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Una monarquía en el alambre, el Rey demócrata y la tentación sueca
En el décimo aniversario de su proclamación, Felipe VI dispone de un abrumador afecto popular, pero la monarquía parlamentaria sigue teniendo problemas por su arrinconamiento institucional y la deslealtad de determinadas élites
Artículo 56.1 de la Constitución: "El Rey es el Jefe del Estado, símbolo de su unidad y permanencia, arbitra y modera el funcionamiento regular de las instituciones, asume la más alta representación del Estado español en las relaciones internacionales, especialmente con las naciones de su comunidad histórica, y ejerce las funciones que le atribuyen expresamente la Constitución y las leyes."
Un estudio elaborado y publicado el pasado 7 de junio por los profesores Francisco Llera y José M. León Ranero por encargo de la asociación Red de Estudios de las Monarquías Parlamentarias (Remco), tras quince horas de diálogo con medio centenar de jóvenes nacidos entre 1995 y 2006, valora así los diez años de reinado de Felipe VI:
"La primera década del reinado de Felipe VI, tras una sucesión compleja y en un contexto de crisis política seria, es vista, sobre todo, como de continuidad, que está teniendo que pasar página de los escándalos familiares y los cambios necesarios en la Casa Real. El balance, ligeramente más crítico (cambios, transparencia, visibilidad, relevancia, sesgo conservador, desconfianza, distancia) que favorable en el desempeño de las funciones institucionales de la Corona se compensa con la valoración, muy positiva, de la personalidad del Rey (serio, prudente, discreto, con criterio, buena formación, neutral, distanciamiento familiar, modernizador, con buen perfil internacional, conocimiento y sensibilidad ante el pluralismo del país)".
"El Rey, por prudente, serio y neutral, tiene una buena imagen en los más jóvenes, los nacidos entre 1995 y 2006"
Respecto de la Princesa de Asturias y la Reina, concluyen que "hay pocas dudas sobre su papel positivo (…) para la popularización de la Corona, sobre todo, por su origen social [de la Reina], su cercanía a la sociedad y su capacidad de comunicación. Pero, también, por su personalidad, su papel en la formación de sus hijas, particularmente de la Princesa de Asturias, y su previsible influencia en las decisiones del Rey. Por todo ello, no se comprende muy bien la irrelevancia o cierta artificiosidad aparente del desempeño de un papel, necesariamente, secundario, al que, sin embargo, se percibe con más potencialidades".
Y sigue: "la Princesa Leonor está llamada, además de dotar de continuidad a la Corona, a encarnar un futuro nuevo para la misma como protagonista de la tercera generación de su restauración. Además de las incógnitas lógicas sobre alguien tan joven y protegida y que, hasta ahora, no ha tenido una relevancia o exposición pública, pero llamada a desempeñar un papel histórico, las valoraciones dibujan un caleidoscopio de argumentos, básicamente, positivos: una mujer joven, con un importante recorrido formativo, con buena imagen, laboriosa, seria y con personalidad para un papel duro y complicado. Al especular sobre el futuro, excluidas las referencias a las incertidumbres inevitables (matrimonio, elitismo, sesgo tradicional), predomina la expectativa de continuidad y estabilidad, que puede garantizar alguien con ese perfil, por otro lado, muy dependiente de la herencia modernizadora que le pueda dejar en la Casa Real el reinado de su padre".
Aunque con la percepción de algunos sesgos negativos, la monarquía parlamentaria no tiene alternativa verosímil hoy en España
El estudio arroja otros matices que no pueden obviarse: gran desconocimiento de la institución, sesgo 'franquista' con cierto déficit de legitimación democrática, impacto negativo de las conductas del rey abdicado, pero sin cuestionamiento de la monarquía parlamentaria y sin que la alternativa, la republicana, sea verosímil hoy por hoy.
Se deduce de las conclusiones de los profesores Llera y León Ranero que la monarquía parlamentaria sigue siendo una forma de Estado insuficientemente comprendida en España por las nuevas generaciones (quizás también por las anteriores), atávicamente vinculada a más lastres que a más activos. Sin embargo, emergen con fuerza y adhesión generalizada las figuras de Felipe VI y la de la Princesa de Asturias. Entre ambos —la Reina adquiere perfiles también interesantes para las generaciones más jóvenes— la fotografía del momento monárquico en España es favorable, pero no despejado. Por esa razón, la monarquía española con Felipe VI está comprometida en un difícil equilibrio que convierte al titular de la Corona en un extraordinario equilibrista que mantiene en el alambre la institución.
