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España y el precio de ser judío
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José Antonio Zarzalejos

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España y el precio de ser judío

Sánchez y Abascal, siempre simétricos, utilizan la tragedia en Israel y Gaza como temario de campaña electoral. Una inmoralidad histórica de la que España no se recuperará en muchos años

Foto: Protestas contra la invasión de Gaza en la Universitat Politècnica de Valencia. (Europa Press/Rober Solana)
Protestas contra la invasión de Gaza en la Universitat Politècnica de Valencia. (Europa Press/Rober Solana)
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El pasado 1 de marzo David Grossman escribió este desgarrador texto:

"La esperada crítica política que debería tener por objeto la tan compleja situación [en referencia a la guerra entre Israel y la organización terrorista Hamás en Gaza] se convierte, cuando se trata de Israel, en una crítica llena de odio que solo la destrucción de este país podría llegar a atemperar, aunque ni siquiera eso es seguro (…) manifestantes, columnistas y dirigentes políticos deberían preguntarse por qué precisamente Israel les produce semejante repulsa. ¿Por qué solo su existencia se encuentra condicionada a la buena voluntad de los demás? (…) produce escalofríos pensar que ese odio asesino se dirige en exclusiva al pueblo que hace tan solo unos pocos años fue casi aniquilado. Indigna también la retorcida y cínica relación entre el temor a la existencia judía y las aspiraciones de no pocos miembros de otros pueblos y otras religiones a que Israel deje de existir. Y resulta asimismo insufrible el empeño de ciertos sectores de encajar el conflicto palestino-israelí en el marco del discurso colonialista".

Este alegato del escritor judío, un insobornable militante pacifista que perdió a uno de sus hijos en un choque bélico en 2006, que impugna de un modo implacable al "traidor" Netanyahu, que desvela su propósito de desmantelar la democracia israelí y que denuncia de modo constante cómo el actual primer ministro israelí, mediante la llamada 'cláusula de anulación', ha intentado subordinar las sentencias del Tribunal Supremo al veto político y que denuncia la ocupación de territorios palestinos, es un ejemplo cabal de un judaísmo "laico y humanista" del que el izquierdismo más sectario se ha olvidado.

El precio que pagamos (editorial Debate. Mayo de 2024) es una breve y sustanciosa recopilación de algunos de sus artículos y discursos, escritos y pronunciados antes y después del pogromo de Hamás el 7 de octubre del pasado año. El libro se acaba de distribuir traducido a seis idiomas y está constituyendo un referente doble: de oposición neta y absoluta al Gobierno de Netanyahu y de afirmación del "hogar judío", de su derecho a defenderse y de la aspiración a una vecindad con los palestinos que remita al olvido la "ansiedad existencial" de su pueblo.

Quienes conocemos razonablemente Israel —por visitas al país, por cercanía a la comunidad judía, por estudio y lecturas de la trayectoria del pueblo judío anterior y posterior a la creación del Estado de Israel en 1948— nos sentimos también judíos en su inmisericorde penuria. Más aún cuando tenemos noticia, tan hiriente, de lo que está sufriendo la comunidad de judíos españoles (apenas 45.000 ciudadanos), según la descripción de Juan Soto Ivars en El Confidencial (26 de mayo pasado). Y suscribimos en buena medida las tesis de Grossman que son muy parejas a las de otros intelectuales y políticos judíos. Escuchar —lo hice hace tres meses— los análisis impecables en off del exministro laborista y exembajador en España, Shlomo Ben-Ami, sitúan el conflicto en sus justos términos.

Foto: Sánchez, en la declaración institucional desde Moncloa. (Pool Moncloa/Borja Puig de la Bellacasa)

La compasión que Grossman trasluce en sus textos (el libro es breve y sustancioso, de sólo 119 páginas) por su propio pueblo y por el palestino, es la misma de muchos judíos allí y en occidente que desearían otras políticas que hubiesen prevenido el terrorismo de Hamás. Existe en una parte importante de la sociedad israelí una sensación de "nueva debilidad" propiciada por la prepotencia de un sistema político disfuncional que prima el teocratismo de los ortodoxos, auténticos e inexplicables privilegiados por el sistema que les exime de las prestaciones militares y les mantiene solo como investigadores y lectores de las escrituras al tiempo que son determinantes en la política del Estado.

