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La despedida perdedora de Nadia Calviño
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José Antonio Zarzalejos

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La despedida perdedora de Nadia Calviño

Nadia Calviño ha sido una 'outsider' que ha defraudado demasiadas expectativas porque no ha ejercido de tal, sino de progresista sobrevenida. El BEI le sentará mejor a su perfil que el Ministerio de Economía con Sánchez

Foto: La vicepresidenta primera del Gobierno, Nadia Calviño. (EFE/Javier Lizón)
La vicepresidenta primera del Gobierno, Nadia Calviño. (EFE/Javier Lizón)
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La todavía ministra de Economía, Nadia Calviño (La Coruña, 1968), se despide de la política española después de más de cinco años de gestión (2018-2023) para ocupar la presidencia del Banco Europeo de Inversiones. Lograr ese cargo en la Unión Europea ha sido, en rigor, su único gran éxito, tras amagar con su candidatura al FMI y luego a la presidencia del Eurogrupo. Ayer se consumó su última derrota, con la aprobación en el Consejo de Ministros de un real decreto-ley —el procedimiento abusivo que el Gobierno de coalición ha normalizado para devaluar el Congreso de los Diputados y cercenar el debate parlamentario— para prorrogar las medidas contra la crisis, que lleva la impronta de su adversaria en el Gabinete, Yolanda Díaz, aunque siempre muestre su inconformismo demagógico.

Mañana, Calviño entregará al ministro o ministra que le suceda una economía nacional alejada del déficit público que nos exige la UE (3%) y con un endeudamiento (110% del PIB) por encima del 50% de lo que indican las reglas fiscales europeas (60%), y con un amplio consenso de opiniones técnicas sobre la desaceleración inmediata del crecimiento (1,6% en 2024 frente al 2,4% de 2023), tras ser el país de la eurozona que más tarde recuperó su PIB anterior a la pandemia y, en fin, con un fracaso del empleo en los términos que aquí explicaba ayer Juan Ramón Rallo. No era lo que se esperaba de una eurócrata, de una figura reconocida con credenciales extraordinarias en el funcionariado de Bruselas y que en su momento fue la mano derecha presupuestaria del presidente de la Comisión, el conservador Jean-Claude Juncker (entre 2014 y 2019).

Su nombramiento en el primer Gobierno de Pedro Sánchez en 2018 se percibió como el propósito de equilibrar el peso del radical izquierdismo insertado en el Ejecutivo de coalición, tanto durante la época de Pablo Iglesias como luego en la de Yolanda Díaz. La lideresa de Sumar, sin embargo, le ha ido mermando terreno en todos aquellos espacios en los que Calviño debió ser más reconocible.

El estamento empresarial constata que la ministra de Economía no ha servido para evitar la estigmatización de los gestores de grandes compañías, a los que el mismo presidente del Gobierno ha criticado nominativamente. No ha servido tampoco para balancear una política fiscal de verdadero estímulo a las inversiones y a la rentabilidad mercantil (el cambio de sede de Ferrovial fue todo un baño de realidad en este orden de cosas). No ha facilitado, sino todo lo contrario, las inversiones de las empresas energéticas y financieras, que han debido asumir gravámenes patrimoniales no tributarios, una figura jurídica extravagante, por constitucional que sea, en el contexto de una parafiscalidad oportunista que ha herido la seguridad jurídica.

Foto: La vicepresidenta primera y Ministra de Economía, Comercio y Empresa, Nadia Calviño. (Europa Press/Alejandro Martínez Vélez) Opinión

Por fin, y a efectos meramente enunciativos, la gestión de los fondos europeos (NG) ha sido y está siendo opaca, lenta e ineficiente, con asignaciones preferentes a empresas públicas (es el caso de Adif) y extranjeras. Las pequeñas y medianas empresas, ahogadas por la burocracia y las demoras, han renunciado en su mayoría (53%) a pujar por proyectos financiados con esos dineros excepcionales, como acredita la encuesta del Círculo de Empresarios del pasado mes de octubre. La confianza de que las inversiones a cargo de estos fondos sirviesen para activar nuevos y vanguardistas sectores productivos se ha desvanecido. Y a todo ello no puede ser ajena Nadia Calviño en absoluto, a la que ni siquiera mencionó ayer en la rueda de prensa el presidente, interpretada por Sánchez con una letra y música ridículamente triunfalista.

Por lo demás, Nadia Calviño ha sobreactuado en unos rasgos progresistas que le son ajenos, pero que ha exhibido con regular credibilidad para no destacarse como referente de una socialdemocracia sensata en una coalición en la que nadie lo ha sido. Declaraciones ditirámbicas hacia la persona de Pedro Sánchez, presencia en manifestaciones con una coreografía que le sentaba a la ministra como a un santo dos pistolas, mítines en los que ha actuado con una afectación inocultable, han proyectado la sensación de que Calviño ha padecido una especie de complejo de inferioridad progresista que ha combatido dejándose en la cuneta su autenticidad. Aprisionada entre María Jesús Montero, vicesecretaria general del PSOE, y Teresa Ribera, especialmente estimada por Sánchez, Nadia Calviño no ha estado en las condiciones adecuadas para plantar cara a Yolanda Díaz, a la que ha soportado con estoicismo —incluso poniendo visiblemente los ojos en blanco cuando intervenía en el Congreso—, aunque dejando asomar, en ocasiones, cierta irritación.

Foto: La vicepresidenta primera del Gobierno, Nadia Calviño, junto a la vicepresidenta segunda, Yolanda Díaz. (EFE/Javier Lizón)

Calviño puede dar por bien empleado este tránsito gubernamental en el Gabinete más izquierdista de la Unión Europea porque, al final, regresa de donde vino: de la estructura eurócrata. Ella lo es y por serlo se ha comportado con una actitud ideológicamente resbaladiza y con inconsecuencias notables que el Consejo de Gobernadores del BEI no le permitirá en el ejercicio de su nueva responsabilidad. Se despide, sí, perdedora en su gestión, aunque con un salto sustancial en su carrera, que ella ha preservado sin afiliarse al PSOE y sin presentarse en sus listas el pasado 23 de julio. No ha dejado de ser una outsider que, sin embargo, ha defraudado demasiadas expectativas porque no ha ejercido de tal. Ha sido ortodoxa con el progresismo de la coalición de gobierno y será ortodoxa con las pautas que corresponden a la gestión de un banco inversor de la Unión Europea. La mesocracia progresista de nuevo cuño se distingue por su versatilidad.

La todavía ministra de Economía, Nadia Calviño (La Coruña, 1968), se despide de la política española después de más de cinco años de gestión (2018-2023) para ocupar la presidencia del Banco Europeo de Inversiones. Lograr ese cargo en la Unión Europea ha sido, en rigor, su único gran éxito, tras amagar con su candidatura al FMI y luego a la presidencia del Eurogrupo. Ayer se consumó su última derrota, con la aprobación en el Consejo de Ministros de un real decreto-ley —el procedimiento abusivo que el Gobierno de coalición ha normalizado para devaluar el Congreso de los Diputados y cercenar el debate parlamentario— para prorrogar las medidas contra la crisis, que lleva la impronta de su adversaria en el Gabinete, Yolanda Díaz, aunque siempre muestre su inconformismo demagógico.

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