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Salvador Illa, todo o nada (ni González ni Page)
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Salvador Illa, todo o nada (ni González ni Page)

La legislatura se dirime en las elecciones catalanas, no por las frágiles disidencias en el PSOE ni por el derrumbe de Sumar, y por eso no se entiende la invisibilidad de Illa y del PSC

Foto: El líder del PSC, Salvador Illa. (EFE/Toni Albir)
El líder del PSC, Salvador Illa. (EFE/Toni Albir)
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La legislatura va a continuar por precaria e incoherente que sea la entente del PSOE y Sánchez con los partidos independentistas catalanes, con EH Bildu y con el PNV. No la acortarán ni los resultados de las elecciones en Galicia, ni los de las autonómicas en el País Vasco. Ni siquiera, los resultados de las europeas en junio próximo, aunque el PP supere —ya veremos— holgadamente al PSOE.

Tampoco se producirá una significativa desestabilización interna por las frágiles disidencias en el PSOE, como la de García-Page y otras como las de González y Guerra. En los tres casos se impone el denominado 'patriotismo de partido' que ancla a los socialistas críticos en la militancia resignada y obediente, no tanto a Sánchez, como al totémico secretario general. Y les 'extradita' (en palabras del presidente castellanomanchego) de cualquier influencia en el aparato que controla férreamente la organización. En definitiva, no va a ser la improbable crisis interna que pudieran liderar los adversarios del presidente del Gobierno en el seno del PSOE la que determine la suerte de la legislatura ni la alteración del statu quo de la coalición.

Cataluña y el punto de inflexión

El punto de inflexión de la legislatura llegará cuando se convoquen las elecciones en Cataluña y sus resultados permitan valorar el acierto —en términos de poder— de la apuesta de Pedro Sánchez. Si Salvador Illa, indudable candidato del PSC a la presidencia de la Generalitat, logra encabezar el Gobierno catalán —sea en solitario o en coalición con otro u otros partidos—, la continuidad de la legislatura se revisará porque, conseguida la amnistía (antes de que se aplique, Aragonès no convocará los comicios), la situación queda dilucidada: el independentismo, en todo o en parte, bien ERC, bien Junts, habría sido derrotado y no tendría sentido que siguiese apoyando al socialista después de que les ganase en su terreno.

Si el primer secretario de los socialistas catalanes no logra instalarse en el Palau de Sant Jaume, Pedro Sánchez pierde el argumentario de su éxito en Cataluña y su apuesta habría fracasado. Sería insostenible continuar la legislatura. Los independentistas y los nacionalistas juegan en Madrid para ganar en Vitoria y Barcelona. Su propósito no es solo influir en la gobernación de España, sino emplear su capacidad parlamentaria de manera puramente instrumental, a costa del común español, siempre para mantenerse en el poder en el País Vasco y Cataluña.

Foto: Salvador Illa. (EFE/Quique García) Opinión
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Todas sus políticas de entendimiento con Pedro Sánchez —un hombre históricamente estratégico para esos partidos— adquieren sentido pleno si fortalecen su opción en los territorios vasco y catalán, si ostentan la dirección de sus instituciones y, desde ellas, sostienen la hegemonía cultural, política e ideológica que mantienen desde hace más de cuarenta años.

El desalojo del PNV de Ajuria Enea, o de ERC de Sant Jaume, implicaría para todo el nacionalismo e independentismo un fracaso absoluto y se acreditaría que habrían sido superados por la táctica de Pedro Sánchez. Entonces, se romperá el acuerdo parlamentario y difícilmente podrá subsistir la actual XV legislatura. De lo contrario, si Sánchez y el PSOE no logran una rotunda victoria en Cataluña y si no alcanzan determinado registro electoral en el País Vasco para seguir en coalición con el PNV (a reserva de los resultados que obtenga EH Bildu), la derrota cambiará de bando porque acreditaría que la estrategia del presidente y de su partido no ha funcionado y ha favorecido a sus socios.

