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Por
Felipe VI, víctima de la fracasada abdicación de su padre
Diez años después de la abdicación de Juan Carlos I se alaba el éxito de esa 'operación de Estado' cuando en realidad resultó tardía y dejó sin resolver los problemas que ha tenido que enfrentar con alto coste Felipe VI
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El discurso apologético sobre las bondades de la abdicación de Juan Carlos I forma parte del convencionalismo que aún sigue instalado en muchos medios de comunicación y en determinados sectores de la clase dirigente. Diez años después —el Rey hoy abdicado la anunció el 2 de junio de 2014— el balance de aquella decisión demuestra sin dudas que fue tardía, se diseñó mal y se ejecutó todavía peor.
2012, el Rey baraja la abdicación
Es incierto que no se conociera el propósito del entorno del Rey de instarle a la abdicación. El 20 de febrero de 2013, tras intentarlo varias veces, logré hablar por teléfono con Rafael Spottorno, jefe de la Casa. Le pregunté sobre la certeza de una información muy inicial que me había llegado, según la cual el Rey estaría pensando en abdicar. El diplomático no solo no desmintió a botepronto tal rumor, sino que me invitó a tomar un café con él en la Zarzuela a las 9:30 de la mañana del día siguiente.
A esa hora, tras pasar por el control de la entrada a palacio por Somontes, mantuvimos cuarenta y cinco minutos de conversación. Rafael Spottorno, sin conminarme a ninguna confidencialidad, me confirmó que Juan Carlos I estaba pensando en renunciar, aunque faltaba que tomase la decisión y se refirió a las dificultades de hacerlo y a la delicadeza de la elección del momento de llevarla a cabo. Unos días antes, el 4 de enero, en una patética entrevista con Jesús Hermida en TVE, Juan Carlos I declaró que se encontraba en plena forma.
Al día siguiente, el 21 de febrero de 2013, El Confidencial publicó la crónica titulada El Rey baraja ya la abdicación. La Casa desmintió rotundamente la información tras un monumental enfado del Rey que exigió un comunicado pese a ser informado de que Spottorno había hablado conmigo. Al día siguiente, 23 de febrero, relaté con pelos y señales mi entrevista con él y amplié algunos datos. (*)
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Naturalmente, me pregunté por qué el diplomático me había transmitido esa confidencia sin comprometerme a un off the record absoluto. Lo entendí tiempo después: una filtración como esa formaba parte del plan para valorar la reacción inicial a una decisión de tanta envergadura. Sin embargo, el silencio de los medios, salvo excepciones, fue la respuesta a una noticia relevante y exclusiva de El Confidencial que ya había detectado el 15 de abril de 2012 en la crónica titulada Historia de cómo la Corona ha entrado en barrena, publicada inmediatamente después del lamentable y accidentado viaje de Juan Carlos I a Botsuana en compañía de Corina Larsen. En ese texto ya se deslizaban opiniones del entorno de la Zarzuela que abogaban por una rápida renuncia del rey.
Otra abdicación fue posible
Pese a la amnesia sobrevenida sobre esas informaciones, que aclaran que no había motivo para sorpresa excesiva por la renuncia real, es cierto que Juan Carlos I fue renuente a abdicar. No entraba en sus cabales. No era su proyecto vital. Y fue su entorno el que, primero, le apoyó en su propósito de continuar al frente de la jefatura del Estado y el que, después, le presionó para que lo abandonase. Aún hoy siguen expresándose opiniones de personas muy relevantes sobre la 'equivocación' de la abdicación de Juan Carlos I suponiendo que con él en la Zarzuela "no estarían pasando las cosas que suceden", en referencia a la situación política.
Si el padre del Rey hubiese sido consciente de la inadecuación de sus conductas personales y financieras, si hubiese sabido calcular el daño extraordinario que hacían a la Corona, la abdicación se hubiera hecho conforme a los siguientes pasos:
— Se hubiera desarrollado el Título II de la Constitución que prevé una ley orgánica reguladora de las "abdicaciones y renuncias" y de "cualquier duda de hecho o de derecho que concurra en el orden de sucesión a la Corona" (artículo 57.5). Hubo, sin embargo, que improvisar una ley de abdicación exprofeso para Juan Carlos I, de artículo único sin la previsión de su aforamiento ante la Sala Segunda del Supremo, que se introdujo casi bajo cuerda en otra ley posterior que ya los socialistas, todavía con Alfredo Rubalcaba al frente, no votaron favorablemente como sí hicieron con la de abdicación.
