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La calle y los verdaderos poderes de la derecha
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La calle y los verdaderos poderes de la derecha

La derecha no ha acumulado nunca en la oposición un arsenal de poder como el que tiene en 2023, aunque el PP no se lo crea y sobre el que advierte a la izquierda el inevitable Pablo Iglesias

Foto: El líder popular Alberto Núñez Feijóo conversa con sus compañeros de partido, Cuca Gamarra y Elías Bendodo. (EFE/Juan Carlos Hidalgo)
El líder popular Alberto Núñez Feijóo conversa con sus compañeros de partido, Cuca Gamarra y Elías Bendodo. (EFE/Juan Carlos Hidalgo)
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"El sentido en el cual nos encamina este populismo disfrazado de progresismo es único e inequívoco: el empobrecimiento de la vida pública". (José Luis Pardo. Estudios del malestar. Políticas de autenticidad en las sociedades contemporáneas. Editorial Anagrama. 2016. Página 257).

Durante las dos legislaturas de Rajoy (2011-2018), en el nivel freático de la sociedad española, se gestó el vuelco que ahora se manifiesta de modo desafiante porque él vació ideológica y estratégicamente a la derecha del mismo modo —a la inversa— que Zapatero radicalizó a la izquierda. A partir de las elecciones de 2015 (el PP se desplomó hasta los 123 escaños y el PSOE hasta los 90) la corrosión del marco institucional se hizo galopante. Y comenzó a mostrar su rostro el colapso del sistema: las repeticiones electorales y los agónicos esfuerzos para formar Gobierno. Tras las elecciones de diciembre de 2015, otras en 2016. Crisis del PSOE con una traumática ruptura interna que fue la que engendró políticamente a Sánchez. Legislatura de disrupción con la primera moción de censura exitosa que se llevó por delante a Mariano Rajoy (mayo-junio de 2018) y eclosión del propósito rupturista tras dos nuevas elecciones generales en 2019.

Foto: Ilustración: EC Diseño. Opinión

De todas esas circunstancias que conforman un proceso de decadencia y debilidad del marco constitucional, surge la febril oportunidad de los independentismos y de una izquierda irreconocible tentada temerariamente a alterar los términos históricos de la democracia española de 1978 gobernada en dos largos períodos por el PSOE (1982-1996 y 2004-2011). Una ley de amnistía, llámese así o de otra manera, oficiaría conforme a su naturaleza: norma transicional de régimen a régimen mediante la deslegitimación del primero para diseñar otro diferente.

El PP y la antropofagia

En ese contexto, la pretensión —nada nueva desde el Pacto del Tinell (20 de diciembre de 2003)— es eliminar posibilidades de que la derecha acceda al poder. Y ocurre lo que escribió Shlomo Ben-Ami en el prólogo del magnífico ensayo histórico de José Varela Ortega titulado Los señores del poder (Galaxia Gutenberg. 2013): "No hay democracia que pueda sobrevivir mucho tiempo al empeño de importantes sectores de la sociedad, tanto de derecha como de izquierda, en sustituir una política de participación por una de exclusión" (página 13) y también que "es precisamente en momentos de crisis como la actual cuando este histórico logro de la Transición se pone a prueba. Es posible que en estos momentos requieran una refundación del modelo español, un cambio sobre el cambio sin quebrar los parámetros de la convivencia de todos en un espacio político común". (página 17).

El PP es un partido antropófago —así me lo define un inteligente jurista— porque acostumbra a devorar a sus líderes. Ya se bisbisea en ámbitos caníbales del entorno de la organización que Núñez Feijóo está amortizado. Porque la medida de todos los éxitos es la obtención del Gobierno. La paciencia se ha descartado ya como virtud en el ejercicio de la política. Al margen de la absoluta y manifiesta inconveniencia de moverle la silla al expresidente de la Xunta de Galicia, sin dejar de considerar los errores que ha cometido, ¿cómo es posible desconocer el arsenal de poder efectivo, directo, enorme, del que dispone la derecha española en estos momentos logrados, además, bajo la presidencia de Núñez Feijóo? Es posible porque, tras el traumático 23 de julio, el PP no ha digerido del todo la frustración de sus expectativas. La cuestión era y es muy sencilla: en un sistema parlamentario al partido más votado y con más escaños no le corresponde irremediablemente la gestión gubernamental, pero sí el ejercicio de una oposición consistente con los recursos democráticamente obtenidos y que configure una alternativa.

