a los alcaldes. El procedimiento es muy sencillo y lo pautan los artículos 195 y 196 de la Ley Orgánica del Régimen Electoral General. Tras una válida constitución del pleno municipal, la elección del alcalde es así: 1) debe ser el cabeza de una lista presentada a las elecciones, 2) es elegido el que reúna la mayoría absoluta de los concejales, 3) en caso de que esa mayoría no se produjera, asume en plenitud la alcaldía el concejal de la lista que haya recibido más votos populares y 4) en caso de empate, se decide por sorteo entre los cabezas de las listas igualadas en papeletas. Este era el marco institucional previsto para el inicio de la totalmente previsible colaboración entre el PP y Vox.

No ha sido así. Y no es casualidad: el acuerdo inicial en la Comunidad Valenciana (efecto vacuna) ha precipitado lo que a nadie puede sorprender a la vista de los resultados del 28-M: que la única alternativa de poder al actual, tanto en municipios como en comunidades autónomas y, eventualmente, si se diese una mayoría suficiente, también para la investidura del presidente del Gobierno, consiste en fórmulas diferentes de entendimiento —coalición, pactos de legislatura, apoyos programáticos concretos— entre los dos partidos. Salvando las distancias que cada cual quiera establecer, es lo que ocurrió en noviembre de 2019 con el Gabinete de Pedro Sánchez: el acuerdo entre el PSOE y Unidas Podemos resultó inevitable —así se explicó— e inevitable —también así se explicó— la colaboración de ERC, Bildu y PNV para investir al presidente.

Sin gustar, se asume

A muchos socialistas no les gustó la coalición gubernamental ni la llamada mayoría de investidura, pero, con o sin críticas públicas, las asumieron. A muchos liberales y conservadores tampoco les gustan los acuerdos del PP con Vox, pero los asumen porque, de lo contrario, se establecería una métrica política según la cual la radicalidad de determinados partidos de izquierda se redime por su sesgo ideológico, pero, sin embargo, la redención de la derecha extrema o radical resultaría imposible, aunque de aquellos y de esta se predique que son organizaciones legales y, en consecuencia, legítimas en su origen. El resultado de esta situación conduciría, de aceptarse, a que la izquierda (PSOE y demás) dispusiesen de un derecho cuasi sacramental a permanecer en el poder, mientras la derecha estaría condenada a no obtenerlo por la demonización democrática de los apoyos de Vox.

Los acuerdos entre el PP y Vox serán distintos en municipios y en comunidades autónomas en función de la correlación de fuerzas

Como tal hipótesis no es aceptable porque tan legales y legítimos son los votos de los unos como de los otros, y como quiera que no se dan condiciones para que nos gobierne una gran coalición PSOE-PP (que sería la mejor de las opciones), los pactos entre las organizaciones de Núñez Feijóo y Santiago Abascal resultan ineludibles. Hubo una ocasión en abril de 2019 para haber constituido una coalición de centroizquierda entre el PSOE y Ciudadanos. No la quisieron ("¡con Rivera, no!") ni los unos ni los otros, así que, en la repetición electoral, los socialistas perdieron escaños (de 123 a 120) y los naranjas se desplomaron (de 57 a 10 escaños). España quedó al albur de los extremismos ante la patológica imposibilidad de que los dos grandes partidos pactasen para ofertar al país políticas de mayorías y amplio espectro.

Los acuerdos entre el PP y Vox serán distintos en municipios y en comunidades autónomas en función de la correlación de fuerzas. Sin olvidar que tan cierto es que el PP no tiene socios potenciales diferentes a Vox (salvo alguno territorial, tal que el PRC) como que este partido ha sido votado, no tanto por sus posibilidades de gobierno, como para constituirse al modo de complemento vigilante del Partido Popular. En ese estrecho margen deben moverse las negociaciones y los pactos, sin olvidar el referente fracasado del actual Gobierno de coalición, que no ha obtenido en toda la legislatura ni una victoria electoral (Galicia, País Vasco, Madrid, Castilla y León, Andalucía), salvo en Cataluña, en donde no gobierna, y que ha registrado un fracaso completo en los comicios del 28-M, de tal magnitud que determinó al presidente a abortar la legislatura.

