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Los judíos y la Iglesia, 'el brutal' arrepentimiento de Benedicto XVI
"La triste historia del antisemitismo cristiano […] en última instancia desembocó en la triste historia del antisemitismo nazi y se alza ante nosotros con el triste culmen de Auschwitz". Palabras del papa Ratzinger en 2018
"Pregunta. ¿Cuándo se enteraron usted y su familia del uso de las cámaras de gas en Auschwitz y otros lugares del genocidio de los judíos?
Respuesta. En casa escuchábamos noticiarios extranjeros, y, además, con regularidad, pero en ellos no se decía nada de los gaseamientos. Sabíamos que los judíos lo estaban pasando mal, que eran deportados, que no se podía esperar sino lo peor, pero de los detalles concretos solo me enteré después de la guerra".
Benedicto XVI. Últimas conversaciones con Peter Seewald. (Editorial Mensajero. 2016. Páginas 90 y 91).
El debate sobre el antijudaísmo y el antisemitismo —conceptos distintos, pero que han terminado convergiendo— es necesario a propósito del ataque terrorista de Hamás a Israel. Porque el infortunio de los judíos y, por consecuencia, de los palestinos, solo puede entenderse por las complicidades moralmente torpes acumuladas durante siglos que han reventado realidades históricas. La Iglesia católica —su jerarquía, en particular— ha sido la responsable de una persistente judeofobia en cuyos rescoldos cuajó la peor omisión posible: nunca se oyó con nitidez su voz en contra exterminio nazi del pueblo judío hasta fechas demasiado recientes.
En 1964, Hannah Arendt escribió un sobrecogedor ensayo titulado El Vicario: ¿Silencio culpable? (el texto está recogido en Responsabilidad y juicio, una recopilación de trabajos de la autora editado por Paidós Básica en 2007). La reflexión de la filósofa judía se refiere a la omisión de Pío XII de "hacer una declaración pública inequívoca sobre la matanza de judíos europeos durante la Segunda Guerra Mundial". Recientemente, han aparecido documentos que acreditan que el Vaticano tuvo conocimiento de la barbarie nazi, pero siguió callado mientras el Pontífice y Mussolini alcanzaban acuerdos sobre la relación difícil del Estado Vaticano con Italia, tras los Pactos de Letrán en 1929 entre el dictador y Pío XI. Pero ya, desde siglos antes, la Iglesia había venido fomentando la peor de las inquinas contra los judíos: constituían el pueblo "deicida", erosionaban los valores cristianos, habían perdido la condición de pueblo "elegido" en favor de las sociedades cristianas… Basta leer el magnífico ensayo de Joseph Pérez, Los judíos en España (Editorial Marcial Pons), para hacerse una ajustada idea —desde nuestro país a todo Occidente— de las penalidades de ese pueblo de las que tantas veces fue responsable la Iglesia.
Hasta tal punto ha sido reciente la rectificación del Vaticano sobre los judíos y el Estado de Israel —no la mera petición de perdón por las omisiones, declaración frecuente desde los años cuarenta del siglo pasado—, que hemos de leerla de manera rotunda en los documentos, casi testamentarios, de Benedicto XVI (1927-2022), publicados íntegramente en España este mismo año (Qué es ser cristiano. Un testamento espiritual. La Esfera de los libros). El fallecido papa alemán, un gran historiador y teólogo, afirma contrito que "desde la época de Auschwitz, es notorio que la Iglesia debe replantearse la cuestión de la naturaleza del judaísmo" (página 71). De modo que, con estas palabras, el Pontífice reconocía paladinamente que la Iglesia había sido insensible a la cuestión judía en términos generales: desde el punto de vista teológico, moral, pastoral, pero también político. Con el cortejo de males que conllevó ese sectarismo tan antievangélico y, sobre todo, tan históricamente cobarde.
Por eso, Joseph Ratzinger escribe que "tras la creación del Estado de Israel en 1948, se formó una doctrina teológica que condujo en última instancia al reconocimiento político del Estado de Israel por parte del Vaticano. Subyacía a este reconocimiento la convicción de que un Estado entendido en un sentido estrictamente teológico, un estado de religión judía, que quisiera considerarse a sí mismo como el cumplimiento político y religioso de las promesas, según la fe cristiana, resulta inconcebible en una dimensión histórica y se hallaría en contraposición al entendimiento cristiano de las promesas. Al mismo tiempo, sin embargo, quedaba claro que el pueblo judío, en virtud del derecho natural, tenía derecho, como cualquier otro pueblo, a su territorio […] parecía así evidente que el lugar para ello debía localizarse en el territorio de la experiencia histórica del pueblo judío. En la situación política de desmembramiento del Imperio otomano y del protectorado británico, pudo encontrarse efectivamente allí según los criterios del derecho internacional. En este sentido, el Vaticano reconoció a Israel como un moderno Estado de derecho y lo considera un país al que tiene derecho el pueblo judío. Su origen, sin embargo, no puede derivarse directamente de las Sagradas Escrituras, por más que, en un sentido más amplio, pueda ser la expresión de la fidelidad de Dios al pueblo de Israel." (página 96)
Los países europeos más antijudíos y antisemitas presentan una trayectoria histórica de profunda cristiandad, sea católica o protestante
La anterior es una declaración aplastante sobre la legitimidad reconocida por la Iglesia del Estado de Israel, tras siglos de hostilidad, silencio cómplice y desprecio antijudío, y está escrito sin coartadas dialécticas por Benedicto XVI quien, cuando traspasó la entrada del campo de exterminio de Auschwitz-Birkenau en mayo de 2006, se preguntó "¿¡Dónde estaba Dios!?". El papa intervino emocionadamente y recordó la visita anterior, en 1979, de Juan Pablo II, polaco, en cuya patria se perpetraron los peores crímenes contra la Humanidad. Hasta el punto de que Primo Levi, sobreviviente de aquel horror, declaró poco antes de morir: "Si existe Auschwitz, no puede existir Dios" (entrevista de Ferdinando Camon, publicada íntegramente por ediciones Altamarea. Mayo 2023).
Pero el desgarrador arrepentimiento de Benedicto XVI, que debería ser de todos los que se tienen por católicos, va más allá en la carta que remite al gran rabino de la comunidad de culto israelita de Viena (sic) en septiembre de 2018, en la que le dice: "Esta disputa [entre cristianos y judíos] por desgracia fue entablada a menudo, o incluso casi siempre, por los cristianos sin el debido respeto a la otra parte. Tanto fue así que se fraguó la triste historia del antisemitismo cristiano, que, en última instancia, desembocó en la triste historia del antisemitismo nazi y se alza ante nosotros con el triste culmen de Auschwitz."
Los países europeos más antijudíos y antisemitas presentan una trayectoria histórica de profunda cristiandad, sea católica o protestante. Es preciso, pues, que llegue el mensaje de Benedicto XVI y que, al mismo tiempo, el Gobierno de Israel entienda que la inapelable legitimidad de su Estado, que es el hogar de los judíos y de otras minorías israelíes, requiere de la compasión y de la justicia que nunca sus enemigos aplicaron a sus ciudadanos. El "brutal" arrepentimiento del papa— así descrito por un teólogo jesuita—, fallecido tras renunciar inéditamente al pontificado, es un aldabonazo —aquí y ahora— a todas las conciencias.
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