"Felipe VI fue proclamado en pleno proceso de transformación de la política española y de la emergencia de partidos republicanos"
Felipe VI ha sido, desde su proclamación ante las Cortes Generales el 19 de junio de 2014, un Rey en la mayor de las adversidades. No solo por la fracasada operación de abdicación de Juan Carlos I que le legó el desafío de gestionar sus reprobables comportamientos personales y financieros, sino también porque su reinado comenzó en un tiempo político de profunda transformación.
El Rey se encontró, de entrada, con fuerzas emergentes en ese mismo año (Podemos y Ciudadanos) que prometían una "nueva política", con un proceso soberanista en marcha en Cataluña que Felipe VI vio venir en todo su riesgo explosivo, confirmado en 2017, ante la imperturbabilidad del Gobierno de Mariano Rajoy que le obligó a echar mano del poder de reserva y mensaje de la Corona el 3 de octubre de ese año. Por si fuera poco, las elecciones de 2015 derrumbaron el bipartidismo, desataron una crisis en el PSOE, convirtieron a las fuerzas de extrema izquierda antimonárquicas en actores relevantes y exigieron del Rey una sobreexposición indeseable en sucesivas rondas de consultas (diez desde 2015 hasta el mes de noviembre del pasado año) para proponer al Congreso al candidato a la presidencia del Gobierno.
En 2018 triunfó por primera vez en España una moción de censura que aupó a Pedro Sánchez a la presidencia del Gobierno con el apoyo, que todavía continúa, de los partidos independentistas catalanes y vascos y del PNV. A partir de 2019 entraron en acción los primeros gobiernos de coalición dominados, en el caso del PSOE de Sánchez, por una extraordinaria frialdad en el trato institucional al Rey y a la Corona, permitiendo toda clase de improperios contra el uno y la otra proferidos por los socios de los socialistas, tanto en el Gobierno como en Parlamento.
"El Rey ha tenido que desarrollar dos estrategias, ninguna proactiva, las dos defensivas"
La presencia del Rey en Cataluña, aunque ahora poco a poco más normalizada, la convierten los secesionistas y la extrema izquierda en sistemáticamente conflictiva, con continuos desplantes de las autoridades autonómicas catalanas y, en su momento, de la exalcaldesa de Barcelona, Ada Colau. Hasta ahora no ha sido posible que los premios de la Fundación Princesa de Girona se entreguen en la capital catalana, y el Gobierno de Navarra, con peso abertzale, suspendió los galardones Príncipe de Viana en la Comunidad Foral. En los actos institucionales a los que asiste el Rey en las Cortes Generales es igualmente plantado por las fuerzas independentistas, nacionalistas y de extrema izquierda, sin reproche alguno por parte del presidente del Gobierno. En la sesión solemne de jura de la Princesa de Asturias, el 31 de octubre del pasado año, se ausentó, incluso, el PNV, un partido ahora a la deriva, que tradicionalmente mantenía cierto respeto institucional a la Corona.
Felipe VI ha debido desarrollar dos estrategias, ninguna de las dos proactivas sino defensivas. Por una parte, revertir el impacto negativo de las conductas de su padre -que sigue expatriado con residencia en Emiratos Árabes Unidos- que el republicanismo saca a relucir de manera constante, no tanto para reprochárselas a Juan Carlos I como para deslegitimar la Corona. Por otra, el Rey ha mantenido un perfil bajo en cuestiones en las que debía tener protagonismo, como, por ejemplo, en la política exterior. Pedro Sánchez le ha excluido de manera terminante.
"El jefe del Estado ha sido apartado por el Gobierno de su papel constitucional en la política exterior de España"
El Gobierno español mantiene conflictos en su política internacional que condicionan gravemente el papel de la Corona en la proyección exterior del país: la crisis con Argentina, el reconocimiento del Estado Palestino al margen de la Unión Europea y el giro inexplicable e inexplicado sobre el Sáhara sin que se hayan obtenido las contrapartidas de Marruecos que habrían justificado el abandono de la posición tradicional española respecto del Frente Polisario y sus aspiraciones.
Por lo demás, la pandemia, los procesos electorales continuados y la absorción abusiva de la representación nacional en el exterior por Pedro Sánchez, mantienen en suspenso un ritmo normal de viajes de Estado de los Reyes (solo 16 en una década). Y en la presencia en actos internacionales de Felipe VI -tomas de posesión de jefaturas de Estado en Latinoamérica, por ejemplo- el monarca ha sido acompañado frecuentemente por un secretario de Estado en vez de por el ministro de Exteriores que pudo ser sustituido, si las razones eran de agenda, por una de las vicepresidentas.
