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Con Rajoy fue por las malas, con Sánchez será por las peores
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José Antonio Zarzalejos

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Con Rajoy fue por las malas, con Sánchez será por las peores

A Pedro Sánchez le está ocurriendo, de modo inverso, pero con un posible final coincidente, lo que le sucedió a Mariano Rajoy: la corrupción y Cataluña son letales

Foto: Pedro Sánchez da la mano a Mariano Rajoy tras sacar adelante la moción de censura en 2018. (Reuters/Pierre-Phillipe Marcou)
Pedro Sánchez da la mano a Mariano Rajoy tras sacar adelante la moción de censura en 2018. (Reuters/Pierre-Phillipe Marcou)
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El presidente del Gobierno ha entrado en una dinámica, que por larga que sea, se adivina ya terminal. Su visita al otrora denominado Valle de los Caídos para supervisar los trabajos de exhumación y eventual identificación de los allí enterrados, sin poder determinar qué cadáveres corresponden a víctimas del franquismo o de otros afectos al régimen fenecido en 1975, transmite una imagen patética. Trata de remontar la crisis en la que él ya sabe que está indefectiblemente sumido con recursos que apelan a una emocionalidad confrontativa. Si a ese tipo de efectismos encomienda su remontada, su percepción de riesgo debe ser muy elevada. O, como escribía ayer aquí Antonio Casado, se ve "en tiempo de descuento".

"Si Sánchez recurre a efectivos emotivos como la visita al otrora Valle de la Caídos es que tiene mucha percepción de riesgo"

A Pedro Sánchez le está ocurriendo, de modo inverso, pero con un posible final coincidente, lo que le sucedió a Mariano Rajoy. El presidente del Partido Popular experimentó entre 2011 y 2018 dos factores de erosión: la corrupción y la situación política en Cataluña. De tal manera que la moción de censura que le expulsó de la Moncloa a manos de un Sánchez entonces pleno de energía fue posible por la fragilidad acumulada por su debilidad en cercenar los episodios de corrupción en su partido y por la ingenuidad, un tanto incomprensible, con la que encaró el desafío del separatismo catalán que le estalló con el referéndum ilegal del 1-O de 2017.

Medió entre su primera legislatura (2011-2015) y las dos siguientes el desplome de su partido, que pasó de una mayoría absoluta (186 escaños en el Congreso) a otra escueta (137 diputados) tras repetirse las elecciones en 2016. La moción de censura (2018), ni la olió y reaccionó yéndose a dejar transcurrir el debate parlamentario a un restaurante próximo al Congreso. Se quiso ahorrar amarguras. Rajoy, en fin, comprometió, por razones diferentes a las de Sánchez, al propio Estado sin dejar de lacerar institución alguna, entre ellas, la Corona. Y, al final, le falló traidoramente (¿existe la traición en política?) el PNV, ahora socio del secretario general del PSOE. En el caso del gallego, sin embargo, no hubo el ensañamiento con el que Sánchez se emplea con sus adversarios, ni se parecen sus modos, que en el socialista son autocráticos.

"Rajoy cayó por no atajar la corrupción y por su incomprensible ingenuidad ante el proceso soberanista en Cataluña"

El caso de Pedro Sánchez se contempla en el espejo del de Rajoy. Tras unos años con el viento de popa, con las victorias electorales, justas, pero victorias como para formar dos gobiernos de coalición, comienza a soplar de cara. Él y su partido han perdido tanto las autonómicas y locales como las generales de 2023 y gobiernan ahora en precario, como lo hizo Rajoy entre 2016 y 2018.

La fatiga de materiales en el PSOE y la ya quebrada reputación de su líder vuelve a tener una causa clara, como antaño en el PP y, antes, en su propio partido durante los años noventa: la corrupción. Una corrupción de gradaciones diferentes, como explicaba en el mejor ensayo sobre esta lacra Javier Pradera, titulado Corrupción y política. Los costes de la democracia (editorial Galaxia Gutenberg), pero todas ellas significativas porque conciernen a la organización que dirige y al propio Gobierno en la legislatura anterior. Y se añaden indicios conflictuales y antiestéticos muy serios sobre otras instancias que llegan hasta su ámbito más personal.