Cuatro poderes democráticos e institucionales

Los grandes poderes de la derecha son estos:

1) El grupo parlamentario en el Congreso más numeroso —137 diputados que se corresponden con ocho millones de votos— lo que le hace necesario —introduciendo a Vox en la ecuación— para la adopción de decisiones que exijan mayorías reforzadas superiores a las absolutas, o sea, minoría de bloqueo, por ejemplo, para la reforma de la Constitución.

2) Mayoría absoluta en el Senado que, además de empoderarle en la segunda lectura legislativa, le permite controlar el techo de gasto como condición necesaria de los Presupuestos Generales del Estado (Ley Orgánica de 2012 de Estabilidad Presupuestaria y Sostenibilidad Financiera), aprobar —o no— nuevos Estatutos de Autonomía o su revisión (artículos 144 y siguientes de la CE), y, además de ejercer el control cameral al presidente del Gobierno, formar comisiones parlamentarias de investigación y, en fin, autorizar al Ejecutivo la aplicación de medidas al amparo del artículo 155 de la Constitución.

Foto: Fachada del Congreso de los Diputados. (EFE/Fernando Alvarado) Opinión
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3) Gobierno con mayoría absoluta en las comunidades de Madrid, Andalucía, Galicia y Rioja y en coalición con Vox en Aragón, Comunidad Valenciana, Extremadura, Región de Murcia, Castilla y León, Cantabria, y las alcaldías-presidencias de las ciudades autónomas de Ceuta y Melilla. Los gobiernos autonómicos gestionan los servicios públicos esenciales (sanidad y educación, entre otros), disponen de iniciativa legislativa ante las Cortes Generales y de facultades para la aplicación de las leyes marco (educación, vivienda). Además, forman parte de las comisiones sectoriales de las que depende la viabilidad de las políticas gubernamentales, entre ellas, la que estudia y debate la financiación autonómica, a lo que ha de añadirse el control de la mayoría de las alcaldías de capitales de provincia (30) —dos de las cuales, Barcelona y Vitoria tienen alcalde del PSC y del PNV, respectivamente, por cesión de los votos del PP a cambio de nada— y de más de la mitad de las urbes no capitales con más de 50.000 habitantes.

4) Vinculación con el Partido Popular Europeo, el mayoritario en el Parlamento de la Unión, lo que le proporciona una capacidad de relación e interlocución internacionales con gran potencial (el grupo popular europeo es, con 177 diputados —13 del PP español— de 705, el más numeroso del Parlamento de la Unión).

La movilización en la calle

Esos son los poderes de que dispone la derecha y con ellos Núñez Feijóo podría urdir todo un proyecto creíble —alternativo y de oposición— siempre que lo articule de forma convincente. El poder de convocatoria popular —que hoy se materializa en el gran acto en Madrid— no es menor y se trata de un llamamiento con tantos inconvenientes como indicaciones. La sobrerreacción del PSOE y del Gobierno ante la convocatoria sugiere que la iniciativa causa inquietud porque abre un frente inesperado: la expresión pública e insorteable de un desacuerdo radical con una eventual medida —la amnistía— que actuaría letalmente sobre la vigencia efectiva de la Constitución de 1978. No es una reflexión apocalíptica sino derivada de la más elemental lógica jurídica y, sobre todo, política.

El recurso a la calle ha de administrarse con tiento, con templanza y con un mensaje propositivo. Pero es legítimo, aunque su eficacia sea como la de los medicamentos: provoca efectos secundarios. Además, pasear cuestiones políticas con la pancarta ha sido una especialización de la izquierda que se siente atracada cuando la derecha invade ese territorio que considera como una dehesa ideológica de su propiedad. La izquierda en la calle es lo previsible; la derecha en la calle es golpismo. Isabel Rodríguez mencionó la soga en casa del ahorcado.

