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Ternera, el terrorista gastrónomo y la razón de los 514
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José Antonio Zarzalejos

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Ternera, el terrorista gastrónomo y la razón de los 514

Ni libertad de expresión ni censura previa. La cuestión es que se da voz al terrorista en un festival cinematográfico internacional cofinanciado con dinero público

Foto: Josu Ternera, en una imagen de archivo. (EFE/EPA/Ian Langsdon)
Josu Ternera, en una imagen de archivo. (EFE/EPA/Ian Langsdon)
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Cuando Luis Velo y Guillermo Gómez me propusieron la dirección editorial de la serie documental El desafío: ETA, incorporada al catálogo de Amazon Prime Video, albergué serias dudas sobre si podía aceptarlo. La razón no era otra que mi repugnancia hacia el discurso odioso de la banda terrorista y el convencimiento de que sin el concurso de los testimonios comprensivos y favorables a su acción criminal resultaría difícil que destacasen de forma inequívoca la inocencia y la bondad de las víctimas y la maldad intrínseca del propósito terrorista. Finalmente, llegué a la obvia conclusión —que hoy mantengo— de que el juicio ético no solo se conforma con la evidencia rotunda del asesinato, el secuestro y el chantaje, sino que requiere también, para percibir la intensidad de su vesania, la verbalización de la intención de los delincuentes.

El debate sobre la publicidad del discurso de los terroristas —siempre que no constituya un delito apologético— no puede restringirse, en tanto en cuanto hacerlo bien podría infringir la libertad de expresión consagrada en el artículo 20 de la Constitución. Se trata de un precepto que se aplica de plano, sin necesidad de desarrollos legislativos, porque nuestra Carta Magna es normativa y de fulminante efectividad en el amparo de las libertades y derechos de los ciudadanos. Tampoco es posible la censura previa, porque está igualmente proscrita en la Constitución y de forma expresa en el apartado 2º del sacrosanto artículo 20 (“El ejercicio de estos derechos no puede restringirse mediante ningún tipo de censura previa”).

Foto: Maixabel Lasa, cara a cara con Ibón Etxezarreta 'Potxolo', el asesino de su marido. (Movistar+)

No todas las democracias han actuado ante el terrorismo de la misma manera. La República de Irlanda prohibió desde los años setenta del siglo pasado hasta 1994 las entrevistas en medios con miembros del IRA y del Sinn Féin. Y en 1988, el Gobierno del Reino Unido hizo lo propio para evitar la publicidad de los terroristas irlandeses en la BBC, aunque la televisión pública británica sorteó en ocasiones la prohibición doblando la voz a los entrevistados. Rogelio Alonso, en su ensayo Matar por Irlanda (Alianza, 2003), se refiere a este sensible asunto (páginas 285-288). El ensayo reciente del periodista italiano Mario Calabresi (Salir de la noche. Libros del asteroide, 2023) en el que reclama el "silencio social" para los terroristas está teniendo una enorme repercusión y excitando una necesaria reflexión sobre la presencia pública de los criminales. Su padre fue asesinado el 17 de mayo de 1972 por una organización terrorista autodenominada Lotta Continua.

Quienes conozcan con cercanía la vida social y política vasca habrán comprobado que la producción audiovisual del abertzalismo que legitima la lucha armada de ETA es abundantísima, frecuente y de una crueldad extraordinaria para con las víctimas; y que la falsificación de la historia reciente de España que transmiten esas producciones responde a una pauta deslegitimadora de la acción del Estado en su propia defensa y en la de los ciudadanos. Se difunde este material sin limitación alguna. La hemeroteca, por otra parte, está repleta de entrevistas a dirigentes de la banda terrorista, incluso a su dirección en pleno con la ilustración gráfica de sus rostros encapuchados. Los jueces y tribunales —también el Tribunal Constitucional en doctrina constante— han fortalecido la libertad de expresión y la proscripción de la censura previa hasta convertir esas facultades ciudadanas en bastiones rocosos de la democracia española.