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— El rey Juan Carlos y sus colaboradores —al cabo de la calle de su relación sentimental con Corina Larsen y con evidencias de un tren de vida incompatible con sus ingresos y patrimonio declarados— no trabajaron para que antes de la abdicación cesase por completo esa vinculación que afrentaba a la reina Sofía y a la decencia de la institución. Incluso después del viaje a Botsuana en 2012, Juan Carlos I siguió manteniendo una vinculación desigual pero indudable con ella.
— Ni el Rey ni sus colaboradores (aquellos que lo sabían, que algunos eran) eludieron su obligación de la regularización fiscal que tuvo que realizar el monarca abdicado años después. Como afirman fuentes muy críticas con la renuncia, por tardía y 'chapucera', "las diligencias prejudiciales del ministerio fiscal que duraron casi dos años podían y debían haberse evitado saneando a fondo la situación de don Juan Carlos mucho antes de la abdicación para dejar el camino expedito a su hijo". Efectivamente, durante muchos meses existió la posibilidad de que la fiscalía interpusiese ante la Sala Segunda del Tribunal Supremo una querella contra Juan Carlos I por varios delitos. Se archivaron, sin embargo, las averiguaciones por la concurrencia de la prescripción, la regularización fiscal voluntaria y la inviolabilidad constitucional del jefe del Estado. El alivio fue enorme en la Zarzuela porque el peor de los escenarios hubiese sido la admisión de una querella, la instrucción en el Supremo y, eventualmente, el banquillo para el padre del Rey.
Felipe VI y la gestión del fiasco de la abdicación
El resultado de esta renuncia tardía y mal ejecutada fue que Felipe VI recibió la Corona en un estado de depauperada reputación el 19 de junio de 2014, pero sin saber entonces que la hondura de los problemas que le crearía su padre en los años siguientes sería de un alcance extraordinario. Él dijo renunciar por razones que no respondían a la realidad. Había motivos de salud, desde luego, pero, desde muchos años antes, existía también una grave lacra de probidad que resultaba conocida por sus entornos inmediatos que hacía insostenible su continuidad.
Felipe VI, ya reinante, tuvo que ir tomando medidas penosísimas sobre su padre al emerger tras su renuncia conductas inaceptables. Le suspendió la agenda pública institucional (2019), le retiró la asignación presupuestaria de 161.000 euros y renunció simbólicamente a los derechos testamentarios que le pudieran corresponder a él y a su hija la Princesa de Asturias (2020) y tuvo que ordenarle su expatriación para que no dañase más la percepción social y política de la Corona (agosto de 2020).
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Entre la abdicación y la expatriación, Juan Carlos I no dejó de ser un enorme problema para su hijo y para la institución. Incluso lo han sido después sus primeras visitas a España una vez archivadas las diligencias fiscales y que reportaron quebraderos de cabeza en la Zarzuela manejados, siempre con una gran habilidad, prudencia y sabiduría de Jaime Alfonsín, jefe de la Casa del Rey desde 2014 hasta el pasado mes de febrero. Juan Carlos I, además, incumplió repetidamente su compromiso de discreción y privacidad que prometió a su hijo en una carta de marzo de 2022. (**)
¿Cómo podría sostenerse que la abdicación de Juan Carlos I fue un 'éxito', una 'operación de Estado', cuando en realidad entregó un legado a su hijo Felipe VI que ha tenido que gestionar entre la incomprensión de una parte de la derecha monárquica y la hostilidad de una buena parte de la izquierda y la extrema izquierda, siendo el monarca abdicado el gran lastre para la Corona?
