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El progresismo de Sánchez y las derechas vasca (Ortuzar) y catalana (Puigdemont)
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José Antonio Zarzalejos

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El progresismo de Sánchez y las derechas vasca (Ortuzar) y catalana (Puigdemont)

La gestión de su investidura la ha convertido el socialista en un estropicio constitucional, en la fulminación del PSC y en el envalentonamiento del PNV que se comportará, en versión aldeana, como Puigdemont

Foto: Ortuzar y Puigdemont, reunidos en Waterloo. (EFE/PNV)
Ortuzar y Puigdemont, reunidos en Waterloo. (EFE/PNV)
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El pasado jueves escribía en este blog que "Pedro Sánchez debe saber a estas alturas que la cuestión de la amnistía es una trampa para elefantes" y también que, "el concurso de acreedores sindicados que se ha echado encima el secretario general del PSOE no le va a permitir ni una quita ni una espera en las exigencias secesionistas."

Es muy posible que, del concurso de acreedores sindicados, y tras la precipitación poco táctica del pacto firmado entre el PSOE y ERC (una abdicación constitucional, ideológica y partidaria de los socialistas), Pedro Sánchez haya entrado en declaración de insolvencia y subsiguiente estado de quiebra ante las exigencias de Puigdemont (Junts) y Ortuzar (PNV), líderes de las derechas catalana y vasca respectivamente. Es sarcástico que el gobierno de progreso dependa de la mitología identitaria que representan esos dos partidos.

Está siendo tan ostensible la debilidad negociadora del dirigente socialista, y al tiempo, es tan escandalosamente obvia su renuncia a reclamar alguna contrapartida en este trágala que, como ayer escribía Antonio Casado, Sánchez ha perdido por completo el relato moral. Muchos socialistas están abriendo los ojos, a pesar de que la consulta cosmética a las bases haya arrojado ayer el previsto resultado búlgaro

ERC lo gana todo

Al margen de lo que decida Carles Puigdemont, que reclama una derogación general de la ley penal para él y lo suyos —sean cuales fueren los delitos que hayan cometido, desde el de malversación al de terrorismo—, el PSOE ya ha reventado las costuras constitucionales con el fondo y la forma de su acuerdo con ERC. La literatura que trata de explicar el pacto con los republicanos es de un adanismo activista verdaderamente vulgar, en particular los apartados titulados "Marco previo y antecedentes" y —peor aún— "Elementos esenciales del conflicto político", líneas de un documento de 14 páginas, que compra los conceptos y el lenguaje al independentismo: referencias constantes al ‘conflicto’ y ni una apelación ni al Estado, ni a España, ni a la Constitución.

Como era lógico sospechar, el convenio entre Sánchez y Junqueras —¿cómo no se dieron cuenta en la Moncloa y en Ferraz?—, ha sugerido a Carles Puigdemont elevar la apuesta y lo ha hecho sin contemplaciones practicando lo que en el lenguaje taurino se denomina hacer la carioca (arrinconar contra las tablas al toro que carece de toda opción mientras el picador le castiga a mansalva) teniendo de correveidile a Santos Cerdán sentado bajo la imagen marsellesa del 1-O en la Barcelona de 2017. Veremos hasta donde llega este sujeto cuya opción de seguir en el martirologio bruselense tampoco es desdeñable porque contra España su actitud tiene un sentido épico sin el que el andamiaje del secesionismo se viene abajo.

Apagón de Illa y del PSC

El que ha de estar contemplando la destrucción del templo socialista catalán es Salvador Illa. Pedro Sánchez, al que el primer secretario del PSC envió 19 escaños de los 61 que se dirimían en Cataluña en las pasadas elecciones, ha convertido a 14 diputados republicanos y junteros en los interlocutores nacionales de aquella comunidad, aunque en el ranking del 23-J ocuparon la cuarta (ERC: 462.000) y quinta plazas (Junts: 392.000), por detrás del PSC (1.213.000), de Sumar (493.000) y del PP (469.000). Sin olvidar que Vox (273.000) superó a la CUP (98.000).

El PSC está desaparecido y vencido por el propio Sánchez, que ha adquirido como meros instrumentos a sus diputados ninguneando a la organización de manera tan obvia como evidente es su plan de entregar el máximo protagonismo a los contrincantes del socialismo allí. Para dejar claras las cosas, Carles Puigdemont vetó a Salvador Illa como interlocutor y toda la operación que se está diseñando por los separatistas tiene como objetivo mantenerse en el poder autonómico para volver a utilizarlo como ariete contra el Estado (o lo que de él quede). Entre Junqueras y Puigdemont han logrado que Illa sea como una cara de Bélmez y el PSC, tal que el fantasma de la ópera.

El PNV, el postre negociador

Aun en el supuesto —muy verosímil— de que Puigdemont termine por convenir la investidura de Sánchez para mantenerle el tiempo que desee como su rehén, al presidente del Gobierno en funciones otro socio le está haciendo, también, orinar sangre (sic) sin reconocer que lo pretenda: el viejo camaleón de la política española, el Partido Nacionalista Vasco. Tras la foto con Aizpurua, los nacionalistas han subido la puja. Avisaron de su cabreo ausentándose de la jura parlamentaria de la Princesa de Asturias para acreditar que saben jugar a la contra. El viernes, ese pedazo de moderado que es el lendakari puso a escurrir la monarquía parlamentaria española, tildándola de anacrónica, a pesar de que al nacionalismo vasco sin ella le volaba la antigualla foral que tantos privilegios le reporta.

El PNV, que se sabe tan decisivo como Puigdemont, con el que flirtea con visitas ad limina del presidente del EBB, está dispuesto a pillar cacho, al modo aldeano (hacer y no decir). Cacho político y material. En lo político, reconocimiento nacional de Euskadi al nivel del catalán, por lo menos; en lo material, las transferencias de la Seguridad Social y la financiación —sin más dilaciones— de la Alta Velocidad. Y, luego, se constituirá en vigilante de la ortodoxia conservadora en materia fiscal porque peleará contra la política económica de Podemos en sintonía con la mesocracia que le apoya. Su pugna con EH Bildu —que tendrá una candidata a lendakari en las muy próximas elecciones vascas, descartado Otegi— es tan insomne como la de Junts con ERC y a la inversa.

Todas estas variables describen un escenario para Pedro Sánchez cada vez más próximo al desastre completo. Depender de los nacionalismos catalán y vasco, bautizados por el propio secretario general del PSOE como progresistas es uno de los grandes hallazgos más absurdos de este capítulo de la historia de España. Si, al final, logra el interesado continuar con sus votos en la Moncloa, no es para arrendarle la ganancia. Porque si mala está siendo la guerra de la investidura peor será la posguerra de la legislatura. Depender de un carlista reconvertido y de un aldeano de la política es temerario. La Moncloa y Ferraz no han podido jugar con más torpezas y subordinación sus bazas desde el pasado 27 de septiembre.

El pasado jueves escribía en este blog que "Pedro Sánchez debe saber a estas alturas que la cuestión de la amnistía es una trampa para elefantes" y también que, "el concurso de acreedores sindicados que se ha echado encima el secretario general del PSOE no le va a permitir ni una quita ni una espera en las exigencias secesionistas."

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