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El triple fracaso del PSOE y de Sánchez, en el 9-J, en Europa y en Cataluña
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José Antonio Zarzalejos

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El triple fracaso del PSOE y de Sánchez, en el 9-J, en Europa y en Cataluña

El fracaso de los socialistas en las europeas enlaza con el previsible en la constitución de la Mesa del Parlament, con desobediencia incluida al TC. Como en Francia, quizá como en Alemania, aquí es posible que no haya otra que ir a las urnas

Foto: Sánchez en un mitin de la campaña de las europeas. (EP/Lorena Sopêna)
Sánchez en un mitin de la campaña de las europeas. (EP/Lorena Sopêna)
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La victoria del Partido Popular ha sido indiscutible. Casi seis millones de votos (700.000 más que el PSOE) y 22 escaños. Pero esas son cifras que hay que situar en su debido contexto. La campaña electoral ha sido de unanimidad de todas las fuerzas concurrentes, desde la extrema izquierda hasta la extrema derecha, en el ataque al partido de Feijóo.

El resultado de los populares hay que ponerlo en valor teniendo en cuenta, además, que Vox ha mejorado respecto a 2019 (6 escaños, dos más y 1.700.000 votos) y que ha irrumpido en su flanco derecho, ya extremo, ese extraño grupo ultra denominado Se Acabó la Fiesta que se ha hecho con tres escaños y 800.000 papeletas. Es claro que los populares han arañado voto centrista porque no hay trasvase de los radicales, que ganan posiciones. Más aún, Pedro Sánchez ha echado el resto con un intento de movilización emocional con el estomagante asunto de su mujer, que, sin embargo, le ha fallado. Demasiada abstención.

Desde que se inició el ciclo electoral en las autonómicas y municipales de mayo de 2023, el PSOE de Sánchez no ha ganado ningún proceso electoral, salvo en Cataluña. Un logro que podría ser inútil y que, en horas, con la constitución de la Mesa del Parlamento, quizá comprobaremos, porque el resultado de los independentistas ha sido suficiente. ERC y Bildu mantienen su registro (3 escaños y 856.000 papeletas) y Puigdemont salva la cara colocando de nuevo a Toni Comín en Bruselas con 445.000 votos, aunque dejándose 250.000 papeletas en el camino.

Los socialistas perdieron las generales (y ya se ha visto que no pueden gobernar porque Sánchez se mintió a sí mismo el 23 de julio pasado), perdió en febrero de este año notablemente en Galicia, donde el PP revalidó su quinta mayoría absoluta consecutiva, se comportó discretamente en el País Vasco en abril y ganó en mayo las catalanas en las que el PP triplicó los votos populares y quintuplicó los escaños (de 3 a 15).

Foto: Feijóo celebra los resultados en Génova. (EFE/Juanjo Martín) Opinión

La izquierda radical se ha dividido, como era de esperar, y ha retrocedido: Sumar se queda con tres escaños y Podemos le pisa los talones con 2. Este desdoblamiento a la baja provoca dos efectos inmediatos. El primero, en la frágil organización de Yolanda Díaz (Izquierda Unida pierde su parlamentario). El segundo, es que su peso cuantitativo y cualitativo es marginal en una coalición gubernamental a la que la vicepresidenta segunda aporta ya poca cosa. Sumar ha superado a Se Acabó la Fiesta en pocos miles de votos. El partido de Alvise ha sobrepasado a Podemos en más de 200.000. Un desastre.

Ahora bien, si la derecha democrática española, solo comparable a la alemana que ayer batió a los socialdemócratas que se situaron terceros en el ranking por detrás de la temible Alternativa por Alemania, quiere seguir la teoría de la tontuna útil de la lamentación jeremíaca, facilitará el relato reversible de Ferraz que trata de convertir derrotas en victorias de una forma tan sistemática como patética pero eficaz.

