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Ecos del responso en el Ateneo
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José Antonio Zarzalejos

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Ecos del responso en el Ateneo

No se ha pronunciado en el Congreso un discurso más bolivariano que el de Óscar Puente, que tanto respondió al presidente del PP como —quizá más— a los asistentes socialistas al acto terminal del Ateneo

Foto: Alfonso Guerra y Felipe González en el Ateneo de Madrid. (EFE/Fernando Alvarado)
Alfonso Guerra y Felipe González en el Ateneo de Madrid. (EFE/Fernando Alvarado)
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"Los estadistas te dicen la verdad, aunque pueda ser impopular. Los políticos te dirán lo que es popular, aunque no sea verdad". (Frase de atribución incierta, según Valentí Puig, que la recoge en la página 51 de su libro Malicia en el país de la política).

Los socialistas críticos con Pedro Sánchez han acampado en la tierra de nadie. Molestan a los dirigentes de su organización, que los tratan despectivamente, e incluso les acosan, e irritan a los que les recuerdan que su erróneo "patriotismo de partido" les sirve de coartada para haber votado —muchos reconocen haberlo hecho el pasado día 23 de julio— a las listas lideradas por su secretario general del que ahora denuestan. Se les está bombardeando desde ambos flancos con una intensidad que roza el ensañamiento. Especialmente después de la presentación en el Ateneo de Madrid el pasado día 20 de septiembre del libro de Alfonso Guerra (La rosa y las espinas. El hombre detrás del político. Editorial La Esfera de los Libros. 2023) en el que participó Felipe González, sellando así y públicamente la paz entre los dos dirigentes históricos del PSOE anterior.

Patriotismo de partido y mandarinato

El acto del Ateneo, celebrado en la ebullición de comentarios sobre la expulsión del PSOE de Nicolás Redondo Terreros, allí presente también, merece una interpretación que alcance a sus antecedentes y llegue hasta las consecuencias que ha tenido en el socialismo español, si por tal se entiende en el que militarían los cargos orgánicos y públicos de la plataforma que lidera Pedro Sánchez, lo cual es ciertamente dudoso.

Hay que adelantar que la reconciliación de González y Guerra viene de tiempo atrás y se debe en parte a los buenos oficios de Juan Carlos Rodríguez Ibarra, presidente que fue de la Junta de Extremadura entre los años 1983 y 2007, casi un cuarto de siglo, y que cualquier colectivo ideológico y orgánico tendría por actor político de primera magnitud. Pero, además de la mediación del extremeño, la gestión de Pedro Sánchez ha provocado poco a poco un corrimiento de posiciones en el llamado PSOE "histórico", también denominado "caoba".

Hubo un momento reciente en el que se creyó —puro espejismo— que el patrimonio de gestión socialista acumulado entre 1982 y 1996 —la época de González— se entendería por el PSOE actual como un legado válido para este tiempo político. Esa es la razón por la que el expresidente del Gobierno —no así Alfonso Guerra— acudió al cuadragésimo congreso del PSOE celebrado en octubre del pasado año en Sevilla. Nada de nada.

Foto: El presidente de Castilla-La Mancha, Emiliano García-Page. (EFE/Ángeles Visdómine)

La realidad es que sí han incurrido esos sectores socialistas críticos con Pedro Sánchez en el malentendido "patriotismo de partido". Tan intenso y emocional que han tardado casi seis años en darse cuenta de que el secretario general del PSOE ya les dobló el brazo en las primarias de 2017 —en las que arrasó a una Susana Díaz apoyada por la que ahora de se denomina "vieja guardia" y en las que Patxi López apenas si logró un 10% de los votos— y volvió a hacerlo con los nuevos estatutos del partido que establecen una especie de pacto entre el líder renacido y la militancia previamente radicalizada, retirando facultades a los órganos internos de la formación. Unos estatutos de blindaje personal y del mandarinato en el que se está convirtiendo la dirigencia del actual del PSOE.

Sánchez, desde que fuera obligado a renunciar a la secretaría general en octubre de 2016, ha sido constante en su propósito: establecer una quiebra entre el PSOE de González —incluso el de Rodríguez Zapatero— y el suyo. Albergaba el hoy presidente en funciones razones de índole personal, tales como la ambición de poder, legítima en un político, y un detectable resentimiento hacia las elites dirigentes del socialismo para las que él nunca había puntuado. Tampoco puede obviarse que Sánchez estaba absorbiendo desde entonces la ola de revisionismo ideológico en la izquierda occidental que se había quedado entrampada en una socialdemocracia rutinaria.

La tardía impugnación a Sánchez

El acto del Ateneo, tan justamente crítico con las políticas de Pedro Sánchez, destapó toda la impugnación que amplios pero inactivos sectores del PSOE han elaborado en silencio durante estos años. Las intervenciones de Guerra y de González en ese evocador auditorio —como otras anteriores de exdirigentes que se identifican con ellos— sonaron a responso, a canto de cisne, a discurso funerario, porque encallaron en las palabras con renuncia implícita a cualquier propósito de alteración del estatus quo en su partido.

