Es noticia
Sánchez, no olvides que eres español
  1. España
  2. Notebook
José Antonio Zarzalejos

Notebook

Por

Sánchez, no olvides que eres español

El vapuleo al presidente del Gobierno de España ha escarnecido, incluso, a los que le profesan una militante aversión

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (Europa Press/Gustavo Valiente)
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (Europa Press/Gustavo Valiente)
EC EXCLUSIVO Artículo solo para suscriptores

Uno de los rasgos idiosincráticos de los nacionalismos vasco y catalán es el de la deslealtad. En la historia reciente de España, que abarca también el entero siglo XX, no han sido fieles a ni uno solo de los compromisos históricos que dijeron abrazar. No lo fueron con la II República, ni cuando se proclamó en 1931, ni cuando entró en crisis en 1934, ni cuando se produjo el golpe franquista porque las mesocracias de Bilbao y de Barcelona se hicieron pancistas, dejando a la izquierda -y más específicamente al Partido Comunista y en otra medida distinta al PSOE- la ingrata tarea de torpedear al régimen del 18 de julio de 1936. Esa historia, tan incorrecta políticamente, está escrita y bien documentada.

Han sido desleales con la vigente Constitución de 1978. Mientras la hoy izquierda abertzale arropaba los crímenes de la banda terrorista ETA, el PNV pedía la abstención en el referéndum constitucional a pesar de que su Disposición Adicional Primera reconocía los derechos históricos de los territorios forales y la Transitoria Cuarta la posibilidad de incorporación de Navarra a la comunidad vasca. Y a pesar también, a lo largo de la década de los años ochenta, del desarrollo robusto de un autogobierno que extirpó la presencia del Estado y de España de los tres territorios vascos, dotados cada uno de ellos de Haciendas propias para la ejecución desde 1981 hasta el presente del Concierto Económico.

En Cataluña, durante un cuarto de siglo gobernó Jordi Pujol bajo el bisbiseo de la consigna ‘primero paciencia, luego independencia’. El líder convergente fue el gozne de los gobiernos del PSOE y del PP cuando los partidos de Estado lo necesitaron. El servicio se retribuyó con González y con Aznar, con Zapatero y con Rajoy. Y de formas diferentes, a los cuatro dejaron en la estacada cuando presentaron síntomas de debilidad. Pujol y los dirigentes del PNV tuvieron en su mano formar parte de los gobiernos socialistas y populares. Nunca lo hicieron.

"Un rasgo idiosincrático de los nacionalismos vasco y catalán es la deslealtad"

La única diferencia entre los nacionalistas vascos y los catalanes es que los primeros convivieron con ETA -pactaron con ella en 1998- y los segundos imprimieron a su deslealtad un ritmo más lento y menos estridente. Hasta 2017. Y otra diferencia no menos importante: el País Vasco, por economía, superficie y demografía, entre otros factores, no es sistémico para el conjunto nacional. Cataluña lo fue desde el siglo XVII hasta 2024, como acaba de demostrar el presidente de la Generalitat, Pere Aragonès. Rompe la legislatura y el Gobierno ya declina aprobar los Presupuestos Generales del Estado y hoy, salvo un ataque de lucidez improbable, los socialistas votarán la proposición de ley de la amnistía en el Congreso. O sea, legitimarán la asonada de octubre de 2017 como el Frente Popular amnistió la de 1934, salvadas todas las distancias que se quieran.

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y la vicepresidenta de Hacienda, María Jesús Montero. (Europa Press/Eduardo Parra)

Las lecciones de la historia tan a mano, sin embargo, no han sido provechosas para los partidos de ámbito nacional. Y, especialmente, para la izquierda española seducida por los cantos de sirena del antifranquismo de las derechas nacionalistas y abducida por los izquierdismos de abertzales y republicanos. Llegó a considerarse que los Gobiernos vasco y catalán solo podían ser ocupados por los candidatos nacionalistas. Hasta tal punto que, en 1986, el secretario general del Partido Socialista de Euskadi, el fallecido José María Benegas, cedió Ajuria Enea a José Antonio Ardanza pese a ser el PSE el que obtuvo en las elecciones más votos y más escaños. Y cuando Maragall se instaló en el Palau de Sant Jaume (2003-2006) lo hizo con el apoyo -igualmente desleal de ERC-, lo mismo que José Montilla (2006-2010) que la esposa de Jordi Pujol, Marta Ferrusola, consideró públicamente como un intruso en la Generalitat.

"Aragonès colapsa la legislatura, el Gobierno se resigna a no aprobar los Presupuestos y hoy se aprobará la amnistía"

Hubo un tiempo que en el País Vasco la expresión ‘López más que López’ se profería como descalificación y el único lehendakari no nacionalista fue, precisamente, Patxi López (2009-2012) gracias a los votos gratuitos del PP que en 2016 le apoyó también para que ocupara la presidencia del Congreso. Es uno de los socialistas, que primero contra Sánchez y luego con él, más fervorosamente se adhiere a las políticas destituyentes del secretario general del PSOE. La derecha, por su parte, estuvo dispuesta a hablar catalán en la intimidad, a decapitar a los dirigentes molestos según la prescripción de los líderes convergentes y peneuvistas, a suprimir el servicio militar, los gobernadores civiles, transferir competencias delicadas y cesiones hoteleras en el Paseo de Gracia barcelonés. Y no es cuestión de culparles por entero: todos, incluidos los medios de comunicación y sus responsables -entre los que me cuento biográficamente- aplaudieron el esfuerzo, el encuentro, la concordia, la desinflamación.

