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Las 1.428 palabras de Armengol que no pasarán (o sí) a la historia
A la fortaleza del sistema institucional contribuyó el discurso de Gregorio Peces Barba el 30 de enero de 1986; a su debilitamiento ha contribuido el de Francina Armengol el 31 de octubre de 2023
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El afán de trascendencia de los políticos con hechuras se manifiesta no solo en sus decisiones, sino también en sus palabras. Las de Gregorio Peces Barba hace 37 años (30 de enero de 1986), con motivo de la jura de la Constitución por el hoy Rey, ha pasado a los anales de las Cortes Generales como un ejemplo de teorización de la institución monárquica en la carta magna de 1978. Es un texto aquel de lectura obligada para desentrañar el significado de la Corona en nuestro sistema democrático (texto íntegro en el Diario de Sesiones del Congreso de los Diputados número 265 de la II legislatura). La actual presidenta del Congreso y de las Cortes Generales, Francina Armengol, sin embargo, no ha tomado -más allá de un par de menciones inconsecuentes- referencias de aquella disertación.
Es ininteligible en una intervención institucional de la naturaleza de la que se ha vivido que no se hayan mencionado las palabras monarquía y parlamentaria ni se haya glosado su significación actual, aparcándolas para redundar en una exposición incrustada de frases al uso en el paradigma de lo políticamente correcto. La monarquía parlamentaria, el pacto territorial, los derechos y libertades de los ciudadanos son las claves de bóveda de la Constitución de 1978 que se han ido desarrollando y desenvolviendo conforme a las pautas de una sociedad que, como la española, ha vivido momentos —de 1986 hasta el presente— dignos de una hermenéutica y de un vuelo oratorio y dialéctico de más enjundia que los de Francina Armengol.
No obstante, su discurso de 1.428 palabras ha sido coherente con el decaimiento de la fortaleza intelectual de la política en España y también con los modelos de comunicación de determinada izquierda que no depone su militancia ni siquiera en los momentos que requieren mayor capacidad de integración. En las palabras de Armengol hubo puntadas con hilo: se albergó una clave que explicaría el proceso de desinstitucionalización que padece el Estado. Porque mientras Gregorio Peces Barba afirmó en 1986 que "en nuestro sistema tenemos que ser siervos de la Ley para poder ser libres", Francina Armengol ha replicado que “celebramos, pues, un compromiso [no dijo de quién, o sea, de la Princesa de Asturias] con nuestro sistema político, el sistema sobre el que hemos construido nuestra historia reciente, que otorga el poder a través de nuestras instituciones —reunidas hoy en esta casa— a quien verdaderamente le pertenece: al pueblo soberano”. Estos párrafos tan disímiles establecen dos perspectivas conceptuales de la democracia constitucional bien diferentes. La primera acentúa la limitación de los poderes mediante la observancia de las leyes dictadas por las Cámaras legislativas; la segunda apela al pueblo conforme a la cultura política del nuevo populismo.
Consecuencia de este planteamiento discursivo ha sido también la ausencia de referencias de cortesía institucional al Rey y a la propia Princesa de Asturias y a los asistentes representativos de distintas instancias. Gregorio Peces Barba inició así su discurso: “Son testigos de excepción que honran esta sesión Sus Majestades los Reyes, a los que quiero saludar con todo el afecto, consideración y respeto que merecen y que los miembros de las Cámaras les profesan. También saludo a Sus Altezas Reales las Infantas, a Su Alteza Real el Conde de Barcelona y a los restantes miembros de la Familia Real. Y al Presidente del Tribunal Constitucional, al Presidente del Consejo General del Poder Judicial, a los señores Jefes de Misión acreditados en Madrid, a los Presidentes de los Consejos de Gobierno de las Comunidades Autónomas, a los miembros de los órganos constitucionales, a las autoridades civiles y militares y a los representantes de la Iglesia Católica y de las demás confesiones religiosas”.
Para Armengol, tales menciones parecieron displicentemente evitables y, seguramente, viejunas: “Majestades, señoras y señores diputados, senadores y senadoras, presidente del Gobierno, vicepresidentas, ministros y ministras, autoridades, amigos y amigas. Bienvenidos y bienvenidas a las Cortes Generales, sede de la soberanía popular, para recibir el juramento de su alteza la Princesa Leonor en esta sesión conjunta del Congreso de los Diputados y del Senado”. Se mencionan a las vicepresidentas —muy bien—, pero ¿por qué no expresamente a autoridades del Estado con prelación sobre ellas y los ministros? Quizá la aculturación manifiesta de Armengol no le permita calibrar el valor del protocolo que no es otra cosa que la liturgia del poder. O quizá si le hayan instruido para que incurriera, precisamente, en esas y otras omisiones.
Bien pensado, a la historia —grande o pequeña— se pasa por hacer o por no hacer; por decir o por callar; por la excelencia o por la ramplonería. Juzguen. La disolución de las referencias permanentes de solvencia en la política son las que van horadando la idiosincrasia de un sistema institucional. A su fortaleza contribuyó el discurso de Gregorio Peces Barba el 30 de enero de 1986; a su debilitamiento ha contribuido el de Francina Armengol el 31 de octubre de 2023. Todo va encajando en una deriva política que excepcionan la certeza, la seguridad y la continuidad de la Corona que, con una dignidad que contrasta con la política arrabalera, representa Felipe VI y —en el futuro— Leonor de Borbón y Ortiz.
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El afán de trascendencia de los políticos con hechuras se manifiesta no solo en sus decisiones, sino también en sus palabras. Las de Gregorio Peces Barba hace 37 años (30 de enero de 1986), con motivo de la jura de la Constitución por el hoy Rey, ha pasado a los anales de las Cortes Generales como un ejemplo de teorización de la institución monárquica en la carta magna de 1978. Es un texto aquel de lectura obligada para desentrañar el significado de la Corona en nuestro sistema democrático (texto íntegro en el Diario de Sesiones del Congreso de los Diputados número 265 de la II legislatura). La actual presidenta del Congreso y de las Cortes Generales, Francina Armengol, sin embargo, no ha tomado -más allá de un par de menciones inconsecuentes- referencias de aquella disertación.