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Un Gobierno para sostener y no enmendar
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José Antonio Zarzalejos

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Un Gobierno para sostener y no enmendar

La interpretación de estos nombramientos ministeriales no deja demasiado margen de duda: es un sostenerla y no enmendarla. Se trata, en definitiva, de demostrar que sí, que Sánchez está decidido a romper la baraja

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, durante la sesión de investidura. (EFE/Javier Lizón)
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, durante la sesión de investidura. (EFE/Javier Lizón)
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Ni más reducido, ni más político. El equipo gubernamental que ha nombrado Pedro Sánchez es defensivo, continuista y se sitúa en orden de formación para ejecutar los acuerdos de su investidura formalizados con los independentistas catalanes y vascos. Pudo pensarse ingenuamente que el secretario general del PSOE aprovecharía la designación de ministros de su Gabinete para disminuir el voltaje de la convulsión política y social que provocaron el discurso con el que se postuló a la presidencia del Gobierno y la literalidad de sus pactos para revalidarla. No.

Muy lejos de enviar una señal de conciliación, Sánchez ha elevado la apuesta. Y lo ha hecho al depositar su confianza en políticos de perfil inequívoco. Por una parte, ha convertido a Félix Bolaños, urdidor de la proposición de ley de amnistía, en un ministro plenipotenciario al que reitera las facultades del Ministerio de la Presidencia y de Relaciones con las Cortes y añade, nada menos, que las de Justicia. Ni siquiera le eleva a la categoría de vicepresidente —una condición que la ley de Gobierno de 1997 deja a la relevancia que el presidente disponga— porque tal condición no la necesitará Bolaños con el arsenal de competencias que manejará.

Por otra parte, Sánchez ha convertido al exalcalde de Valladolid y agreste portavoz en el debate de la investidura de Núñez Feijóo, Óscar Puente, en ministro de Transportes. Lo de menos es qué departamento le ha encargado. Lo esencial es el mensaje: el nuevo ministro estará siempre dispuesto a reiterar su comportamiento en el Congreso de los Diputados, esto es, a utilizar aquella dialéctica bélica que solo pueden interpretar los que, como Puente, entienden el ejercicio de la política como una pelea tabernaria. Pilar Alegría, que además de Educación y Deporte asume la función de portavoz del Gobierno, completa el frente discursivo que quiere Sánchez. La aragonesa incorpora de serie una sonrisa a veces vacilante, pero se mantiene firmísima en los argumentarios. Viene rodada de la portavocía del partido y hará lo previsto: llevará a la sala de prensa de la Moncloa el discurso de partido. Resulta tan obvio que deslumbra la claridad de las intenciones de Sánchez.

Foto: Pedro Sánchez, con María Jesús Montero, en el Congreso en el debate de investidura. (Reuters/Susana Vera)

Al margen del adefesio administrativo de establecer cuatro vicepresidencias, merece alguna reflexión adicional la fulminación de Podemos. Del partido de Iglesias en el Consejo de Ministros se han librado, a cuatro manos, Sánchez y Díaz porque los ministros de la cuota de Sumar o son disidentes de la ortodoxia morada o están en la órbita del difuminado Errejón o responden a fidelidad estricta de la vicepresidenta segunda. Que tampoco ha peleado por el Ministerio de Igualdad —ya advirtió que el “feminismo no es un ministerio” curándose en salud— que queda en manos de una colaboradora anterior de Óscar Puente. La nueva ministra de Sanidad, Mónica García, es un regalo para Ayuso en Madrid. Ahí, Sánchez no ha estado fino (al tiempo). La izquierda de la izquierda se instala en el Gobierno a la medida de la comodidad de Pedro Sánchez.

El PSC no puede estar demasiado satisfecho con la estricta presencia de Jordi Hereu en la cartera de Industria y Turismo. El exalcalde de Barcelona —hasta ahora presidente de Hispasat— era más relevante en la empresa pública que en ese departamento. No tiene el perfil de Iceta, mucho más político que el suyo. Por otra parte, ¿solo un ministerio para el partido federado que le ha reportado a Sánchez 19 escaños? Manteniendo la proporción con Sumar, le hubiesen correspondido al menos dos o tres. La escasez de socialistas catalanes tiene su explicación: los socios son Junqueras y Puigdemont, o sea, los adversarios del PSC. No hay que molestarlos en absoluto, ni siquiera con ministros que puedan desagradarles.

El PSC no puede estar demasiado satisfecho con la estricta presencia de Jordi Hereu en la cartera de Industria y Turismo

La continuidad de Grande-Marlaska en Interior es otra acreditación del radicalismo de Pedro Sánchez. El magistrado se veía ya fuera (en realidad aspiraba a una embajada cómoda), pero su cese podría haberse interpretado como una desautorización a su gestión en la que aparecen episodios tan difíciles de digerir política y operativamente como la trágica muerte de inmigrantes en la valla de Melilla, las desautorizaciones judiciales a su política de nombramientos y destituciones en la Guardia Civil y, en general, a la constante sensación de que al ministro le sobrepasaba el cúmulo de responsabilidades en un departamento especialmente delicado.

El boicoteo institucional de Sánchez al Congreso al no comparecer en la tribuna en el debate de investidura de Núñez Feijóo; el discurso, con excéntrica risotada incluida, con el que pidió la confianza para seguir en la Moncloa, trabajada en las penumbras con los independentistas, Santos Cerdán mediante, y la designación de un equipo gubernamental con personajes tan previsibles y dóciles a su dictado son todas señales inequívocas del propósito que se persigue, que consiste en ejecutar los acuerdos con Otegi, Ortuzar, Junqueras y Puigdemont. ¿Hasta dónde? Hasta conseguir que el sistema constitucional mute al modo en que lo han logrado los populismos para, además, y sobre todo, mantenerse en el poder. La interpretación de estos nombramientos ministeriales no deja demasiado margen de duda: es un sostenerla y no enmendarla. Se trata, en definitiva, de demostrar que sí, que Sánchez está decidido a romper la baraja.

Ni más reducido, ni más político. El equipo gubernamental que ha nombrado Pedro Sánchez es defensivo, continuista y se sitúa en orden de formación para ejecutar los acuerdos de su investidura formalizados con los independentistas catalanes y vascos. Pudo pensarse ingenuamente que el secretario general del PSOE aprovecharía la designación de ministros de su Gabinete para disminuir el voltaje de la convulsión política y social que provocaron el discurso con el que se postuló a la presidencia del Gobierno y la literalidad de sus pactos para revalidarla. No.

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