Los secesionistas no quieren la independencia ni de Euskadi ni de Cataluña. Persiguen otra cosa diferente: depredar el resto de España, llevar a la práctica una pretendida superioridad histórica y ciudadana que conecta con raíces étnicas fundacionales y con una concepción identitaria de lo vasco y de lo catalán. Léase a Sabino Arana de 1895 y siguientes y al Quim Torra de 2018. Tanto da. Charnegos y maquetos son hallazgos semánticos fuera de circulación, pero vigentes hasta hace tres décadas. Por eso, el candidato del PNV a la presidencia del Gobierno vasco, Imanol Pradales Gil, ha declarado que “tengo ocho apellidos castellanos, pero soy abertzale, solo me siento vasco” (El Mundo de 3 de marzo pasado). El simple hecho de construir esa formulación ofrece una perspectiva de fondo que fuera de mi tierra desconocen la mayoría de los españoles. Como se desconoce que otro rasgo idiosincrático de los dos nacionalismos consiste en la insatisfacción constante y en mantener las ‘heridas abiertas’. Declararse conformes con el autogobierno resultaría para los unos y los otros el principio de su fin.

"Los presidentes no nacionalistas (Maragall, Montilla, López) fueron intrusos en Barcelona y Vitoria"

Llegamos a Pedro Sánchez. Su ‘somos más’ del 23 de julio pasado fue un auténtico disparate porque en ese momento, después de una legislatura abochornante de connivencia con ERC, entregó su suerte a los cuatro partidos, quedó en sus manos. Ha ido cumpliendo sus exigencias con una docilidad de fraile de orden menor suscribiendo unos pactos mendaces en su relato justificativo e inconstitucionales en sus previsiones dispositivas y, en todo caso, ilegítimas porque nunca pidió mandato para esas concesiones e incurrió en manifiesto engaño con la amnistía que él y su partido rechazaron hasta el mismo borde de la madrugada del 23 de julio pasado. Ha cedido en todo lo imaginable, hasta la humillación. Los correctivos que le ha propinado Puigdemont han sido, incluso para un político como Sánchez, desmedidos: para apoyar la convalidación de un decreto ley le entregó las competencias exclusivas del Estado sobre inmigración y el 30 de enero pasado, en un alarde de prepotencia, tumbó la primera versión de la proposición de ley de amnistía.

"Sánchez entregó su suerte el 23 de julio a los secesionistas y nacionalistas catalanes y vascos"

Ayer, ERC, siguiendo el guion histórico que le identifica, descargó el peor de los golpes: se valió de la negativa de la frustrada izquierda del PSOE en Cataluña, coaligada en el Gobierno, los comunes del ministro Urtasun bajo el liderazgo fantasmal de Yolanda Díaz, a aprobar los presupuestos de la Generalitat, para adelantar las elecciones autonómicas que tocaban en el primer trimestre del año próximo. A Aragonés y Junqueras les importó un bledo la estabilidad gubernamental, el pacto firmado y las concesiones socialistas. Antepusieron su pelea doméstica y cainita con la derecha de Puigdemont a cualquier otra consideración, dejaron en ridículo al Gobierno de coalición, a contrapié al PSC de Salvador Illa y colapsaron la legislatura. Se proyectó el nacionalismo secesionista e izquierdista más genuino. Como con los contragolpes de Puigdemont al PSOE, llevándolo del ronzal a parlamentar en las ciudades extranjeras que le convienen al prófugo, los republicanos juegan sus bazas conjugando siempre en pasivo los verbos políticos.

Foto: El presidente del Gobierno y secretario general del PSOE, Pedro Sánchez. (Europa Press/H. Bilbao) Opinión
TE PUEDE INTERESAR
El PSOE tiene un problema de guion
Pablo Pombo

Pedro Sánchez Pérez-Castejón (Madrid. 29 de febrero de 1972) ha olvidado imprudentemente que él, quiéralo o no, es español y, por lo tanto, susceptible de ser traicionado si la patria catalana o vasca lo exige. No importa que sea muy progresista, que tenga veleidades republicanas, que utilice el lenguaje que a ellos les agrada, que los sume a la gobernación del Estado, que acordone a la derecha española o que hable, en la intimidad o no, euskera o catalán. Es español. Y esa es una condición que implica una subordinación porque, siguiendo al pie de la letra la desafortunada reflexión de Cánovas del Castillo ante las dificultades de definir en 1876 la nacionalidad española, “es español el que no puede ser otra cosa”. Y ellos son solo catalanes y vascos. Y los que, simultáneamente, mantienen su condición de vascos, catalanes y españoles, merecen el desprecio de los botiflers y los traidores. Han sido olvidados y preteridos en su propia tierra.

Las decisiones de Puigdemont, primero, y de Aragonés, ayer, se toman con alevosía: cuando a Sánchez le acorrala una trama de corrupción en su partido y cercanías y cuando la lideresa de Sumar está en las últimas. Ambos desfallecidos, eran presas fáciles. Y españoles. Caben más interpretaciones, pero hay que retener lo esencial de ese episodio de trascendencia: el vapuleo al presidente del Gobierno de España ha escarnecido, incluso, a los que le profesan una militante aversión.

Uno de los rasgos idiosincráticos de los nacionalismos vasco y catalán es el de la deslealtad. En la historia reciente de España, que abarca también el entero siglo XX, no han sido fieles a ni uno solo de los compromisos históricos que dijeron abrazar. No lo fueron con la II República, ni cuando se proclamó en 1931, ni cuando entró en crisis en 1934, ni cuando se produjo el golpe franquista porque las mesocracias de Bilbao y de Barcelona se hicieron pancistas, dejando a la izquierda -y más específicamente al Partido Comunista y en otra medida distinta al PSOE- la ingrata tarea de torpedear al régimen del 18 de julio de 1936. Esa historia, tan incorrecta políticamente, está escrita y bien documentada.

Pedro Sánchez
El redactor recomienda