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Algo (grave) ocurre en el PP ante el 12-M
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José Antonio Zarzalejos

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Algo (grave) ocurre en el PP ante el 12-M

No existe en el PP un esbozo, un guion, una pauta para el devenir de Cataluña en España que es el territorio nuclear del poder de Sánchez, el protagonista de su única narrativa y en donde urde sus pactos para seguir en la Moncloa

Foto: El presidente del PP, Alberto Núñez Feijóo, el presidente del PPC y candidato a las elecciones catalanas, Alejandro Fernández (i), y la eurodiputada Dolors Montserrat (d), responsable de la campaña. (EFE/Quique García)
El presidente del PP, Alberto Núñez Feijóo, el presidente del PPC y candidato a las elecciones catalanas, Alejandro Fernández (i), y la eurodiputada Dolors Montserrat (d), responsable de la campaña. (EFE/Quique García)
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Las encuestas sonríen a los populares en Cataluña. Pasarían el 12-M de sus actuales tres escaños a 13 (según el sondeo del Centro de Estudios de Opinión de la Generalitat) o hasta 15 (según los de La Vanguardia y El Mundo del pasado domingo). Absorberían así a Ciudadanos, que desaparecería, y quizás restasen efectivos a Vox, que la demoscopia sitúa ahora entre los ocho y los 11 diputados.

Si se consolidasen estas cifras, el PP no conseguiría ni mejorar ni empatar sus mejores resultados en Cataluña, aunque sí superar holgadamente los pésimos de 2021. Alicia Sánchez Camacho en 2012 (19 parlamentarios de 135) y, antes, Alejo Vidal-Quadras en 1995 (17 escaños), llevaron al PP a sus niveles más altos. En las elecciones generales del pasado 23 de julio, el PP obtuvo en Cataluña seis escaños al Congreso con 469.000 votos, superando al partido de Puigdemont y a ERC.

El panorama electoral para el Partido Popular es discretamente prometedor y un resultado digno en Cataluña es necesario para llegar a la Moncloa

Para que el PP alcance la Moncloa (como ocurrió en 1996, 2000, 2011, 2015) es necesario que logre en Cataluña un resultado digno de, al menos, dos dígitos en la suma de asientos en su parlamento. Parece que el próximo mes de mayo podría conseguirlo tras mejorar también el 21 de abril su registro electoral en el País Vasco (pasaría de seis a ocho escaños en el Parlamento de Vitoria). Es difícil de entender, sin embargo, que, con este panorama discretamente prometedor, el PP no haya celebrado su congreso en Cataluña y haya procrastinado hasta ayer en reconocer que Alejandro Fernández era la única y mejor alternativa, aunque no le gustase a Feijóo y a parte de la plana mayor de Génova que, sin embargo, no han encontrado otro candidato para batirse el cobre en aquella comunidad autónoma.

Deseaban un líder más versátil y dúctil que el actual presidente del PP catalán. Por si acaso, Dolors Montserrat se ha convertido en el marcaje genovés de Fernández. Saltarán chispas. Este forcejeo es inasumible cuando Cataluña es el núcleo de poder, el territorio protagonista del relato de Sánchez y la comunidad en la que urde sus pactos para seguir en la Moncloa. Todas las baterías tácticas y estratégicas del PP tendrían que estar apuntando allí -programa y dirigentes- desde hace muchos meses.

Es inexplicable que Feijóo no haya impulsado un proyecto político sobre la cuestión territorial que vaya más allá de un autonomismo renqueante. Cataluña envía al Congreso de los Diputados 48 parlamentarios (el País Vasco 18) y su realidad económica, política y cultural es sistémica para España. No puede deambularse en la política nacional sin una idea clara sobre Cataluña. Pero pasa el tiempo -hace más de dos años que Feijóo está al frente del PP- y no existe en Génova, que se sepa, un esbozo, un guion, una pauta para el devenir catalán insertado en el conjunto de España. Los comicios de mayo le han cogido a contrapié.

