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La rebelión de CaixaForum
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José Antonio Zarzalejos

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La rebelión de CaixaForum

Ayer comenzó el plan de activación ciudadana en defensa de los valores que han sostenido la convivencia española desde hace más de 45 años. Felipe González, por fin, habló por muchos. Seguramente, por la mayoría

Foto: El expresidente del Gobierno Felipe González participa en un homenaje a la Constitución. (Europa Press/Kiko Huesca)
El expresidente del Gobierno Felipe González participa en un homenaje a la Constitución. (Europa Press/Kiko Huesca)
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El acto venía gestándose desde hace tiempo. Con meticulosidad y con convocatorias personales. En la organización, se habían implicado socialistas históricos y otros de la generación que se consideran “hijos de la transición” y que calzan ahora la cuarentena sobrepasada. La expectación era enorme, aunque con algunas dosis de escepticismo. Felipe González ha amagado, pero no ha llegado a golpear. El expresidente, urgido por instancias varias y para él muy respetables, no podía esperar mucho más. Si lo hacía, perdía fuelle. Tampoco le valía un acto convencional. Necesitaba un hito (los 45 años de la Constitución), un memorial (la X Jornada de la Fundación Gregorio Peces Barba) y un interlocutor que le diese pie con evocaciones contemporáneas en el PSOE (Madina, Bilbao 1976).

El auditorio tenía que responder también a la gravedad de su diagnóstico sobre el momento político y el aforo debía ser nutrido y no cualquiera. Se eligió CaixaForum en el paseo del Prado de Madrid, un centro cultural gestionado por la Fundación la Caixa. Se llenó hasta la bandera. Pudo seguirse por streaming. Pero allí, presentes y oyentes, la presidenta del Congreso —que aguantó el envite dialéctico— y el presidente del Senado. Llamativa y no sorprendentemente, también magistrados de la Sala Segunda del Supremo (Manuel Marchena, Pablo Llarena) y de la Tercera (Carlos Lesmes) y los fiscales del procedimiento penal del procés, Javier Zaragoza y Fidel Cadenas.

Un largo etcétera de personalidades entreveradas ideológicamente, pero todas inquietas, preocupadas y alarmadas por el rumbo de los acontecimientos. Por eso, el silencio se cortaba mientras Felipe González —el mejor de estos últimos años— inició su intervención con una mención elogiosa al mensaje de Navidad de Felipe VI y se refirió de inmediato al ataque “despiadado e irracional” contra la Constitución, calificó de “autoamnistía” la que negocian el Gobierno y el PSOE con los partidos independentistas e impugnó con estocadas verbales certeras los “decretos leyes ómnibus”. La defensa cerrada del poder judicial (distinguiendo bien entre el Consejo y los órganos jurisdiccionales), de la separación de poderes, de la exigencia de responsabilidad a todas las instituciones —también al Congreso y al Senado— y una reivindicación radical del sistema constitucional, sin dejar de señalar las reformas que requiere, compusieron un discurso definitivo que Eduardo Madina completó con unas réplicas bien estructuradas en las que mostró una determinación pareja a la del expresidente.

Es exacto interpretar este acto como el de una rebelión. Una rebelión no contra el Partido Socialista Obrero Español, sino a favor del PSOE, ese partido que, como recordó el que fuera un cuarto de siglo su secretario general, es el único que fue y que es. Estuvo en la gestación de la Constitución y sigue, sin cambio de siglas, sin disoluciones, sin fusiones. Era el partido que más se parecía a España, fue el que logró en 1982 un registro electoral todavía no batido (202 diputados). Así que González no se va de ningún sitio, sino que se queda donde ha estado, y con él cientos de cuadros y miles de militantes. Por eso, González esta vez no defraudó, no esquivó su radical desacuerdo con el manejo del poder por el Gobierno, no eludió la adjetivación de la coyuntura y no circunvaló ninguna de las cuestiones esenciales.

Foto: Felipe González, a su llegada al acto de homenaje a la Constitución, en el CaixaForum de Madrid. (EFE/Kiko Huesca)

La presión de los partidos separatistas, por una parte, y la docilidad inédita del PSOE de Pedro Sánchez para con ellos, por otra, con episodios tan perturbadores como el pleno del pasado día 10 de enero, escenario de un mercadeo con cuestiones de Estado (la inmigración) y las obscenas prepotencias de Junqueras y Puigdemont tratando de contraer a los jueces y tribunales en la proposición de ley de la amnistía, han propiciado una situación política insoportable desde el punto de vista democrático, ético y cívico. El “¡basta ya!” de Felipe González es la verbalización de otras muchas exclamaciones en el mismo sentido y que no responden a criterios ideológicos, sino, simplemente, ciudadanos y democráticos.

La disputa que plantea González se produce en su afirmación de pertenencia al PSOE, aunque lo trascienda. No lo hará si no son los socialistas los que, desde la propia organización, promueven un debate que detenga la deriva de Pedro Sánchez, que se ha blindado en el partido y en los entornos institucionales dependientes del Gobierno. El presidente, por resistente que se autoestime, ha de parar su deslizamiento por el tobogán de sus pactos. Abunda la inquietante sensación de que su desconexión emocional de la preocupación colectiva le hace ignorar todo aquello que le contradice, que le enmienda y que le reprueba. El aldabonazo de Felipe González, con un auditorio que quiso estar allí en testimonio claro de apoyo a su asertividad constitucionalista, podría desoírlo el líder socialista. Pero, si desprecia o ignora lo que se dijo y lo que representó el acto, los acontecimientos terminarán por desbordarle.

El destape verbal de González —sin olvidar el de Eduardo Madina y lo que él representa en el PSOE— podría ser el inicio de una cadena de expresiones de resistencia democrática al adueñamiento de los secesionistas de la voluntad del Gobierno de España que su presidente consiente. Ayer, en el auditorio de CaixaForum, comenzó el plan de activación ciudadana en defensa de los valores que han sostenido la convivencia española desde hace más de 45 años. Felipe González, por fin, habló por muchos. Seguramente, por la mayoría que, ahora silente, necesita una voz desde las entrañas del socialismo español. Nadie debería olvidar que fue un octogenario, Stéphane Hessel (1917-2013), el que escribió ¡Indignaos!, que prologó otro octogenario, Jose Luis Sampedro (1917-2013), en su edición española. A su inspiración se debió la ebullición insurgente de 2011 y de 2015.

El acto venía gestándose desde hace tiempo. Con meticulosidad y con convocatorias personales. En la organización, se habían implicado socialistas históricos y otros de la generación que se consideran “hijos de la transición” y que calzan ahora la cuarentena sobrepasada. La expectación era enorme, aunque con algunas dosis de escepticismo. Felipe González ha amagado, pero no ha llegado a golpear. El expresidente, urgido por instancias varias y para él muy respetables, no podía esperar mucho más. Si lo hacía, perdía fuelle. Tampoco le valía un acto convencional. Necesitaba un hito (los 45 años de la Constitución), un memorial (la X Jornada de la Fundación Gregorio Peces Barba) y un interlocutor que le diese pie con evocaciones contemporáneas en el PSOE (Madina, Bilbao 1976).

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