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José Antonio Zarzalejos

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Elogio de la Reina

Como escribe Juaristi, la defensa del honor de la Reina equivale a la defensa del derecho al honor y de la libertad de todas las ciudadanas españolas

Foto: Felipe VI (i) y la reina Letizia. (EFE/Mariscal)
Felipe VI (i) y la reina Letizia. (EFE/Mariscal)
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El pasado día 24 de noviembre, con motivo de la concesión del primer premio Jose Javier Uranga otorgado por el Diario de Navarra para recordar a su legendario director, que en 1980 sobrevivió a un brutal atentado de la banda terrorista ETA, me entrevistó en Pamplona con profesionalidad un buen periodista de Navarra Televisión, Roberto Cámara. Mi interlocutor se interesó especialmente sobre la opinión que me merecía la Reina, doña Letizia. Mis conocimientos sobre ella son los que resultan de haber escrito un relato a fondo sobre Felipe VI en 2021 (Un rey en la adversidad) y atender a testimonios de compañeros y amigos, ellos y ellas, que la trataron durante su trayectoria periodística, en la que destacó por un buen hacer ampliamente reconocido. Tuve ocasión de verla, pero no de tratarla, en los estudios de CNN y, alguna vez, en TVE.

Cuando se conoció su compromiso con el Rey, en ABC, del que entonces era su director, se recordaron sus crónicas de corresponsal local en Rivas Vaciamadrid. Luego asistí a la boda real el 22 de mayo de 2004 y, días antes de nacer la heredera (octubre de 2005), recuerdo bien una comida en el Pabellón de la Zarzuela con los príncipes de Asturias a la que asistí en compañía del entonces consejero delegado de Vocento, José María Bergareche, y del presidente del grupo editor, Santiago de Ybarra. Si algo nos llamó la atención fue el menú del almuerzo, de casa de familia, y la llaneza de la conversación, rasgo que caracteriza al Rey, pero que distingue a la Reina, que plantea una aproximación no siempre fácil, que lo es en cuanto se inicia el intercambio de impresiones.

Le contesté a mi colega pamplonés que la Reina es, creo, una mujer inteligente. Y al serlo ha logrado la adaptación a su función representativa y ha ayudado y ayuda al Rey de muchas formas evidentes, siéndolo especialmente la educación que ha proporcionado a sus hijas y, en particular, a la princesa de Asturias. La Reina es una mujer de su tiempo y no responde a los convencionalismos que algunos sectores echan de menos. El matrimonio de Felipe VI rompió esquemas. El Rey es el primer magistrado del Estado y se comporta como tal, pero es, también, un hombre con integridad personal y concilia esas dos condiciones con una compatibilidad natural. Se casó en 2004 con una mujer que, como todas las ciudadanas de este país, hijas de familias sin posibles para mantener a desocupados sorbiendo la sopa boba, tuvo que ganarse la vida. Ganarse la vida es un concepto amplio, porque incorpora avatares profesionales, personales, éxitos y fracasos, alegrías y amarguras, amores y desamores. O sea, lo normal.

A doña Letizia se la juzga con una inhóspita severidad, a veces, por ser una mujer normal, en el sentido ciudadano del término. Resulta que esa, la normalidad, su trayecto intercambiable con el de tantas mujeres de su edad, es uno, no el único, de sus activos para la contribución de una dinastía que sabe auscultar a una sociedad que la anterior Letizia Ortiz conoce bien. Pareciera que algunos desearían convertir su experiencia vital en un lastre. De eso ya se pispó el gran Jon Juaristi en un ensayo brillante como todos los suyos. Se titula A cuerpo de rey (editorial Ariel, 2014). El bilbaíno escribe (páginas 220 a 221) que “uno de los flancos más desprotegidos, si no el que más, ante los ataques a la monarquía constitucional española, hoy por hoy, se llama doña Letizia, cosa que saben muy bien los antimonárquicos de toda laya, pero sobre todo los de derechas. Como observa Barraycoa, por ejemplo, la ‘gran diferencia de Felipe VI respecto de sus antepasados es que está casado con una plebeya y de pasado republicano”. Y continúa Juaristi: “Esto es, claro está, una advertencia a los monárquicos netos: Letizia representa una anomalía letal o letizial en el seno de la institución”.

Foto: La reina Letizia en Cantabria. (LP) Opinión
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El ensayista, que tiene el don de anticiparse a los acontecimientos, sugiere que “no hay que ser demasiado perspicaz para adivinar que lo que verdaderamente molesta de la Reina a la derecha católica es su falta de ejemplaridad. Para el moralismo clerical, Letizia es una pecadora pública, divorciada, criptoatea (…) o sea, como miles de mujeres españolas. No se trata de comportamientos criminales ni deshonrosos, aunque bastarían para condenarla al infierno según sus detractores (una banda de hipócritas)”. Mi querido paisano propone, y me adhiero, que “frente a esta turba de inquisidores, hay que defender a la Reina. Cada ciudadano debe ser su campeón”.

Pasado el octubre monárquico y abierta ya la XV legislatura de la democracia, tiempos en los que no han faltado, con justicia, los elogios al Rey, la Reina los merece en su función y, si hubiere, que la hay, dispersión de cochambre, regresemos al consejo del sabio Juaristi: “La defensa del honor de la reina Letizia, de su derecho al honor, equivale a la defensa del derecho al honor y a la libertad de todas las ciudadanas españolas”. Así es y dicho queda.

El pasado día 24 de noviembre, con motivo de la concesión del primer premio Jose Javier Uranga otorgado por el Diario de Navarra para recordar a su legendario director, que en 1980 sobrevivió a un brutal atentado de la banda terrorista ETA, me entrevistó en Pamplona con profesionalidad un buen periodista de Navarra Televisión, Roberto Cámara. Mi interlocutor se interesó especialmente sobre la opinión que me merecía la Reina, doña Letizia. Mis conocimientos sobre ella son los que resultan de haber escrito un relato a fondo sobre Felipe VI en 2021 (Un rey en la adversidad) y atender a testimonios de compañeros y amigos, ellos y ellas, que la trataron durante su trayectoria periodística, en la que destacó por un buen hacer ampliamente reconocido. Tuve ocasión de verla, pero no de tratarla, en los estudios de CNN y, alguna vez, en TVE.

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