La advertencia de Pablo Iglesias

Núñez Feijóo, resulte lo que resulte en términos cuantitativos y cualitativos la concentración de hoy (coincide con la fiesta anual del PSC y el Alderdi Eguna o día del partido del PNV) dispone el martes de una legítima oportunidad en el debate de su investidura: armar un buen discurso y replicar con acierto. No es fácil y no ha de marrar el tiro. Los argumentos para una disertación convincente son muchos y los poderes que acumula el PP suficientes para tratar a la izquierda y al independentismo de tú a tú.

Como ocurre con frecuencia, frente al trampantojo de sonrisas con el que Yolanda Díaz quiere dar el pego político, a Pablo Iglesias se le entiende todo sin necesidad de exégesis. Es como el canario en la mina. Y esto es lo que escribió el pasado 14 de septiembre ("Aznar y el compromiso histórico") en Ctxt: "lo preocupante no es que saquen a la calle a sus bases sociales, sino que ya tienen listo a su ejército de jueces, mandos policiales y militares y pistoleros mediáticos, frente a un PSOE que no parece entender que esto va mucho más allá de la investidura. Esto va del fin del régimen del 78 y del enfrentamiento con una derecha que es mucho más poderosa que los 171 escaños que suman PP, Vox y UPN". Si se descuentan las hipérboles en las que abunda el fundador de Podemos y su lenguaje guerracivilista, el fondo de su tesis es cierta: la derecha —que va más allá del PP— tiene más poder del que parece, aunque, quizás, la propia derecha política no se lo crea.

La relación con Vox

Por fin, el PP ha de tomar una decisión estratégica definitiva sobre su relación con Vox. O corte o cortijo. El comportamiento del partido de Abascal ha sido penoso, pero las resignaciones del PP no lo han sido menos, en particular en Extremadura y la Región de Murcia. Las imposiciones de Jorge Buxadé en el nombramiento de presidentes de legislativos autonómicos con perfiles políticos tan insensatos, tan alejados de la media natural del ciudadano, demuestran que un sector del partido radical —el que ha apartado a Espinosa de los Monteros— se debate entre la administración del poder allí donde le sea posible y la intención de destruir al PP para asegurar su longevidad en la oposición contra Sánchez. Así que urge esa clarificación de Génova porque le va su futuro.

La receta es absorber de nuevo a esa manifestación política que no guarda paralelismo con los estímulos que han dado vigencia a partidos aparentemente similares en Occidente y superar la división del bloque de las derechas para competir con más ventajas frente al bloque de la izquierda e independentistas. No es en absoluto sugestiva una solución contraria, o sea, la cohabitación normalizada entre el PP y Vox porque los de Abascal son un lastre a las posibilidades de recrecimiento del Partido Popular. La gestión de ese maridaje ha sido pésima.

El ejemplo de cómo se trata a los socios, especialmente a los indeseados, es el propio Pedro Sánchez: ni una mala palabra ni un mal gesto hacia Unidas Podemos ni hacia ERC, PNV, Bildu y, ahora, también Junts, incluso si acusan al PSOE de haber estado detrás del golpe del 23-F. De contrario, la extrema dureza que aplica a sus adversarios, de lo que puede dar fe el propio Feijóo. No hay que parecerse al adversario, pero en ocasiones, sí aprender de sus estratagemas reinterpretándolas. El PP, en definitiva, tiene una mano de naipes con posibilidad de lanzar órdagos insospechadamente impactantes después de una investidura de Núñez Feijóo que, seguramente, no prosperará, pero que podría albergar mucha potencia política para el futuro inmediato si la derecha democrática española pone las luces largas.

"El sentido en el cual nos encamina este populismo disfrazado de progresismo es único e inequívoco: el empobrecimiento de la vida pública". (José Luis Pardo. Estudios del malestar. Políticas de autenticidad en las sociedades contemporáneas. Editorial Anagrama. 2016. Página 257).

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