Las élites sensatas de Israel sostienen dos certezas: la primera es que las políticas de Netanyahu han desarmado al Estado, adormecido al país y agudizado sus contradicciones y, a la postre, han dejado crecer el monstruo de Hamás; la segunda, que la respuesta a la masacre terrorista en la linde de Israel con Gaza el 7 de octubre ha disparado la necesidad de autodefensa de su Estado y que es el momento de aunar esfuerzos. En la ofensiva sobre Gaza el ejército israelí ha cometido excesos, pero como recuerda Grossman "no nos confundamos ni nos equivoquemos, porque a pesar de toda la ira que podamos sentir contra Netanyahu y su proceder, el horror de estos días no lo ha provocado Israel, sino que el artífice ha sido Hamás. Porque, aunque la ocupación sea un crimen, perseguir a cientos de civiles, a niños, a sus padres, a anciano y enfermos, yendo a por ellos de uno en uno para dispararles a sangre fría es un crimen todavía más atroz".

"El reconocimiento del inexistente Estado palestino es inmoral, porque el propósito no es el que se dice, sino el que se esconde"

En este contexto tan trágico han irrumpido vergonzosamente Pedro Sánchez y su Gobierno con la inestimable colaboración de Abascal y Vox (mejor olvidar a Yolanda Díaz haciendo suya la consigna terrorista de una Palestina 'del río hasta el mar' y a la cada día menor ministra de Defensa, Margarita Robles, hablando con desparpajo de 'genocidio' en Gaza). El reconocimiento del inexistente Estado palestino constituye una decisión inmoral en estas circunstancias porque el propósito no es el que se dice sino el que se esconde: conectar con las corrientes más radicales de la izquierda, aquí y en Europa, que han estigmatizado el judaísmo para agitar la campaña de las europeas. Por su parte, Abascal replica desde el otro extremo a Sánchez y se planta en Jerusalén para jalear a Netanyahu y mostrar su protagonismo en el concierto de la extrema derecha internacional. Ni el uno ni el otro hacen otra cosa que utilizar la tragedia como un reclamo electoral. Es una de las mayores inmoralidades que hemos contemplado.

Unas inmoralidades que arrojan a España de cualquier protagonismo en las no lejanas negociaciones de paz en la zona, despilfarrando la auctoritas que nos granjeó la Conferencia de Paz de Madrid en 1991, germen de los acuerdos de Oslo de 1993 a cuya firma asistió el expresidente Felipe González. Su Gobierno reconoció el Estado de Israel en 1986. Lo que ahora une a Sánchez y a Abascal son, al contrario del signo de la política exterior española en las décadas precedentes, sus miradas siempre utilitarias, domésticas, avariciosas e instrumentales.

Foto: Un hombre ondea una bandera palestina frente al Congreso de los Diputados el pasado mes de noviembre. (Getty Images/David Canales)

El precio que pagan los judíos y todos los israelíes es justamente el de convertirse en munición electoral de la política de este Gobierno, de la extrema izquierda y de la extrema derecha. Que ese precio lo haya impuesto nuestro Ejecutivo con un reconocimiento oportunista del virtual Estado palestino (Noruega lo ha hecho por coherencia con los acuerdos de Oslo e Irlanda por resentimiento al colonialismo británico de aquel territorio antes de 1948) es un pecado histórico que no se enjugará en generaciones.

España no es Sánchez ni Abascal. Israel no es Netanyahu. España es deudora del legado judío e Israel es el hogar del pueblo que Hitler exterminó en Europa entre 1940 y 1945. Solo por la combinación de nexos de sangre, cultura y convivencia con los judíos y de compromiso histórico contra el Holocausto, este detestable Gobierno y este detestable Vox debieran haber atendido el mensaje que lanza El precio que pagamos de David Grossman. Sería un buen ejercicio intelectual para Sánchez en vez de la ominosa reunión con ministros de países teocráticos, homófobos y misóginos y en vez, también, de la no menos ominosa reunión de Abascal con Benjamin Netanyahu.

El pasado 1 de marzo David Grossman escribió este desgarrador texto:

Vox Pedro Sánchez Conflicto árabe-israelí
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