El europeísmo del Rey es una de sus características como referente internacional. El viernes, en el acto de entrega en Yuste del premio Carlos V a Mario Draghi, subrayó intencionalmente en su discurso, que "el alma de Europa son sus ciudadanos, por eso todas las políticas tienen que situarlos en el centro de su acción […] Europa debe saber dar respuestas actuales y realistas a los desafíos actuales y es el momento. Nosotros construimos Europa, pero a la vez, Europa nos construye. El reto es hacerlo eficaz, viable y sin apearnos de esos valores esenciales y fundacionales". La apelación del Rey a los 'valores esenciales' es una constante en sus intervenciones.
"La amnistía y las leyes de memoria histórica y democrática han acreditado la adhesión constitucional de la monarquía parlamentaria"
La ley de amnistía, aprobada por el Congreso el pasado día 30 de mayo, con una exposición de motivos falsa de principio a fin, desconoce la posición de la jefatura del Estado en el discurso del Rey del 3 de octubre y la desautoriza de hecho, deteriorando el peso institucional de la Corona que, sin embargo, ha asumido esta norma del legislativo con la disciplina constitucional debida a una monarquía parlamentaria. Igualmente, las leyes de memoria histórica y democrática han sido palancas que la izquierda extrema, y no tan extrema, ha utilizado en el falaz debate sobre la legitimidad de la instauración monárquica en la Constitución de 1978, olvidando el pacto de la transición. Sin ir más atrás en el tiempo, lo que ocurrió el jueves pasado en el Parlamento de Navarra fue un ataque en toda regla a la monarquía con el apoyo de los socialistas, que evitaron también que Mallorca distinguiese a la heredera como hija adoptiva de la isla.
"Existe una dinámica de arrinconamiento institucional de la Corona con falta de lealtad de las clases dirigentes"
El Rey más sinceramente demócrata de nuestra historia, el que con más eficacia ha mostrado las virtudes y funcionalidades de la monarquía parlamentaria, no ha recibido de las élites españolas en general, y de las políticas en particular, el depósito de lealtad que la institución requiere para su más fuerte anclaje. Este desafecto no es solo de la izquierda. Sectores acérrimos de la derecha monárquica y organizaciones de extrema derecha han venido reclamando al Rey lo que él ni puede ni debe hacer, simétricamente a cómo sus antagonistas le recortan su terreno simbólico, representativo y eficaz que la Constitución le atribuye.
En esa dinámica de arrinconamiento institucional no existe la supuesta fluidez de relación entre la Moncloa y la Zarzuela. Sánchez no despacha con la frecuencia habitual (semanalmente) y de forma presencial con el Rey que, por disposición constitucional, debe estar informado de los asuntos de Estado. Aunque otra cosa se haya publicado, Felipe VI no fue informado previamente de las dos cartas a la ciudadanía del presidente del Gobierno, ni la de abril ni la de junio. No obstante, el socialista manipuló al Rey el pasado día 29 de abril desplazándose a la Zarzuela para mantener la extendida opinión de que iba a dimitir o a convocar elecciones.
"Al Rey le falta espacio funcional autónomo y una Casa con mayor capacidad y financiación"
El Rey ha tomado decisiones incisivas en materias de su competencia (transparencia, rendición de cuentas, rigor en el cumplimiento de sus obligaciones constitucionales, ejemplaridad personal y máximo sentido institucional) que no se han correspondido con la preservación de su espacio autónomo institucional, ni tampoco con el necesario reforzamiento de su Casa como estructura de apoyo imprescindible a la jefatura del Estado. Todo ello lo ha hecho en un ambiente, en el mejor de los casos, indiferente por parte del Gobierno y, en el peor, de distanciamiento.
Don Felipe ha tenido, por fortuna para la Corona, una colaboración decisiva en la persona del primer jefe de la Casa nombrado en 2014, Jaime Alfonsín, cuya gestión discreta y eficaz ha vadeado todas las situaciones de riesgo por las que ha atravesado la primera década del reinado de Felipe VI. Sucedido en febrero por el diplomático Camilo Villarino, parece obvio que el ejemplo de Alfonsín como paradigma de fidelidad al Rey, a la Corona y a la Nación permanezca enraizado en la gestión de su Casa que debe saber establecer un modelo de relación adecuado con el resto de las instituciones, pasando, eso sí, a una etapa más expansiva.
Ocurre, además, que se ha disparado la popularidad del Rey y la adhesión a su persona y, sobre todo, a su gestión rigurosa, discreta y sobria. Encuestas solventes -no del CIS, que se niega a preguntar por Felipe VI y la monarquía- lo acreditan, aunque, por diversas razones, no se publiquen. De tal manera que el éxito del Rey es popular, pero esa su transversalidad no se corresponde con un espacio expedito para el ejercicio de la funcionalidad de sus capacidades constitucionales.