Foto: El líder del PP, Alberto Núñez Feijóo, celebra el resultado de las europeas en la sede de Génova (EFE/Juanjo Martín)
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En términos europeos, Francia y Alemania dan la nota. Los trastazos de Macron y de Scholz son históricos. Añádase la comodísima victoria de Meloni en Italia y se comprenderá que algo tendrá que debatir la Internacional Socialista que preside Pedro Sánchez. El eje europeo tradicional se va a mantener porque el Partido Popular Europeo (en el que están como principales grupos, la CDU-CSU alemana y el PP español) se va a comportar como estabilizador y garante de unas políticas de continuidad imprescindibles: Estado de Derecho, proscripción de la xenofobia, sostenimiento de las grandes líneas de cohesión interestatal, pacto para proteger el medioambiente y, entre otros estandartes, el principio de igualdad en el ejercicio de la ciudadanía.

En ese nuevo contexto, Sánchez es un dirigente polarizador. La derecha democrática tiene mucho que preguntarse acerca de la emergencia ultra en la Unión Europea, pero también en sus ámbitos nacionales. En España, el presidente del Gobierno ha erigido el famoso 'muro' que quintaesencian sus políticas divisivas: Vox, su gran socio antagónico, ahí está, pero acompañado ahora por ese esperpento de Luis Pérez (Alvise), que puede protagonizar auténticas fechorías. 800.000 ciudadanos han depositado en él su confianza, quizá fugazmente, pero hay que diagnosticar el porqué. Francia, y la gestión de Mitterrand (1981-1995) en sus dos septenios durante los que pinzó a los gaullistas con Le Pen, es una lección histórica que el PSOE no debiera olvidar.

Foto:  El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez (de espaldas) se dirige al líder de Vox, Santiago Abascal. (EFE/J.P. Gandul) Opinión
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Sánchez y su partido no salen de los comicios mejor de lo que estaban —al revés, peor— para enfrentarse a la legislatura catalana. Si hoy la Mesa del parlamento catalán la preside un independentista y se acepta que Puigdemont y Puig voten telemáticamente contra el reciente criterio del Tribunal Constitucional, regresamos a un escenario inquietante en el que quedaría debidamente acreditado que el "somos más" del secretario general socialista expresado con aparente euforia a noche del 23 de julio del año pasado consistía básicamente en una trampa en el juego solitario que él se ha ido montando.

La legislatura pende de un hilo y no sería nada extraño que, de aquí a fin de año, además de elecciones en Francia, se celebren también en Alemania y, en fin, también en España. Nuestro país, en términos políticos y con una evidente hartura de los ciudadanos, ha entrado en el inicio del final de una época que empezó, contra el criterio legatario de socialistas con mirada larga, en una entente imposible entre el PSOE y los independentistas. O sea, eso que llaman sanchismo —término que no asumo como propio— boquea.

Coda primera. El señor Tezanos y su CIS, vuelven a cubrirse de gloria. Las desviaciones de sus encuestas a favor del PSOE pretenden hacer realidades sus deseos, pero fallan como una escopeta de feria. La sociología electoral tiene en España puntales sabios y honrados como José Juan Toharia presidente de Metroscopia que ha clavado el resultado electoral de ayer.

Coda segunda. Ni una victoria del PSOE hubiera tenido la virtualidad de archivar las diligencias penales que investigan a Begoña Gómez por dos delitos, ni la del PP anticipa condena alguna contra la esposa del presidente del Gobierno. Nunca, salvo en algunas delirantes imaginaciones, ha estado en juego ese asunto. No puede estarlo en una democracia digna de tal nombre.

La victoria del Partido Popular ha sido indiscutible. Casi seis millones de votos (700.000 más que el PSOE) y 22 escaños. Pero esas son cifras que hay que situar en su debido contexto. La campaña electoral ha sido de unanimidad de todas las fuerzas concurrentes, desde la extrema izquierda hasta la extrema derecha, en el ataque al partido de Feijóo.

Pedro Sánchez
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