Prevención ante la toxicidad de los extremos

Guárdese el PP, sin embargo, de la toxicidad, empíricamente comprobada, de las alianzas mal articuladas entre los partidos grandes y sus fronterizos más reducidos y radicales. La relación entre PSOE y Unidas Podemos, ahí está el ejemplo, ha lesionado a los socialistas con una gravedad que se ha comprobado el 28-M y que, quizás, se compruebe de nuevo el 23-J. Los populares no deben incorporar ni el lenguaje —la violencia de género existe y no debe ser emboscada en eufemismos— ni las políticas que tengan el más mínimo parentesco con la xenofobia ultranacionalista que son rasgos idiosincráticos ajenos al liberalismo y al conservadurismo democráticos. Si Sánchez se ha mimetizado con la jerga de Podemos, la repuesta no consiste en que Feijóo, o los demás dirigentes del PP, se expresen como los de Vox, entre otras razones, porque la Constitución no solo es un conjunto de disposiciones normativas, sino también de principios intangibles que quedan referidos a la lealtad hacia los propósitos de los padres constituyentes y cuyo cumplimiento compone un estilo en las actitudes y en las palabras.

La impostura de la sorpresa

Este panorama plantea dos cuestiones nada menores. La primera: existe un sector de la ciudadanía en la orfandad, compelida a opciones que no son deseables: bien votar con la nariz tapada, bien abstenerse. La sospecha demoscópica es que, aun no siendo abundantes, determinados sectores sociales aspirarían a no tener que pasar por este trance. Pero cuando se producen intervenciones públicas como las del delegado del Gobierno en Madrid, muchos renuentes harán de tripas corazón. La segunda: la mayoría de los sociólogos y científicos sociales sostienen que el temor a lo que representa Vox está amortizado y que las elecciones del 28-M habrían demostrado que, incluso donde ya gobernaban en coalición PP y Vox (Castilla y León), los resultados que han obtenido son mejores que los del PSOE y los partidos a su izquierda. Está por ver.

Algunos pueden imitar la indignación de Louis Renault en Casablanca: "Qué escándalo, he descubierto aquí que se juega", mientras el jefe de la gendarmería, posiblemente un ludópata, se embolsaba el importe de la apuesta. De modo que lo políticamente correcto, lo canónico, es una actitud (una pose) falsamente encendida ante los acuerdos de las derechas, como la falsa iracundia del policía francés en la mítica película de Michael Curtiz. El paradigma político ha cambiado y las reglas de compromiso son distintas aquí y en la ya mayoría de los países europeos.

Estamos en mínimos, pero son, o debieran ser, infranqueables: la lealtad a la España constitucional y a su Estado de derecho; el respeto a los derechos y libertades de los ciudadanos; al modelo territorial de la nación española y la lealtad, también sí, lealtad, al rey —Felipe VI— titular de la monarquía parlamentaria. Ser fiel a ese patrimonio común de valores y principios es lo que juran o prometen (incluso por "imperativo legal") todos los cargos públicos. Bastaría que hiciesen honor a su palabra para que la sociedad española no fuese sometida al brutal estrés a la que se le somete.

Hoy se constituyen los consistorios municipales y se elige a los alcaldes. El procedimiento es muy sencillo y lo pautan los artículos 195 y 196 de la Ley Orgánica del Régimen Electoral General. Tras una válida constitución del pleno municipal, la elección del alcalde es así: 1) debe ser el cabeza de una lista presentada a las elecciones, 2) es elegido el que reúna la mayoría absoluta de los concejales, 3) en caso de que esa mayoría no se produjera, asume en plenitud la alcaldía el concejal de la lista que haya recibido más votos populares y 4) en caso de empate, se decide por sorteo entre los cabezas de las listas igualadas en papeletas. Este era el marco institucional previsto para el inicio de la totalmente previsible colaboración entre el PP y Vox.

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