Todas las baterías tácticas y estratégicas del PP tendrían que estar apuntando a Cataluña -programa y dirigentes- desde hace meses

Pero las acciones y las omisiones en la política siempre tienen una explicación. En este caso, en el PP se está planteando una lucha de poder que tiene que ver con la manera en la que se establece, o se renuncia, a un futuro entendimiento con el nacionalismo secesionista de Junts. Los exconvergentes y los peneuvistas presentan nexos de interés con el PP en el modelo social y en la política económica. Se supone en Génova que en algún momento los dos partidos remitirán al altillo del armario sus afanes independentistas (el PNV ya lo ha hecho, aunque mantiene la dialéctica separatista para poder competir con Bildu) y volverán al pragmatismo de la gestión pública para recuperar las crisis que los dos territorios que gobiernan padecen.

El PP y el partido de Puigdemont hablaron - ¿negociaron? - el pasado mes de agosto. Los interlocutores de ambos partidos fueron de alto nivel y se abordaron, si bien como mera aproximación, asuntos muy delicados. Una fuente autorizada del PP reconoció a 16 periodistas que alguno o algunos de sus dirigentes habían examinado, en diálogo con Junts, la posibilidad de una amnistía, que descartó de inmediato, y de indultos individuales para los responsables del proceso soberanista. Esa conversación, más amplia de lo que se ha referido, se produjo en un marco temporal ansioso para el PP -tras las elecciones de julio- con el propósito de indagar hasta qué punto era posible lograr la investidura de su presidente. No hubo caso, pero ahí están esos contactos de los que, quizás, haya documentación suficiente para una absoluta acreditación.

Alguien importante en Génova se pasó de frenada en su interlocución con los compañeros de filas de Puigdemont

El actual presidente del PP catalán, Alejandro Fernández, es el político que contaba y cuenta con más apoyo para liderar la candidatura en las autonómicas. No se adaptaría en ningún caso a un eventual entendimiento con los secesionistas y tampoco lo admitiría en silencio. Fernández, hasta el último momento, ha sido para Feijóo lo que Alejo Vidal-Quadras fue para José María Aznar en 1996. De ahí que el dirigente gallego del PP se haya resistido a confirmarle al frente de las listas del 12-M. Buscaba otro perfil más adaptable a unas circunstancias futuras, aunque ahora parezcan un tanto especulativas.

Foto: El presidente del PP de Catalunya y líder del grupo en el Parlament de Catalunya, Alejandro Fernández. (Europa Press/Kike Rincón)

Sabe que el poder pasa por Cataluña de una manera o de otra; sabe también que la burguesía barcelonesa está fatigada y quiere moderación y estabilidad. Con el tiempo, además, Feijóo cree que Vox se irá diluyendo y se quitará de encima el lastre de Abascal. Trata, por todos los medios, de eludir el siniestro total con Junts porque detecta en un sector de ese partido rescoldos de Convergencia y de Unió. Y sabe, quizá, que alguien importante en Génova se pasó de frenada en su interlocución con los compañeros de filas de Puigdemont.

La cuestión es grave. Que el PP, debido a esa maraña de cuestiones internas y de estrategias inacabadas, haya tardado hasta ahora en componer la oferta electoral del 12-M tan en precario, es una temeridad y una imprudente improvisación. Los ritmos galaicos y marianistas ya tuvieron contraste, y no positivo, en la derecha española. Encallaron, precisamente, en Cataluña. El hecho cierto de que el PP cuente con unas bases electorales fidelísimas y, en gran medida cautivas por un Sánchez que les provoca aversión, no debería llamar a engaño. Porque la abstención consciente, ante un escenario de orfandad, ya lo ha experimentado la derecha en algunos episodios críticos de nuestra historia. Por eso cientos de miles de ciudadanos, quizás millones, piden “luz más luz”, como el Goethe terminal, a la alternativa natural al PSOE porque se le percibe ahora solo en claroscuros.

Las encuestas sonríen a los populares en Cataluña. Pasarían el 12-M de sus actuales tres escaños a 13 (según el sondeo del Centro de Estudios de Opinión de la Generalitat) o hasta 15 (según los de La Vanguardia y El Mundo del pasado domingo). Absorberían así a Ciudadanos, que desaparecería, y quizás restasen efectivos a Vox, que la demoscopia sitúa ahora entre los ocho y los 11 diputados.

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