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Yolanda Díaz, la mierda y el pacto de sumisión
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José Antonio Zarzalejos

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Yolanda Díaz, la mierda y el pacto de sumisión

La vicepresidenta puede mandar a la mierda a sus adversarios, pero hacerlo no es una estrategia sino una expresión de desesperación. Su sumisión ante el caso Gómez la define

Foto: La vicepresidenta segunda y líder de Sumar, Yolanda Díaz en un acto de campaña. (EFE/Juan González)
La vicepresidenta segunda y líder de Sumar, Yolanda Díaz en un acto de campaña. (EFE/Juan González)
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Mandar ‘a la mierda’ a los adversarios, además de una expresión chabacana, no entraña estrategia alguna, sino una pulsión de desesperación. Se confundió Yolanda Díaz al proferir el denuesto en el Congreso y, más aún, en reiterarlo en mítines de campaña e incorporarlo a la cartelería electoral. Porque, además de dirigente política, es vicepresidenta segunda del Gobierno y ese estatuto reclama un decoro a la altura de la magistratura que se ostenta.

Díaz tiene un problema casi irresoluble: carece de territorio ideológico propio porque el PSOE de Sánchez se lo ha arrebatado. Tampoco dispone de una organización digna de tal nombre porque la estructura de Sumar es frágil y quebradiza. Su programa político es puramente retórico. Y su ruptura con Podemos está siendo letal para ella y sus colaboradores.

Quizás el aspecto menos digerible para su potencial electorado haya sido -esté siendo- esa suerte de pacto de sumisión a Pedro Sánchez que le está enviando al limbo político. Díaz ha asumido sin demasiada queja la renuncia del debate presupuestario en el que podría, quizá, haber marcado algún perfil. Está digiriendo con una benignidad extraordinaria los casos de corrupción en el PSOE y no ha tenido una sola palabra de reproche a la conducta de Begoña Gómez, por lo menos inapropiada, sino todo lo contrario. Se ha envainado el memorando de entendimiento del Gobierno con el presidente de Ucrania (1.100 millones en ayuda militar) cargado a una partida anterior e inespecífica de colaboración con Kiev. Ha sobreactuado de una manera inaceptable -en tanto que vicepresidenta del Gobierno- en la hostilidad a Israel reclamando que se retire a nuestro embajador en Tel Aviv. Y cumpliendo un pacto que Sumar no firmó con el PNV, sino con el PSOE, ha ejecutado las órdenes del presidente para establecer la prevalencia de los convenios autonómicos y provinciales sobre los estatales, dinamitando el diálogo social y la unidad de mercado. Los nacionalistas vascos ya tienen su marco autónomo de relaciones laborales, una pretensión especialmente retrógrada que se da de bruces con los propósitos proclamados por la izquierda que ella dice representar.

Yolanda Díaz no entendió su designación dactilar por Pablo Iglesias en marzo de 2021. El líder de Podemos le entregó la candidatura de su partido no para combatir a Podemos sino para preservarlo. Exactamente, para lo contrario de lo que ha hecho. De ahí que el experimentado activista haya declarado enfáticamente que “la unidad de la izquierda es posible en el futuro, pero no con Yolanda Díaz” (El Correo del pasado lunes día 3). Los resultados de las elecciones del domingo pueden ser temibles para Díaz si Irene Montero obtiene el acta europea y, además, logra otra adicional en tanto Sumar se queda en no más de tres.

Foto: La vicepresidenta segunda y ministra de Trabajo, Yolanda Díaz. (EFE/Chema Moya)

La serie electoral desde las locales y autonómicas de mayo del pasado año, incluyendo las posteriores generales y los comicios en Galicia, País Vasco y Cataluña, termina por proyectar un derrumbe de Díaz del que se ha beneficiado Sánchez y solo Sánchez. Más aún, el presidente del Gobierno ha ocupado por completo el espacio de la extrema izquierda (esa que agrede a los jueces, esa que se duele de la libertad de expresión, esa que maneja sin control los mecanismos del Estado y anula al legislativo) que era teóricamente el suyo. Es normal que lo haga porque el secretario general del PSOE solo puede resistir si capta votos en el caladero de Sumar y se sigue entendiendo con los independentistas sin importarle que sean radicales de derecha o de izquierda.

Sin embargo, Díaz y los otros cuatro ministros de Sumar, continúan uncidos al Gobierno con un comportamiento, en el mejor de los casos, incoherente y, en el peor, puramente interesado. En las reuniones del Consejo tienden al silencio aquiescente y luego protestan. Si se les inquiere sobre la salud de la coalición, el diagnóstico es espléndido, pero, acto seguido, se montan videos caseros para alzar la voz contra la dominación a la que les someten Sánchez y su partido.

Foto: La vicepresidenta segunda y ministra de Trabajo y Economía Social, Yolanda Díaz, en el Senado. (Europa Press/Marta Fernández Jara)

Yolanda Díaz no representa ni siquiera la juventud de la llamada ‘nueva política’. Es una dirigente tradicional, muy en sintonía con el viejo Partido Comunista y sus únicas aportaciones han sido las de presentar entre esteticismos un anacronismo ideológico de tomo y lomo. Además, no tiene anclaje territorial. Pudo ser Galicia, pero los pésimos resultados que obtuvo Sumar en las autonómicas del pasado mes de febrero (28.000 votos, sin opción a escaño) contrastan con los que disponen Más Madrid y los comunes catalanes. Al fin y al cabo, Errejón o Colau pueden atrincherarse localmente, como Compromís, pero ella carece de refugio y se juega todo en la circunscripción única nacional el próximo domingo, que es la misma pista por la que trota Podemos.

Si el registro de Sumar el 9-J está por debajo del que obtuvieron Unidas Podemos en 2019 (6 escaños), la vicepresidenta segunda del Gobierno habrá cerrado un formidable circuito de fracasos electorales. Quizás entienda así que no basta con que haya sido un desavisado diputado del Partido Popular el que salvase del naufragio su reforma laboral (febrero de 2022) que es la única credencial para su continuidad en la política española. Está, y quizás ya lo sepa, desahuciada por mucho que mande a la mierda a sus adversarios. Mientras tanto, Sánchez le remite, sin escatologías innecesarias, al fracaso al que colabora ella con su silencio sumiso. No hay izquierda creíble si, ante los comportamientos arriesgados de la esposa del presidente con las empresas que quintaesencian el capitalismo del que abomina, calla por toda respuesta.

Mandar ‘a la mierda’ a los adversarios, además de una expresión chabacana, no entraña estrategia alguna, sino una pulsión de desesperación. Se confundió Yolanda Díaz al proferir el denuesto en el Congreso y, más aún, en reiterarlo en mítines de campaña e incorporarlo a la cartelería electoral. Porque, además de dirigente política, es vicepresidenta segunda del Gobierno y ese estatuto reclama un decoro a la altura de la magistratura que se ostenta.

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