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Dos hormigueros, dos presentadores, dos políticos
Comparando a Sánchez y Feijóo se llega a la conclusión de que el sanchismo consiste en un estilo, en una manera de conducirse, en una dialéctica que utiliza el sofisma por sistema y que jamás se permite ni un gesto de humildad ni de autocrítica
Alberto Núñez Feijóo devolvió en la noche de ayer a Pablo Motos el respeto al que le faltó Pedro Sánchez. Fue un acto de generosidad del presidente del PP que eludió el comportamiento prepotente del presidente del Gobierno que arrolló a un profesional con experiencia en las entrevistas jocosas, pero sin ella en las de naturaleza política y de especial calado. El socialista lo sabía e impuso su ley sobre las reglas de compromiso más elementales en el periodismo: no transformar una entrevista en un monólogo, no ignorar las preguntas y no intimidar al entrevistador. Pero, aunque buena parte de la responsabilidad de la exhibición impositiva de Sánchez se debió a la falta de idoneidad del programa y del entrevistador para un lance como ese, es también cierto que un político como el secretario general del PSOE debía, por autoestima más que por obligación, haber mostrado una actitud de mayor compostura y discreción.
Precisamente por eso, por el contraste, ayer noche, Núñez Feijóo obtuvo una victoria de especial importancia: la del buen estilo, la de la buena educación, la de la conciencia de someterse a una fórmula de información —la entrevista— que exige tanto respeto al entrevistador como a sí mismo. Además, el presidente del PP contestó con precisión, sin alargar las respuestas para mermar otras eventualmente más difíciles, escuchando las preguntas con atención y sin interrumpir su formulación por un Pablo Motos que, de esta manera, pudo rehabilitarse de la ensalada de zascas que le propinó arbitrariamente el presidente del Gobierno y a las que él no supo responder. Por el contrario, a medida que las recibía, se achicaba y, al final, pareció hasta disculparse por formar parte de esa legión (el 90% dijo Sánchez) de medios conservadores que han creado la burbuja (“insultos, mentiras, maldades”) denominada sanchismo.
En realidad, comparando inevitablemente a Sánchez y Feijóo, se llega a la conclusión de que el sanchismo consiste precisamente en un estilo, en una manera de conducirse, en una dialéctica que utiliza el sofisma por sistema y que jamás se permite ni un gesto de humildad, ni de autocrítica. Por lo demás, el lenguaje gestual de uno y otro político respondieron a estados de ánimo muy distintos. En una aparente calma, Pedro Sánchez se retrató ansioso, precipitado e intemperante, reiterando el nombre del entrevistador ("Mira, Pablo", unas veces de tú y otras de usted) más en tono de advertencia que de complicidad. Con Feijóo no hubo dudas, desde el tratamiento —siempre de usted— hasta la postura corporal en la que únicamente destacaba el movimiento de sus manos de las que se sirvió el gallego para enfatizar las respuestas a las preguntas —un cuestionario razonable esta vez— de un Motos que pareció aliviado de no tener que someterse a otra prueba de estrés como la del día anterior.
La conclusión del análisis de lo que ambos dijeron, de cómo lo dijeron y en qué asuntos enfatizaron es que Sánchez observa cercano el riesgo de perder las elecciones, en tanto que Feijóo las contempla como su muy verosímil ganador. Mientras Sánchez realizó un permanente monologo autorreferencial como si su persona fuera la unidad de medida para todos los asuntos, Feijóo habló con distensión de todos los temas sobre los que se le preguntó con la distancia propia de un profesional de la política. De manera tal que, si este tipo de entrevistas en programas de variedades con gran audiencia tienen capacidad para marcar hitos —lo que cabe poner en duda—, los dos de Motos han significado el fracaso de Sánchez en su gira en los medios para denigrar a la mayoría de ellos y el inicio enderezado de una precampaña confusa de Feijóo y del PP. Cierto también que el gallego llegó a la entrevista con la baza de un acuerdo en Baleares para gobernar en solitario y con la incógnita despejada —y que era molesta— de la retribución que percibía del partido, una cantidad por dietas, además, razonable.
Aunque el público de estos programas está monitorizado y responde a las pautas del regidor, resultó llamativo cómo Feijóo fue recibido al grito de "¡presidente!" (no así Sánchez) y recibió más ovaciones que el socialista. Este puede ser un dato colateral, pero conecta con otro significativo: el presidente del Gobierno no se puede permitir la calle y ha optado por un recorrido mediático incurriendo en la ridiculez de entrevistar a sus ministros lo que, ya consta, que ha molestado severamente a más de uno. No obstante, a Sánchez le quedan aún metas volantes y continuará la turné. Es un político con la extraña compulsión de que, cuando se le advierte de su error con más fogosidad, se abraza a él.
El martes y el miércoles, en conclusión, hemos visto dos programas de El hormiguero: el primero, el martes, asimilable a un mal monólogo del Club de la Comedia, aunque con un entrevistador vareado. Y el segundo, el miércoles, que respondió a la expectativa de un espacio informativo ameno, pero que, por contraste, fue aleccionador y con el entrevistador respetado. Dos programas con el mismo rótulo, pero diferentes; dos entrevistadores que han sido la noche (el martes) y el día (el miércoles), y dos políticos, uno saliendo y otro entrando. Hecho ya el experimento, dejemos ya a Trancas y Barrancas el divertimento y vayamos a la seriedad de lo que está en juego, luego de que este lance lo ganase, sin demasiado esfuerzo, el aspirante popular. Tampoco era difícil, pero no careció de mérito.
Alberto Núñez Feijóo devolvió en la noche de ayer a Pablo Motos el respeto al que le faltó Pedro Sánchez. Fue un acto de generosidad del presidente del PP que eludió el comportamiento prepotente del presidente del Gobierno que arrolló a un profesional con experiencia en las entrevistas jocosas, pero sin ella en las de naturaleza política y de especial calado. El socialista lo sabía e impuso su ley sobre las reglas de compromiso más elementales en el periodismo: no transformar una entrevista en un monólogo, no ignorar las preguntas y no intimidar al entrevistador. Pero, aunque buena parte de la responsabilidad de la exhibición impositiva de Sánchez se debió a la falta de idoneidad del programa y del entrevistador para un lance como ese, es también cierto que un político como el secretario general del PSOE debía, por autoestima más que por obligación, haber mostrado una actitud de mayor compostura y discreción.
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