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La saña humillante de Aragonès y Puigdemont
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José Antonio Zarzalejos

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La saña humillante de Aragonès y Puigdemont

La única virtualidad de la jactancia de los separatistas es que les refleja en su nimiedad democrática y ciudadana. Y redacta sin prisa, pero sin pausa, la certificación de defunción del Gobierno de coalición

Foto: Pere Aragonès y Carles Puigdemont, en Bélgica. (Cedida)
Pere Aragonès y Carles Puigdemont, en Bélgica. (Cedida)
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No siempre el aforismo de que "no hay mejor desprecio que no hacer aprecio" resulta cierto. Parece que el Gobierno, y Sánchez en particular, no se dan por enterados de las constantes humillaciones a las que les someten un Aragonès, presidente de la Generalitat, que empieza y concluye en sus propias palabras, político menor y sin relevancia, en una oportunidad histórica que le supera, y Puigdemont, un personaje excéntrico que se retroalimenta de una falsa épica cuando, en realidad es lo que se entiende, livianamente dicho, como un caradura. Dice que, si no es presidente de la Generalitat, se va de la política activa. Los catalanes tienen una buena ocasión para prescindir de él. Descansará él y descansarán los demás.

Esos dos tipos, amparados por ERC y Junts, son socios de la coalición que preside Pedro Sánchez. Les cuesta asumir que la amnistía es una decisión normativa del Congreso de un Estado que detestan. La frustración que les proporciona esa realidad política y jurídica tan incontestable, la tratan de compensar con la venganza de zaherir al PSOE y a su líder argumentado con veracidad que les doblan el pulso tanto cuanto quieren. De contrario, el Gobierno recibe reveses políticos y jurídicos desde instancias contrarias a los independentistas y que minan también su autoridad. El caso de los fiscales es paradigmático.

"La amnistía les causa frustración porque la concede un Estado al que detestan y se vengan zahiriendo a Sánchez y al Gobierno"

Decían que la amnistía era imposible y es posible; proclaman que la consulta secesionista es inconstitucional ahora, pero quizás no lo sea tras las elecciones catalanas del 12 de mayo. Dicen que el concierto económico no es viable, pero podría serlo porque Sánchez ya se comprometió a transferir a Cataluña la exacción, gestión y liquidación del ciento por ciento de los impuestos que se pagan en la comunidad autónoma. Han puesto encima de la mesa lo que pactaron con Sánchez en Barcelona y en Bruselas y subrayan con saña que han doblado la cerviz al Estado. Saben que tienen al Gobierno en sus manos, a un Sánchez castigado ya, irremisiblemente, por la corrupción y a un ala izquierda de la coalición en liquidación por derribo.

Como recordaba aquí el pasado miércoles Josep Martí Blanch, Carles Puigdemont es más 'amable' con el PP que con el PSOE. Lo mismo que el PNV. Así lo acredita la entrevista a Iñaki Anasagasti, a quien los nacionalistas orean para, al tiempo que expele chascarrillos y cotilleos, dejar caer el mensaje que le manda transmitir el PNV. En la del El Español del pasado lunes, el ya jubilado peneuvista decía que él prefería a Feijóo sin Vox, que a Sánchez sin sus socios. Eso es lo que piensan muchos sectores del PNV, especialmente en Vizcaya.

"Ningunean a Salvador Illa porque no le reconocen como interlocutor: negociarán con el presidente, no con un líder autonómico"

El ninguneo de Aragonés y de Puigdemont impacta sobre la figura martirial de Salvador Illa. Le someten a un desprecio constante, sin medida y con una desconsideración que iguala a la de Sánchez en su gestión política. Han establecido ya el marco adecuado para negociar con Sánchez, no con el primer secretario del PSC, tras el 12-M. Ellos, al nivel del presidente del Gobierno, no de un líder autonómico, por muy socialista y por muy catalán que sea.

Son, pues, los únicos que le proporcionan al presidente del Gobierno dosis tóxicas de su propia medicina. Y ya se duelen de la terapia en el PSOE: la intervención jactanciosa de Aragonés el pasado lunes en el Senado terminó en aquelarre antigubernamental. Convergieron el Aragonès humillador y prepotente con los líderes autonómicos del PP en una alianza de ocasión contra Sánchez y el PSOE. Que ni un miembro del Gobierno ni uno de los tres presidentes autonómicos participase en la sesión, fue un error.

"Da la sensación de que hay un toque de retirada del Gobierno mientras Sánchez se emplea en vivienda y política exterior"

Da la sensación de que hay un toque de retirada de determinados escenarios, lo que ocasiona una clara pérdida de terreno para Sánchez y sus portavoces. El fugado ya le ha advertido que en su mano está la legislatura española a la que dará verduguillo según y como se comporte el PSOE y su líder. Puigdemont y Aragonès sustituyen su impotencia electoral con la bravuconería. Que, además, es certeramente amenazante: sin sus diputados en el Congreso, Sánchez no siguen en la Moncloa.

El presidente ha buscado dos escenarios de exposición cómodos. Vuelve a expresar su inquietud por la vivienda, gran problema social que el Gobierno no ha resuelto ni por aproximación en estos seis últimos años, y se alza en adalid del reconocimiento del Estado palestino. Como esta última operación sea tan brillante como la del ajuste de las relaciones con Marruecos (todavía Rabat no ha abierto las aduanas en Ceuta y Melilla), estamos aviados. La una y la otra son maniobras de distracción, pirotecnia. Es una forma de respirar cuando en la política interna el presidente se asfixia.

"Muchos ciudadanos creen que estas humillaciones le están bien empleadas al Gobierno y a Sánchez, pero padece también la dignidad institucional"

A muchos ciudadanos les parece que estas humillaciones al Gobierno y a su presidente les están bien empleadas. En realidad, aunque lo estén, y sus víctimas las acepten mansamente, deterioran la dignidad institucional, ofrecen una sensación de dominio degradante y remiten a una fragilidad extraordinaria del Estado. Que culmina con la permanente y no resuelta —ni siquiera reprochada por el PSOE y su líder— impertinencia de evitar la atención protocolaria al Rey cuando viaja a Cataluña.

La única virtualidad de la jactancia de los separatistas es que les refleja en su nimiedad democrática y ciudadana. Y, al mismo tiempo, redacta sin prisa, pero sin pausa, la certificación de defunción del Gobierno de coalición que expedirá el independentismo cuando le convenga. A un Ejecutivo humillado por sus propios socios es difícil considerarle como tal.

No siempre el aforismo de que "no hay mejor desprecio que no hacer aprecio" resulta cierto. Parece que el Gobierno, y Sánchez en particular, no se dan por enterados de las constantes humillaciones a las que les someten un Aragonès, presidente de la Generalitat, que empieza y concluye en sus propias palabras, político menor y sin relevancia, en una oportunidad histórica que le supera, y Puigdemont, un personaje excéntrico que se retroalimenta de una falsa épica cuando, en realidad es lo que se entiende, livianamente dicho, como un caradura. Dice que, si no es presidente de la Generalitat, se va de la política activa. Los catalanes tienen una buena ocasión para prescindir de él. Descansará él y descansarán los demás.

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