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Los 'judíos nazis' y los verdaderos verdugos de los palestinos
Los grandes pogromos de palestinos —en 1970 en Jordania y en 1982 en el Líbano— se produjeron a manos de sus hermanos árabes, que los consideran carne de cañón, escudos humanos y una nación paria
Es posible llegar a la mayor abyección. Se alcanza cuando alguien adjetiva de nazi a un judío. Este improperio es el epítome de la propaganda antijudía y antisemita en la que militan determinados sectores ideológicos —no solo de la izquierda—, cómodamente instalados en la molicie europea y norteamericana. Tratan estos sectores de localizar la mejor coartada argumental para atacar el derecho del Estado de Israel a defenderse —aunque no todos los israelíes sean judíos— y para, al compararlos con sus exterminadores hitlerianos, crear una espesa conciencia de culpabilidad inversa sobre ellos. Pero la realidad histórica es otra. Los pogromos más crueles y obscenos en el siglo XX los han padecido los judíos y, sí, también los palestinos, pero no a manos de aquellos sino de sus hermanos árabes de la región.
La matanza de judíos el 7 de octubre pasado se considera la mayor y más cruel desde la ejecución de la solución final por los nazis. Aunque, mucho antes del Holocausto y de crearse el Estado de Israel, en 1929, los palestinos ya protagonizaron un pogromo de triste recuerdo en la ciudad de Hebrón, incitado por Al-Husayni, gran muftí de Jerusalén y aliado de Adolf Hitler. Las guerras en Israel (cosa distinta son las intifadas y los choques bélicos limitados desde el inicio de este siglo hasta 2021) se han entablado con los Estados árabes de la región, que de manera culpable e hipócrita han utilizado a los palestinos como carne de cañón y, como ahora ocurre en la Franja de Gaza, también como escudos humanos.
De hecho, han sido los árabes —jordanos y libaneses— los protagonistas de masacres de palestinos. La primera, en septiembre de 1970, cuando el rey Huseín de Jordania arrasó con las comunidades palestinas en su país ante el riesgo de que desestabilizasen su reino. La segunda data de septiembre de 1982 en los campos de refugiados palestinos de Sabra y Shatila, en el Líbano. Los libaneses maronitas pasaron por las armas a los palestinos en una acción de incalificable venganza. Avergüenza tanto este episodio que ya se encargó la propaganda antijudía de atribuir inacción a las tropas israelíes para evitar el crimen colectivo, desplazando hacia Israel esa responsabilidad. De una forma o de otra, los judíos siempre son culpables. Así cumplen el papel universal de chivo expiatorio de las omisiones, indiferencias, egoísmos y fanatismos de los países árabes y de muchos occidentales.
Lo que está ocurriendo en la Franja de Gaza no deja indiferente a nadie. Tampoco a los propios judíos, que tienen presente la frase célebre y sentida de la que fuera primera ministra de Israel entre 1969 y 1974, Golda Meir (1898-1978): "Puedo perdonar que maten a nuestros hijos, pero no puedo perdonar que nos obliguen a matar a los suyos". Esta expresión contiene toda la frustración, toda la angustia y toda la determinación de un pueblo acosado de manera permanente y desde hace siglos.
"Puedo perdonar que maten a nuestros hijos, pero no puedo perdonar que nos obliguen a matar a los suyos", dijo Golda Meir
Meses antes del ataque terrorista de Hamás, se tramitaban miles de permisos para que los gazatíes pasasen la linde y pudieran trabajar en Israel. Los suministros y el transporte de insumos eran normales y recorrer las proximidades del territorio permitía observar, lo mismo que en Cisjordania, una clara mejora de las condiciones de vida de los palestinos, miles y miles de ellos empleados en Israel. Muchos israelíes, entre ellos nuestro amigo Enrique, judío argentino, viven desde hace muchos años en las proximidades de Gaza y hasta el ataque de Hamás lo han hecho con una razonable seguridad. El domingo 8 de octubre nos comunicamos con él. Su respuesta —la última, no hemos vuelto a saber de él— fue escueta y muy de su estilo: "Esto se está poniendo feo, muy feo".
El control de esos territorios de Gaza y Cisjordania por los palestinos es absoluto. En los meses de abril y mayo de este año, en un viaje a Israel con recorrido de norte a sur, no era posible penetrar en varias ciudades, por ejemplo, en Jericó o en Ramala. No podían hacerlo ni judíos ni visitantes. Belén está bajo tal mando palestino —que controla también allí la iglesia de la Natividad, lo mismo que en Jerusalén el Santo Sepulcro— que los guías judíos no pueden acompañar a los extranjeros que quieren conocer la ciudad. Y más datos: la comunidad de cristianos palestinos en Belén —con algunos de cuyos representantes tuve ocasión de hablar— es ya una minoría reducida aplastada por sus compatriotas de religión musulmana.
Hamás sabía que sus ataques provocarían la reacción de Israel (como ha escrito Juan Soto Ivars, no hay proporcionalidad posible en la respuesta, como no la ha habido tampoco en la intrusión terrorista previa) y descontó que esa misma reacción le serviría para victimizarse y defenderse del contrataque con la barricada humana de los palestinos de la Franja, a los que ha conminado a no evacuar la zona norte. Ningún país hasta el momento ha ofertado medidas verdaderamente eficaces para rescatar a los palestinos. El territorio dispone de una frontera sur con Egipto de más de 13 kilómetros y una línea de costa de más de 45. El comportamiento descarnadamente cruel de Hamás (y de Hezbolá) para con los habitantes de Gaza entra en simpatía con la instrumentalización de algunos Estados de la región que han armado a la organización terrorista y que sacrifican sin mover un dedo a los palestinos para hacer recaer sobre Israel toda la culpa de su suerte. Son esos Estados que pretenden la aniquilación de Israel, pero que jamás consentirían un Estado palestino.
No habrá que dejar de recordar al Gobierno de Israel que tiene la obligación inesquivable de respetar los tratados internacionales y preservar tanto cuanto sea necesario la vida de los palestinos, sin renunciar a su defensa integral permanente. Pero en mayor medida aún, los países árabes tienen también que dejar de ser por acción o por omisión verdugos del pueblo palestino, al que tratan como una comunidad paria y subalterna. Por fin, el progresismo de ambos lados del Atlántico ha ido servido con la reflexión crítica ("La insensibilidad moral de la izquierda") firmada por 73 escritores, sociólogos, periodistas, historiadores y politólogos israelíes, publicada el pasado martes en el diario El País. Así terminaba el texto: "Instamos a nuestros homólogos de la izquierda a que vuelvan a una política basada en principios humanistas y universales, adoptando una postura clara contra el abuso de los derechos humanos de cualquier tipo y nos ayuden en la lucha por romper el ciclo de violencia y destrucción".
Es posible llegar a la mayor abyección. Se alcanza cuando alguien adjetiva de nazi a un judío. Este improperio es el epítome de la propaganda antijudía y antisemita en la que militan determinados sectores ideológicos —no solo de la izquierda—, cómodamente instalados en la molicie europea y norteamericana. Tratan estos sectores de localizar la mejor coartada argumental para atacar el derecho del Estado de Israel a defenderse —aunque no todos los israelíes sean judíos— y para, al compararlos con sus exterminadores hitlerianos, crear una espesa conciencia de culpabilidad inversa sobre ellos. Pero la realidad histórica es otra. Los pogromos más crueles y obscenos en el siglo XX los han padecido los judíos y, sí, también los palestinos, pero no a manos de aquellos sino de sus hermanos árabes de la región.
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