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Sánchez y la mafia de la mediocridad
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José Antonio Zarzalejos

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Sánchez y la mafia de la mediocridad

Si cae Sánchez —y antes o después sucederá— será por el desértico entorno de mediocridad que ha creado con personas incompetentes y con socios condenados, qué paradoja, por una corrupción amnistiable

Foto: Pedro Sánchez saluda a los asistentes a la Internacional Socialista. (EFE)
Pedro Sánchez saluda a los asistentes a la Internacional Socialista. (EFE)
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El pasado 6 de enero el artículo de Ayaan Hirsi Ali, columnista del diario digital norteamericano Unherd, se hizo viral. La periodista e investigadora tituló su pieza Claudine Gay y la mafia de la mediocridad. Con este subtítulo: La agenda DEI se presta a la corrupción. Explicaba que DEI es el acrónimo de diversidad, equidad e inclusión que son los tres conceptos-fetiche del progresismo woke en Estados Unidos exportados a todos los países occidentales con partidos y sectores izquierdistas que han dejado ya de apostar por las clases trabajadoras e industriales y lo hacen ahora por las denominadas políticas identitarias.

Según Ayaan Hirsi Ali, "DEI es la implementación programática de una agenda progresista intolerante que considera que las estructuras de gobierno, educación, medios de comunicación e industria son profundamente injustas. Presenta estas instituciones a la luz de un modelo jerárquico interseccional de los opresores y los oprimidos. El máximo opresor es blanco y heterosexual. Los negros, las mujeres, los homosexuales y otros son definidos como sus víctimas". Desafiando ese discurso que sacrosanta la diversidad, la ecuanimidad y la inclusión, impugnaba la mediocridad de personajes encumbrados sin mérito alguno. Era el caso de Claudine Gay, expresidenta de Harvard, que, sin un currículo a la altura de sus responsabilidades, y solo elevada por un discurso progresista, enarboló eslóganes inadmisibles para permitir y fomentar el antisemitismo en el centro académico que regentaba y que, a la postre, tuvo que abandonar.

Esa agenda progresista se "presta a la corrupción" escribía la columnista de Unherd porque la mediocridad es la condición que se comporta como el común denominador de aquellos que se enriquecen de modo ilegítimo, sea material o socialmente. Hay corruptos bien preparados y por esa razón resultan especialmente canallas. La toxicidad de la mediocridad la conocemos bien en España. Y atravesamos por un momento histórico en el que la clase política está integrada —salvo excepciones que confirman la regla— por personajes romos, insuficientes, gregarios y obedientes a la dogmática, en este caso, progresista. No es extraño que, si a una persona sin competencias ni habilidades como Koldo García se le eleva a la condición de asesor de un ministro del Gobierno que, a su vez, ofrece un desolador panorama personal de capacidades, termine por incurrir en conductas que podrían ser constitutivas de delito en las que, además, habría estado secundado por otras de parecido nivel ético y cívico.

Lo que está ocurriendo en la izquierda woke española es que Pedro Sánchez ha optado por la mediocridad, apartando la excelencia de su entorno y procurando un gregarismo que con el tiempo se le está volviendo en contra. Puede ser el caso de José Luis Ábalos. Pero también el de Yolanda Díaz, descubierta para la política sin credenciales de éxito anterior. Y el caso también de ministros captados para el poder y rehenes de su inconsecuencia porque, procediendo de las zonas templadas de la derecha, se convierten en hooligans de esta nueva y reformulada izquierda. El caso más patético sería el del ministro de Interior, Fernando Grande-Marlaska, que, más que a la irritación por sus reiterados errores, llama a la compasión. Abrasado por su incompetencia gestora y por su inconsecuencia ideológica, el presidente del Gobierno le mantiene en la tortura de su cargo a modo de fusible o de saco terrero.

Foto: Koldo García, junto a varios sobres, fotografiado en un restaurante. (EC)
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Después del revés en Galicia, Sánchez reclama "líderes". El caso es que él ha acabado con todos los de su partido y los ha sustituido por mediocridades. Y lo ha hecho con la audacia de nombrar presidenta del Consejo de Estado a una funcionaria que reconocía en el Congreso no ser experta en derecho y embajador en la ONU a un graduado en Turismo. Valgan ambos ejemplos. Pero también con el descaro de encomendar la fiscalía general del Estado a su exministra de Justicia, a la que su sucesor, con desviación de poder, según resolución de la Sala III del Supremo, asciende al generalato del ministerio fiscal. ¿Qué decir de responsables de los fondos europeos o del funcionariado? España es el Estado con peores registros de ejecución y aplicación de aquellos y también el que acumula la mayor temporalidad de empleo en la Administración General del Estado lo que le ha valido al Gobierno un varapalo del Tribunal de Justicia de la Unión Europea tras una cuestión prejudicial planteada por un tribunal español.

¿Pide líderes Sánchez? No puede hacerlo, ni elevar el tono hacia los corruptos cercanos a él, cuando su poder se basa en el apoyo de personajes condenados, precisamente, por ese tipo de corrupción (malversación) que no puntúa para el progresismo: el de valerse del dinero público para destrozar el sistema constitucional. La autoridad moral del presidente del Gobierno resulta inverosímil. Mucho más cuando el control de su Gabinete y del PSOE ha quedado bajo su dictado autócrata. La vicepresidenta primera es la segunda autoridad de la organización y seis ministros más han sido incorporados a capón a la ejecutiva socialista de modo tal que ha desactivado los mecanismos de equilibrio y contrapoder. ¿Nos olvidamos de que la ley más incompetente de la democracia, la del sí es sí, la avaló el hoy ministro de Justicia? ¿Nos olvidamos de que el negociador de la amnistía y el urdidor del pacto con Puigdemont es Santos Cerdán, que carece de cualquier cualificación para semejante y rechazable tarea que ejecuta clandestinamente siguiendo las instrucciones de Sánchez?

Si cae Sánchez —y antes o después sucederá— será por el desértico entorno de mediocridad que ha creado con personas que se han uncido a su yugo, en demasiados casos, por razones alimenticias. Él ganó una moción de censura en junio de 2018 a Mariano Rajoy por un testimonio del expresidente popular aquejado, según una sentencia en un caso de corrupción, de falta de suficiente credibilidad en su testimonio ante el tribunal. Podría suceder que el efecto boomerang se haga presente y todas sus connivencias con personajes gregarios, escasos e inhábiles para la política, incluidos los temerarios condenados independentistas, sean su perdición. Porque ha sido él y solo él quien ha establecido dos categorías: la corrupción amnistiable y la que es condenable. Que cada palo aguante su vela.

El pasado 6 de enero el artículo de Ayaan Hirsi Ali, columnista del diario digital norteamericano Unherd, se hizo viral. La periodista e investigadora tituló su pieza Claudine Gay y la mafia de la mediocridad. Con este subtítulo: La agenda DEI se presta a la corrupción. Explicaba que DEI es el acrónimo de diversidad, equidad e inclusión que son los tres conceptos-fetiche del progresismo woke en Estados Unidos exportados a todos los países occidentales con partidos y sectores izquierdistas que han dejado ya de apostar por las clases trabajadoras e industriales y lo hacen ahora por las denominadas políticas identitarias.

Pedro Sánchez Koldo García
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