La duquesa: "Le veo al Rey muy funcionario"
El alcance de una determinada situación se obtiene, en ocasiones, a través de anécdotas categóricas. El pasado 27 de mayo, Pilar Gómez de Gregorio y Álvarez de Toledo, duquesa de Fernandina, hija de la duquesa de Medina Sidonia, grande de España, que pasa por ser una progresista en el círculo de la más alta aristocracia, fue entrevista en la muy visible contraportada de El País a propósito del inminente décimo aniversario de la proclamación de Felipe VI ante las Cortes Generales. Estas son tres de las preguntas y sus correspondientes respuestas:
"P. Se acerca el décimo aniversario del reinado de Felipe VI, ¿qué balance hace como noble?
R. Encuentro que la carga histórica del reinado y los servicios que su padre hizo a España son incomparables. Al Rey actual lo veo muy funcionario. Para mí, el punto más crítico de la década fue el comunicado de 15 de marzo de 2020 en el que anunció, justo cuando nos confinaron, que renunciaba a la herencia de su padre y le retiraba la asignación oficial. Supuso culpar sin sentencia judicial, sin respetar su presunción de inocencia, cuando estaba inmerso en procesos.
P. En un referéndum para elegir entre monarquía y república, ¿usted qué votaría?
R. Yo creo que en España hay que fortalecer el Estado. Con el actual sistema, España corre el riesgo de desintegrarse.
P. Entonces, ¿votaría por la república?
R. Muchos nobles creen que deben defender la Corona con los ojos cerrados. No es mi caso. Creo que en este momento sería mejor un jefe del Estado sin complejos, con la legitimidad de las urnas y sin la rémora de pensar en su sucesor. Ahora mismo el poder está más pendiente de ver si dura que al servicio de España. El máximo objetivo del Rey no puede ser el futuro reinado de su hija, sino el servicio a su país."
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Conclusión de las palabras, demasiado compartidas por grupos que pretenden la rápida rehabilitación de Juan Carlos I, de una de las más acaudaladas y linajudas nobles españolas que, además, insisto en ello, se postula como un verso suelto de la aristocracia: Juan Carlos I fue maltratado por su hijo, que solo se preocupa por que le suceda su hija y por ello es preferible un jefe del Estado elegido, es decir, una república.
Fuentes próximas a la Casa del Rey no descartan en absoluto que esté en marcha un 'blanqueamiento' de la figura de Juan Carlos I. "Nadie puede negarle sus méritos y logros como estadista, pero tampoco nadie puede eludir la realidad de que sus conductas hicieron daño a la Corona y están complicando el reinado de su hijo". Aducen, además, que el desplazamiento permanente de su residencia fiscal a Emiratos Árabes Unidos "se debe a que no podría justificar en España sus ingresos y patrimonio ante la Agencia Tributaria y, de ningún modo, tampoco podría instalarse en la Zarzuela, finca y edificios en ella de Patrimonio Nacional. Ha hecho un casus belli alojarse en palacio".
Un fiasco, diez años después
¿Fue un éxito la abdicación? ¿Fue una gran operación de Estado? No, en absoluto. Y Felipe VI ha sido la víctima del rastro de su padre que, por si fuera poco, entre 2014 y 2019, siguió ostentando la representación de la Casa Real en muchos actos institucionales, incluso en viajes oficiales al extranjero. A diferencia de otros monarcas que una vez abdicados desaparecen del escenario para que su sucesor absorba todo el protagonismo y continúe su labor institucional como ha sucedido en Bélgica, Países Bajos, Dinamarca o Japón. Esas sí fueron abdicaciones exitosas.
La de Juan Carlos I, un fiasco, la adelantó en exclusiva El Confidencial el 2 de junio de 2014, horas antes de que se hiciese pública: "El Rey abdica para salvar la monarquía de la crisis institucional".
(*) Todo el relato de la abdicación está recogido en el capítulo II de Mañana será tarde (editorial Planeta, 2015), páginas 77 a 128.
(**) En Felipe VI, un rey en la adversidad (editorial Planeta 2021) se relatan con detalle todas las medidas que adoptó el Rey para revertir la situación creada por su padre.
El discurso apologético sobre las bondades de la abdicación de Juan Carlos I forma parte del convencionalismo que aún sigue instalado en muchos medios de comunicación y en determinados sectores de la clase dirigente. Diez años después —el Rey hoy abdicado la anunció el 2 de junio de 2014— el balance de aquella decisión demuestra sin dudas que fue tardía, se diseñó mal y se ejecutó todavía peor.