Es difícil, pero, sin embargo, no imposible, tratar de internarse en el tejido de la plataforma de Pedro Sánchez y, de no conseguirlo, evidenciar, más aún, que el PSOE ha dejado de ser lo que fue. Los estatutos del partido prevén (artículo 4) la posibilidad de constituir "corrientes de opinión", no incógnitas en la organización (López Tapias encabezó en 2014 la que se denominó Izquierda Socialista y se dio de baja del partido en 2018). Los requisitos son severos, pero, en principio, con el 5% de avales de militantes de otras tantas federaciones regionales o de nacionalidades, sería verosímil institucionalizar una tendencia y, desde luego, estrictamente necesario si se pretende que el limo ideológico del PSOE de la transición trascienda a la gestión de Sánchez y goce de visibilidad. Versos sueltos y, por lo tanto, vulnerables, como Joaquín Leguina o Nicolás Redondo, son testimoniales, pero inocuos para la soberbia que anida en la Moncloa y en Ferraz. También lo es el esfuerzo, tan bienintencionado como irrelevante, de erigir en plataforma o partido, eso que de forma irredenta se viene etiquetando como "tercera España".

La organización los tiene fichados, los ha retirado de las listas, no les concede opción y no cuenta en sentido alguno con ellos

Los críticos con Sánchez no son solo socialistas que peinan canas; exdirigentes octogenarios; militantes frustrados en sus expectativas o académicos diletantes. En la subtrama crítica a la plataforma que lidera el actual secretario general del PSOE —vinculada estructuralmente con la izquierda-mosaico de Sumar y la gama excéntrica de independentismos de derecha, ultraderecha y ultraizquierda— se detectan personalidades jóvenes, tipos solventes, trayectorias cuajadas y con proyección profesional e intelectual. La organización los tiene fichados, los ha retirado de las listas, no les concede opción y no cuenta en sentido alguno con ellos. Dar nombres y apellidos, lejos de favorecerles, les perjudica. Prefieren estar en el anonimato mediático.

Son gente de la generación de la filósofa Stéphaine Roza (1979) que se pregunta en su último ensayo lo siguiente: "¿Cómo explicar esta creciente hostilidad hacia el universalismo, el racionalismo y el progresismo de la Ilustración en un campo, el de la izquierda o más bien de las izquierdas, que supuestamente aspira a la emancipación humana en general? ¿Cómo se ha llegado a esto?" (¿La izquierda contra la ilustración?. Editorial Laetoli. 2023. Página 13). De momento, en España, no hay respuesta, mientras en el entretanto la izquierda irreconocible se adentra en el particularismo, las políticas de identidad reactiva y en la deconstrucción del sistema de nervaduras políticas que sostienen lo común y lo igual en beneficio de los abismos de la diferencia y la confrontación. Como escribió Mark Lilla en 2018 (El regreso liberal. Editorial Debate), esas políticas identitarias que practicaron los demócratas de Estados Unidos fueron las que llevaron de la mano a Donald Trump hasta la Casa Blanca. Por eso, el autor se definió en ese ensayo como "un liberal estadounidense frustrado".

La respuesta bolivariana

La respuesta al acto-epílogo del Ateneo del pasado día 20 ha sido de una contundencia desafiante vehiculada, además, a través de un personaje que representa a la perfección la absorción de lo que Carlos Granés (*) ha denominado la "latinoamericanización" de Occidente en su ensayo Delirio americano (Editorial Taurus. 2022. Tercera parte, páginas 299 y siguientes). Me refiero, claro, al delegado de Pedro Sánchez en el debate de la fallida investidura de Alberto Núñez Feijóo.

Dijo el exalcalde de Valladolid el pasado martes que "este PSOE ya no es de sus dirigentes, ni de los actuales ni de los históricos; este PSOE es de sus militantes y, por consiguiente, del pueblo, de los hombres y mujeres progresistas de este país. Esa es una de las grandes contribuciones al PSOE que la historia reconocerá a su secretario general". Una contestación esta, que redondeó el pasado viernes, más dirigida a los críticos a Sánchez en el PSOE que a la ciudadanía en general. Puente les avisó en una suerte de soflama chavista (con sus ingredientes canónicos: el pueblo y el líder), de que su relevancia —incluso la simbólica— ha finiquitado. No se ha pronunciado un discurso más paradigmáticamente bolivariano que el de Óscar Puente, que tanto respondió al presidente del PP como —quizá más— a los asistentes al acto terminal del Ateneo. El arma destructiva que Sánchez utilizó en el Congreso —el subalterno Puente— ha cumplido su función. Y lo ha hecho con creces.

(*) Escribe Granés en su ensayo (página 449) lo siguiente: "Si la guerra civil española había enloquecido a la política latinoamericana, la transición a la democracia y la aparición de un izquierdista como Felipe González contribuyeron a devolverla a la racionalidad. En 1977 los colombianos García Márquez, Antonio Caballero y Enrique Santos Calderón le hicieron una entrevista para Alternativas, y en ella, para sorpresa de muchos, el dirigente español no se mostró como un marxista exaltado sino como un defensor de la democracia".

"Los estadistas te dicen la verdad, aunque pueda ser impopular. Los políticos te dirán lo que es popular, aunque no sea verdad". (Frase de atribución incierta, según Valentí Puig, que la recoge en la página 51 de su libro Malicia en el país de la política).

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