Foto: Josu Ternera, en una imagen de archivo. (EFE/Yoan Valat)

Y, sin embargo, aunque con alguna falta de matiz en el escrito colectivo, los 514 firmantes de la carta abierta a la dirección del Festival de Cine de San Sebastián solicitando que no se emita hoy la producción No me llame Ternera, tienen razón en su reclamación. Porque ese documental de Netflix —una entrevista de Jordi Évole a José Antonio Urrutikoetxea Bengoetxea, alias Josu Ternera— adquiere una categorización adicional al presentarse en uno de los festivales cinematográficos más importantes de Europa, financiado, en parte, por el Instituto de la Cinematografía y de las Artes Escénicas, organismo adscrito al Ministerio de Cultura, el Gobierno vasco, la Diputación Foral de Guipúzcoa y el Ayuntamiento de San Sebastián. Por lo tanto, la diatriba no radica en el qué sino en el cómo y en el dónde. Y si el director del festival —en unas desafortunadas declaraciones en las que mezcla el GAL con la ilegalización de Vox, presentando una sintomatología de grave desconcierto— no entiende que está ofreciendo una plataforma inadecuada a la presencia y la voz de Josu Ternera con financiación pública, es que no entiende de qué va este asunto.

Aunque la carta de los 514 no centra —quizá— la argumentación de fondo, acierta, sin embargo, al denunciar que se está ofreciendo una innecesaria (e inmoral) cobertura institucional, artística y de repercusión internacional a un terrorista perseverante en su convicción asesina. Que, de añadidura, no aporta nada —no es necesario escuchar y ver la entrevista, por otra parte, adelantada por los medios— que suponga novedad éticamente relevante a tal punto que merezca la distinción de emitirse en un certamen cinematográfico internacional cofinanciado con fondos públicos. No parece que la cuestión sea difícil de entender.

Foto: Imanol Zubero. (Cedida)

Josu Ternera es un tipo especialmente detestable. Lo retrató mejor que nadie el colega y amigo Florencio Domínguez en su libro sobre este terrorista que subtituló Una vida en ETA (La Esfera de los libros, 2006). Escribe el autor, de forma apodíctica, que “en cada escisión, en cada ruptura, Urruticoetxea se alineó siempre con aquellos que mantenían su fidelidad al nacionalismo independentista y a la violencia. No hay ningún otro caso de miembro de la organización terrorista que haya tenido una militancia tan larga y continuada, en la libertad o en la cárcel” (página 13).

Domínguez ha indagado sobre Ternera, siempre en la semisombra, y llega a la conclusión de que lo más “personal que ha escrito el sujeto investigado es un libro de recetas de cocina” (página 15). O sea, que la única peculiaridad de este tipo es que, además de terrorista amnistiado de alguno de sus delitos (participación en el asesinato de Víctor Legorburu Ibarretxe, alcalde de Galdácano, perpetrado el 9 de febrero de 1976, al que un comando etarra le descargó 12 balas en varias ráfagas de metralleta), resulta que es un gastrónomo. He aquí la banalidad del mal de la admirable Hanna Arendt: por la mañana, asesinar y, por la tarde, cocinar.

Cuando Luis Velo y Guillermo Gómez me propusieron la dirección editorial de la serie documental El desafío: ETA, incorporada al catálogo de Amazon Prime Video, albergué serias dudas sobre si podía aceptarlo. La razón no era otra que mi repugnancia hacia el discurso odioso de la banda terrorista y el convencimiento de que sin el concurso de los testimonios comprensivos y favorables a su acción criminal resultaría difícil que destacasen de forma inequívoca la inocencia y la bondad de las víctimas y la maldad intrínseca del propósito terrorista. Finalmente, llegué a la obvia conclusión —que hoy mantengo— de que el juicio ético no solo se conforma con la evidencia rotunda del asesinato, el secuestro y el chantaje, sino que requiere también, para percibir la intensidad de su vesania, la verbalización de la intención de los delincuentes.

ETA (banda terrorista)
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