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Noticia de Cataluña, demasiados españoles
Lo más grave del proceso soberanista ha sido alterar la historia para enfrentar a Cataluña con el resto de España. La doble pertenencia y la identidad española de cientos de miles de catalanes emergió el 12-M
Si la sociedad catalana hubiese atendido a alguno de sus más eminentes intelectuales, sus dirigentes catalanistas no habrían migrado a secesionistas. La contención venía aconsejada por Jaume Vicens Vives, el historiador catalán de referencia desde que escribiera su excepcional libro titulado Noticia de Cataluña. Redactada la obra en 1953, ideada con otro título (Nosotros, los catalanes), dispone, no obstante, de vigencia permanente. La deshonestidad intelectual más grave e imperdonable del separatismo catalán ha consistido en estos once años en alterar la historia de Cataluña para enfrentarla al resto de España.
Las elecciones de ayer demuestran que, como considerase Vicens Vives, "los catalanes somos propensos a las negativas intransigentes y a las claudicaciones afectivas, a los odios primarios y los abrazos cordiales. El ir y venir de gente extraña en nuestro territorio nos ha vuelto a veces incongruentes y paradójicos. Somos fruto de distintas semillas y, por lo tanto, buena parte del país pertenece a una biología y una cultura del mestizaje".
Advertía también el historiador que los catalanes han pagado "a alto precio este anacronismo político, orientado, por un lado, a menospreciar el Estado y por el otro a atizarlo continuamente con nuestras críticas, sin intentar una labor de profunda infiltración en sus puestos de mandos". Y añadía: "los catalanes somos un tipo de gente que reacciona ante el mundo con cierta soberbia localista y con una total modestia universalista". A eso, Vicens lo denominaba "mística antiestatal". Y ya al final de su relato histórico sostenía que "el primer resorte de la psicología catalana no es la razón, como en los franceses; la metafísica, como los alemanes; el empirismo, como los ingleses; la inteligencia, como los italianos, ni la mística, como en los castellanos. En Cataluña el móvil primario es la voluntad de ser".
Nadie atendió desde 2012 las prevenciones del mayor de los historiadores de Cataluña. El proceso soberanista fue un despropósito, un altercado de larga duración, una falsa revolución, un desafío perdedor y un grave engaño de las elites del país a esa sociedad mestiza, plural, que durante muchos años conformó una comunidad admirable, vanguardista y acogedora. El procés ha enajenado todos esos activos que, quizás, comienzan a revalorizarse como los únicos capaces de capitalizar de nuevo Cataluña.
No obstante, al filo de las 23 horas de ayer, Pere Aragonès, ese político de tan escasa dimensión para la sociedad que ha tratado de gobernar, y Puigdemont, ese otro político fugado de la justicia, prepotente y delirante, profirieron discursos que permanecen fuera de la realidad. Porque los ciudadanos que acudieron ayer a votar sentenciaron el final de la escapada secesionista, abjuraron —muchos, desmovilizados— de la consigna, el grito y la superioridad impostada de los líderes separatistas y primaron al PSC que obtuvo un resultado excelente que vuelve a ajustar los contrafuertes del liderazgo de Pedro Sánchez, al Partido Popular que potencia holgadamente a Núñez Feijóo y que retira al conjunto del independentismo la mayoría parlamentaria de la que ha venido gozando desde 2012, cuando Artur Mas, en el origen con Pujol de todo este error histórico, fue despachado a la "papelera de la historia" por la CUP y advino el oscuro alcalde de Girona, Carles Puigdemont, que con una retórica medieval reclamó su derecho a ser investido presidente de la Generalitat bajo amenaza de liquidar la legislatura nacional.
La gran cuestión es el mestizaje, la pluralidad de la sociedad catalana, la ciudadanía que allí comparte tanto la estricta españolidad como la doble pertenencia y que, por hartura, ha votado como ayer lo hizo, mientras, con una alta abstención, los secesionistas guardaron ausencias a los tiempos pasados y dejaron que la lógica intrínseca de Cataluña se impusiera por su propio peso.
Sea cuales fueren las combinaciones para gobernar Cataluña, o se produzca un bloqueo en una Cámara legislativa 'colgada', lo cierto es que la lección genuina a extraer de la jornada de ayer es que la sociedad catalana no es reductible a una expresión meramente nacionalista con ínfulas estatalistas. Como la radiografía electoral de ayer demostró, en Cataluña solo cabe la opción de la conllevancia orteguiana con la que, al final, convino el propio Manuel Azaña siendo ya presidente de la terminal II República. Escribió en los años tiznados de negro de los finales treinta del siglo pasado que "nuestro pueblo está condenado a que, con Monarquía o con República, en paz o en guerra, bajo un régimen unitario y asimilista o bajo un régimen autonómico, la cuestión catalana perdure como un manantial de perturbaciones, de discordias apasionadas".
Cuando Azaña escribió esas desesperanzadas palabras, Jaume Vicens Vives no había escrito Noticia de Cataluña. Con ese relato y con la renovada experiencia que proporciona la historia está claro que Cataluña, en su singularidad, es parte de España desde que esta se fundió en la nación política que ha sustentado todo el constitucionalismo desde el siglo XIX. La 'voluntad de ser' de los catalanes ha de integrar su plural identidad y hacerla convivir como en sus mejoras épocas. Porque el empeño en extirpar una parte esencial de la identidad —"demasiados españoles" llegó a afirmar Jordi Pujol en su deriva subrepticia, primero, y abierta, después— es estéril, aunque el desaguisado se haya ocultado por un vendaval emocional y de arrebatado propagandismo en ese perverso proceso soberanista.
Si la sociedad catalana hubiese atendido a alguno de sus más eminentes intelectuales, sus dirigentes catalanistas no habrían migrado a secesionistas. La contención venía aconsejada por Jaume Vicens Vives, el historiador catalán de referencia desde que escribiera su excepcional libro titulado Noticia de Cataluña. Redactada la obra en 1953, ideada con otro título (Nosotros, los catalanes), dispone, no obstante, de vigencia permanente. La deshonestidad intelectual más grave e imperdonable del separatismo catalán ha consistido en estos once años en alterar la historia de Cataluña para enfrentarla al resto de España.
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