El borrado del PSC

La cuestión es cómo resulta posible que los socialistas catalanes ganen las elecciones e Illa la presidencia de la Generalitat cuando el PSC y su líder —que ha tenido en la conferencia del PSOE de La Coruña del pasado fin de semana una presencia irrelevante— están siendo borrados del mapa de poder en la política nacional. Pese a que el exministro de Sanidad logró ganar las elecciones autonómicas de 2021 con 33 escaños (igual número obtuvo ERC, pero con menos votos populares) y aportó a Sánchez en las generales de julio 19 de los 61 escaños que se ventilaban en la comunidad (con más de 1.200.000 votos), el presidente ha disminuido la visibilidad y el peso político del PSC en el Consejo de Ministros (en la anterior legislatura, dispuso de dos ministerios, el de Cultura con Miquel Iceta y el de Transportes y Agenda Urbana con Raquel Sánchez), nombrando solo a Jordi Hereu titular de Industria.

En la pedrea de las secretarías de Estado, el PSC solo se ha adjudicado tres y en el entorno gubernamental ni siquiera ha conseguido que el presidente de Hispasat —antes Hereu, ahora Pedro Duquequede bajo la influencia del socialismo catalán. Iceta, embajador ante la Unesco, y Sánchez al frente de Paradores Nacionales, no compensan en absoluto lo que parecía lógico: una prima de poder en el Estado del partido decisivo para que Sánchez haya repetido en la Moncloa. Quedan por nombrar, entre este año y 2026, los titulares del sector público institucional de la Administración General del Estado, pero son cargos más técnicos que políticos.

Salvador Illa y su suerte electoral en Cataluña son la clave de la legislatura. Pero solo valdrá que llegue a presidente de la Generalitat. Todo o nada

Sobre esta contradictoria actitud del secretario general del PSOE circulan dos versiones, una bondadosa y otra maquiavélica. Según la primera, Pedro Sánchez estaría 'protegiendo' de cualquier desgaste a Salvador Illa para que llegue a las elecciones catalanas sin erosión alguna, lo que explicaría también que la Moncloa aceptase su apartamiento de las negociaciones de la investidura y pactos posteriores, incluida la amnistía, tal y como exigió Puigdemont.

Según la segunda versión, la maquiavélica, Pedro Sánchez estaría empleando al PSC —pero también al PSE— de forma 'sucursalista' y subordinada a su propósito de constituir de facto una suerte de confederación con el País Vasco (tal vez, en el futuro, también Navarra) y Cataluña que le reporte inveteradamente el poder del resto (llamémosle España). Su presidencia permanente garantizaría así a los nacionalismos y secesionismos un statu quo como el actual, en el que PNV y Bildu, por una parte, y ERC y JxCAT por otra, se proyectan como los interlocutores únicos de la comunidad vasca y catalana en detrimento de los socialistas de ambos territorios, imponiendo la bilateralidad Madrid-Vitoria y Madrid-Barcelona.

Foto: Carles Puigdemont, presentando en Bruselas el acuerdo para la amnistía. (EFE/Olivier Matthys)

Cuál de las dos versiones resulte más verosímil queda al criterio de cada cual. Sin embargo, los hechos son comprobables. De una parte, la contribución fundamental del PSC en la actual legislatura al PSOE y a Sánchez. De otra, la escasez de poder del partido de Illa en el reparto de nombramientos, tanto en el Gobierno como en las instancias públicas —políticas y empresariales— bajo su dependencia.

En cualquiera de las dos hipótesis que se barajan, Salvador Illa y su suerte electoral son la clave de la cuestión y de la legislatura. No hay que perderse en elucubraciones sobre cuánto aguantará la actual situación política e institucional. La estación de llegada, el fin del viaje, será tanto la victoria como la derrota del PSC en las autonómicas catalanas y la aprobación anterior de los Presupuestos Generales del Estado. Y no valdrá en Cataluña con que Illa gane los comicios (ya lo hizo en 2021). El éxito es más exigente: consiste en que sea investido presidente de la Generalitat. Todo o nada.

La legislatura va a continuar por precaria e incoherente que sea la entente del PSOE y Sánchez con los partidos independentistas catalanes, con EH Bildu y con el PNV. No la acortarán ni los resultados de las elecciones en Galicia, ni los de las autonómicas en el País Vasco. Ni siquiera, los resultados de las europeas en junio próximo, aunque el PP supere —ya veremos— holgadamente al PSOE.

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