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La bala de plata de Felipe VI
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La bala de plata de Felipe VI

El Rey nunca será una figura institucional que ampare la decadencia constitucional sobre la que advierte. Su compromiso es situarse en el lado correcto de la historia: siempre con la ley, sea o no en la Zarzuela

Foto: El Rey Felipe VI, durante el Mensaje de Navidad. (EFE/Ballesteros)
El Rey Felipe VI, durante el Mensaje de Navidad. (EFE/Ballesteros)
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El Rey no ha circunvalado con argumentos digresivos la realidad que más urgentemente nos concierne desde el punto de vista institucional y político. "Es la Constitución y a España a lo que me quiero referir". Directamente a la cuestión esencial que nos preocupa y que a él le apela porque Felipe VI es el "símbolo de la unidad y permanencia" del Estado (artículo 56.1 de la Constitución). Y tanto la una como la otra están en riesgo.

La función del Rey, en ejercicio del derecho de comunicación y mensaje que le asiste, es llamar la atención de los riesgos que el Estado está corriendo. Riesgos que proceden del deterioro institucional y de las políticas gubernamentales, de la embestida de los secesionismos, del republicanismo radical y divisivo de la extrema izquierda y del patriotismo de cartón piedra y extremo de la ultraderecha, sin que la democrática haya encontrado ese punto de acierto que vislumbre la solidez de la alternativa, absorbida por la dinámica destituyente que se registra.

La defensa de la Constitución y de la unidad de España, en los términos tan expresivos que ha utilizado el Rey, ha sido una constante en sus discursos de este año 2023. Felipe VI se batió por la carta magna y la nación en dos acontecimientos singulares: en el Palacio Real a propósito de la jura de la Constitución por la Princesa de Asturias (31 de octubre) y en el Congreso de los Diputados, en la apertura ante las Cortes Generales de la XV Legislatura de la democracia (21 de noviembre), tras cumplir escrupulosamente con la obligación que le impone el artículo 99 de la CE: proponer candidatos a la investidura a la presidencia del Gobierno, primero a Núñez Feijóo y luego a Pedro Sánchez.

Dos párrafos son claves en el mensaje de Felipe VI.

El primero, referido a la Constitución:

"Es evidente que, para que la Constitución desarrolle plenamente su cometido, no solo se requiere que la respetemos, sino también que conservemos su identidad, lo que la define, lo que significa, su razón de ser como pacto colectivo de todos y entre todos para un propósito compartido."

Foto: Felipe VI pronuncia el discurso de apertura de la XV legislatura de las Cortes Generales. (EFE/J.J. Guillén) Opinión
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El jefe del Estado pone el dedo en la llaga: la letra de la ley puede cumplirse y, sin embargo, su espíritu ser traicionado de continuo. Es lo que está ocurriendo.

El segundo párrafo, referido a España:

"La razón última de nuestros éxitos y progresos en la historia ha sido precisamente la unidad de nuestro país, basada en nuestros valores democráticos y en la cohesión de los vínculos sólidos del Estado con nuestras Comunidades Autónomas y en la solidaridad de todas ellas".

Lo que acontece es que conceptos como la "cohesión" y la "solidaridad" están en riesgo de ruina completa.

Foto: Ilustración: L. Martín
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El corolario del mensaje del Rey —el tercero desde octubre hasta este 24 de diciembre— es que él se sitúa en el lugar "que constitucionalmente le corresponde", de modo tal que, si el marco constitucional queda alterado en su "identidad", en lo que lo "define" y en lo que "significa" —más allá de las protestas de lealtad que torticeramente se proclaman—, el jefe del Estado, el Rey, carece de sentido porque el contexto de su función quedaría transformado, mutado y pervertido. Y, en ese momento, Felipe VI, que asume la Constitución por obligación, pero expresamente, también por "convicción", dispone de la bala de plata, que es su propia disponibilidad (o indisponibilidad) como el primer magistrado del Estado. Porque el Rey nunca va a incumplir la Constitución, pero no asistirá impávido a su transgresión porque, como Amadeo de Saboya, no buscará jamás la solución "fuera de la ley" de la que él es el garante.

Este mensaje de Navidad de 2023 lo dirige el Rey, obviamente, a la sociedad española, pero más en particular a las clases dirigentes del país, porque la ciudadanía ha entendido, valorado y apreciado su labor, su rigor y su integridad en estos casi 10 años de reinado, pero no lo han hecho los estamentos de gobierno, mando e influencia social sobre los que parece predicar en un auténtico desierto.

El Rey no solo no ha perdido "el amor" de su pueblo (al que se refirió Alfonso XIII al marchar al exilio en abril de 1931), sino que lo ha incrementado hasta cotas extraordinarias. Pero es un hecho incontrovertible que demasiadas instancias decisivas no están garantizando los valores en los que la monarquía parlamentaria tiene todo su sentido representativo, simbólico y garantista. El Rey —este Rey— nunca será una figura institucional que ampare la decadencia constitucional sobre la que (a sensu contrario) advierte. Su compromiso es situarse en el lado correcto de la historia, sea o no en la Zarzuela.

El Rey no ha circunvalado con argumentos digresivos la realidad que más urgentemente nos concierne desde el punto de vista institucional y político. "Es la Constitución y a España a lo que me quiero referir". Directamente a la cuestión esencial que nos preocupa y que a él le apela porque Felipe VI es el "símbolo de la unidad y permanencia" del Estado (artículo 56.1 de la Constitución). Y tanto la una como la otra están en riesgo.

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