"Sánchez está siendo altanero con la corrupción y en Cataluña las cañas se le tornarán lanzas"

Sánchez no está dando —como tampoco lo hizo Rajoy— una respuesta convincente ante los casos de corrupción que le apelan. Ni es transparente, ni es propositivo, ni es humilde. Echa mano de la arrogancia y recurre a la altanería. Sube la apuesta y está dispuesto a convertir la vida política en un cenagal mediante el ¡y tú más! que causa tanta decepción ciudadana. Su responsabilidad en este asunto —que fue la que invocó en su indignada censura a Rajoy— es cualificada porque la presidencia del Gobierno compromete mucho más que otras posiciones institucionales. A mayor poder, mayor responsabilidad.

Las políticas de connivencia en Cataluña y Madrid con las fuerzas que liquidaron a su predecesor en la Moncloa fueron cañas que se han tornado lanzas. Ha entregado al separatismo todo cuando podía y hasta aquello que le estaba vetado. Los pactos que ha suscrito serán las actas en las que se basen las futuras impugnaciones de los secesionistas cuando vean cumplidas, unas, e incumplida, otras, sus expectativas. Le exigirán más, y más y más para seguir apoyándole. Ha ocurrido con la amnistía —cuya constitucionalidad se negó en redondo hasta el 23 de julio pasado— y ocurrirá con la consulta, o más exactamente, con la concesión de un marco jurídico para que los soberanistas esgriman la amenaza permanente de segregar Cataluña.

No habrá autodeterminación —que no les interesa ni a aquellos que dicen pretenderla— pero sí una mutación de nuestro sistema mediante una bilateralidad que reconocerá de facto tres entes: España, Euskadi y Cataluña. Ese es el proyecto, el único que permitiría alargar —no demasiado— la supervivencia de Sánchez tras las elecciones catalanas del 12 de mayo. Antes, no ocurrirá nada definitivo en el País Vasco, salvo sorpresa no descartable, porque el líder socialista ya ha regalado a Bildu lo que el abertzalismo radical pretendía: la respetabilidad de constituirse en un interlocutor válido. Y solo Sánchez le brindará los indultos de etarras que la coalición pretende. Unas prestaciones que no han conllevado la contrapartida de una rectificación moral sobre lo que fue ETA, una retractación imprescindible para su legitimidad democrática.

"Cuando se danza con la corrupción y no existe una mirada estadista sobre Cataluña se produce una pinza política letal"

Rajoy terminó su itinerario en el poder, por las malas. Mediante una moción de censura. El final de Sánchez, antes o después, dada su acreditada capacidad para resistir y revolverse de un modo tan guerrillero como el que estamos observando, será por las peores. Porque su caída será desde una posición más soberbia y engreída que la de Rajoy. Y, por lo tanto, más letal, más dolorosa.

Cuando un gobernante danza con la corrupción y transacciona al modo más concesivo con los separatismos que, por su propia naturaleza son tornadizos y desleales, termina derrotado. Le pasó al expresidente del PP y les está pasando, de forma inversa pero coincidente, al PSOE y a Sánchez. Esa pinza entre la mierda de la corrupción y la ausencia de proyecto y políticas de Estado en Cataluña ha acreditado empíricamente que es lesiva hasta el deceso político.

El presidente del Gobierno ha entrado en una dinámica, que por larga que sea, se adivina ya terminal. Su visita al otrora denominado Valle de los Caídos para supervisar los trabajos de exhumación y eventual identificación de los allí enterrados, sin poder determinar qué cadáveres corresponden a víctimas del franquismo o de otros afectos al régimen fenecido en 1975, transmite una imagen patética. Trata de remontar la crisis en la que él ya sabe que está indefectiblemente sumido con recursos que apelan a una emocionalidad confrontativa. Si a ese tipo de efectismos encomienda su remontada, su percepción de riesgo debe ser muy elevada. O, como escribía ayer aquí Antonio Casado, se ve "en tiempo de descuento".

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