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Sánchez, un presidente a la fuga
Cuando un presidente del Gobierno, en las actuales circunstancias, se va del país al amparo de un viaje perfectamente aplazable, solo muestra debilidad, desconcierto y nulidad argumental
Pedro Sánchez no está en España desde la tarde del martes. Se encuentra en Brasil (este miércoles) y Chile (este jueves) en visita oficial. Al parecer, no ha podido aplazarla para estar aquí en la semana más crucial de la legislatura. Pudo, sí, ausentarse de la rueda de prensa de la cumbre que presidía entre la Unión Europea y los países latinoamericanos y caribeños (CELAC) en julio pasado para asistir a un mitin electoral. Al parecer, no ha podido alterar su agenda. O no le convenía hacerlo.
No está el presidente del Gobierno en la aprobación del dictamen de la Comisión de Justicia sobre la proposición de ley de amnistía que da “más garantías” (sic) de impunidad a Puigdemont y otros, como tampoco estuvo en la sesión de control al Gobierno en el Senado celebrada el martes. En enero pasado siguió el pleno que tumbó la iniciativa desde un despacho, no en el hemiciclo. No soporta bien las tensiones en directo. Se le desencaja el rostro de forma excesivamente visible, un lenguaje gestual que le suele traicionar.
No está en la Moncloa cuando la presidenta del Congreso, Francina Armengol, recoge los ecos de su torpe comparecencia mediática tratando de eludir su responsabilidad política en la compra de mascarillas a la banda corrupta que, cada día con más evidencia, parece haber encabezado su exministro y exsecretario de organización del PSOE, José Luis Ábalos.
No está, tampoco, cuando arrecia la necesidad de que explique las razones por las que Begoña Gómez, aparece de forma indubitable como interlocutora del responsable de una compañía al borde del rescate público, que patrocinó su actividad docente, y con el comisionista mayor de la trama que añadía a esa condición la de asesor de la empresa filantrópica, aunque prácticamente quebrada.
Pedro Sánchez es un presidente a la fuga en unos días que requerían de su presencia física en España. Es él y solo él quien debe dar cumplidas explicaciones en comparecencia institucional y no desde el extranjero ni ante un auditorio de cabina de un avión, ni reduciendo tan patéticamente los graves episodios nacionales a quiebros dialécticos (“un bulo del PP como el del 11-M”). De lo que debe dar cuenta:
- Del esperpento de la nueva proposición de amnistía (cuesta suponer cómo podría ser peor de la que se rechazó en enero por los beneficiarios de la impunidad).
- Del nombramiento de José Luis Ábalos como ministro y número tres del PSOE (2017) y de su destitución de ambos cargos (2021) para ser rehabilitado en las listas electorales de julio pasado (2023).
- Del aterrizaje en España (Barajas) en enero de 2020 (y de su abultado equipaje) de Delcy Rodríguez, vicepresidenta del Gobierno venezolano y de los términos de la conversación que mantuvo con José Luis Ábalos así como de la presencia en el encuentro de Koldo García Izaguirre y Víctor de Aldama, comisionistas de la trama de las mascarillas.
- De cómo se entiende que ganase una moción de censura -mecanismo constitucional de exigencia de responsabilidad política al presidente del Gobierno, a la sazón Mariano Rajoy- y ahora Francina Armengol se niegue a poner en práctica la moralidad que él exigió a los demás.
- De la responsabilidad política del ministro de Política Territorial y Memoria Democrática, Víctor Ángel Torres.
- De la falsedad de alterar los términos literales del borrador del dictamen de la Comisión de Venecia sobre la proposición de ley de la amnistía en una interpretación verdaderamente torticera.
- De las destituciones -de momento, del secretario general, pero habrá más- en el ministerio de Transportes.
- De las medidas que va a adoptar ante las proporciones de una trama corrupta que iguala a otras, tanto del PSOE como del PP, que sí tuvieron consecuencias desastrosas para ambos partidos.
- De la investigación por la Fiscalía Europea sobre la utilización de fondos transferidos por la UE para la compra de mascarillas defectuosas, transacciones en las que se cobraron comisiones ilegales.
- Y de cómo se califica el desquiciado discurso gubernamental que con una voz se conjura con “la tolerancia cero” a la corrupción y con otra se argumente la bondad de amnistiar a corruptos malversadores.
El presidente del Gobierno es un político soberbio y prepotente. Lo demostró al no contestar personalmente en el Congreso al candidato popular a la investidura, Alberto Núñez Feijóo, rebajando a un diputado, y ahora ministro, a labores cancerberas y tabernarias. También cuando se ausentó hace exactamente un año en la votación de la reforma de la ley del sí es sí que su Gobierno aprobó y que tuvo que rectificar ante las escandalosas excarcelaciones y rebajas de penas a delincuentes sexuales. En aquella ocasión, igualmente crucial, solo las ministras Belarra y Montero se mantuvieron presentes en el banco azul. Es el presidente que estuvo seis meses sin comparecer en el Congreso durante uno de los estados de alarma durante la pandemia y el que ha reducido la Cámara baja a una validadora de sus decretos leyes.
Vivimos unas horas en las que Sánchez, en vez de dar la cara, hace mutis por el foro y deja a sus fieles subalternos la tarea de lidiar el día más difícil de la legislatura, el día desafortunadamente histórico en el que un dictamen favorable a la proposición de ley de amnistía incide decisivamente en el punto de quiebra constitucional que él decidió la noche del 23 de julio del pasado año (“Somos más”).
Cuando un presidente del Gobierno, en las actuales circunstancias, se va del país al amparo de un viaje perfectamente aplazable, y habla desde la distancia y fuera del circuito institucional, solo muestra debilidad, desconcierto y nulidad argumental. Su ausencia es un error y adquiere un volumen políticamente culpable. Se ha escrito que “no hay nada más visible que la ausencia”. Es el caso del volumen extraordinario de la de Pedro Sánchez. Y es, también, la metáfora de una huida.
Pedro Sánchez no está en España desde la tarde del martes. Se encuentra en Brasil (este miércoles) y Chile (este jueves) en visita oficial. Al parecer, no ha podido aplazarla para estar aquí en la semana más crucial de la legislatura. Pudo, sí, ausentarse de la rueda de prensa de la cumbre que presidía entre la Unión Europea y los países latinoamericanos y caribeños (CELAC) en julio pasado para asistir a un mitin electoral. Al parecer, no ha podido alterar su agenda. O no le convenía hacerlo.
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