Las monarquías parlamentarias en Europa, que son las propias de los Estados más democráticos y con mayor bienestar del Continente, resultan especialmente útiles en coyunturas de crispación, polarización y enfrentamiento, como la española, pero al tiempo, si no hay una apuesta institucional inequívoca por respetar y poner en valor el papel del Rey con la autoridad moral de su gran empatía y conexión con la sociedad, ese potencial cohesivo se despilfarra.
"La monarquía no va a caer, en absoluto, pero existe la tentación de asemejarla al modelo sueco, decorativo y ornamental"
La monarquía, con Felipe VI y la continuidad que garantiza su hija, la Princesa de Asturias, no va a caer porque dispone de un arraigo social, histórico, cultural y simbólico imbatible. La forma de Estado constitucional, que ha querido fallidamente alterarse mediante una improcedente ley orgánica de la Corona, es, sin embargo, mutable por vía de hecho, como ahora está sucediendo en España. El único ajuste constitucional que requiere el Título II de la Constitución (sobre la Corona) es la supresión de la prevalencia del varón en la sucesión. Y una ley orgánica que regule las abdicaciones, renuncias y cualquier duda que se suscite en el orden sucesorio.
El Rey está salvando las características de la monarquía parlamentaria en todos aquellos foros institucionales en los que debe intervenir. Pero, de seguir los acontecimientos por este camino, la monarquía española derivará hacia el modelo sueco que es en el que la Corona dispone de un rol constitucional puramente ornamental, privado progresivamente de funciones que sí permanecen en las otras monarquías nórdicas como la de Noruega, Dinamarca, Reino Unido y, en distinta medida, en Bélica.
El reto para el sistema constitucional español, diez años después de la proclamación de Felipe VI, consiste, de un lado, en que se ampare a la Corona como la clave de bóveda de la Constitución de 1978, sin ninguna reserva ya con la gestión del Rey, y de otro, que su Casa y el monarca sean conscientes del enorme apoyo popular que le sostiene, que se adhiere a la institución y que, aun siendo las comparaciones odiosas, contrasta con el desafecto generalizado hacia la clase política. Se precisa, pues, un doble convencimiento: de la propia Corona en sus potencialidades constitucionales y de las instituciones en la valiosa aportación de la monarquía de Felipe VI a la cohesión de España y a su democracia liberal. Por lo tanto, si la monarquía parlamentaria fue necesaria en la transición, lo es igualmente en la actual crisis de debilidad de la democracia en nuestro país y en otros varios de Europa.
"Asociaciones, Reales Academias y constitucionalistas e historiadores impulsan el mayor y mejor conocimiento de la monarquía"
En los últimos años, se han activado publicaciones y debates académicos, serios y solventes, sobre la monarquía parlamentaria. Los están impulsando asociaciones como Remco, presidida por Juan José Laborda, cuyo vicepresidente, Emilio Lamo de Espinosa, es sin duda uno de los mayores expertos en la materia, y, desde luego, las Reales Academias de Ciencias Morales y Políticas, presidida por Benigno Pendás, la de Jurisprudencia y Legislación, presidida por Manuel Pizarro y la de la Historia, bajo la dirección de Carmen Iglesias.
Se han publicado libros colectivos de un gran valor para entender el significado de la Corona, también el comparado con otras monarquías. Por citar algunas obras de referencia: La jefatura del Estado parlamentario en el siglo XXI (Athenaica Ediciones) una serie de ensayos coordinados por el catedrático de Derecho Constitucional, Javier Tajadura. También El Rey como problema constitucional. Historia y actualidad de una controversia jurídica (Thomson Reuters Aranzadi) coordinada por los profesores Víctor J. Vázquez y Sebastián Martín y en el que, entre otros destaca el trabajo del constitucionalista Eloy García (El significado actual del Rey en la monarquía parlamentaria: entre la democracia simulativa y la veracidad democrática) y el del 'padre' constitucional, Miguel Herrero de Miñón (La monarquía en la factura de la Constitución).
Son de gran actualidad y vigencia las obras de Luis María Cazorla Prieto (sobre la ley de la Corona y sobre su gestión económica) editados también por Thomson Reuters Aranzadi, y los ocho ensayos de otros tantos expertos en el volumen Reinventando la tradición. La monarquía parlamentaria en el siglo XXI por la misma compañía editorial. La Corona en España. De los reyes godos a Felipe VI (La Esfera de los Libros) cuenta con unos textos de la mayor calidad histórica, coordinados por Manuel Campos Campayo. Los trabajos de los académicos e historiadores Feliciano Barrios, Enrique Moradiellos y Antonio Torres del Moral, resultan muy esclarecedores. El refrendo del catedrático y expresidente del Tribunal Constitucional, Pedro González Trevijano, sigue siendo un texto imprescindible.
Por fin, un número monográfico de El Cronista del Estado de Derecho, revista especializada en derecho y humanidades dirigida por el catedrático y director de la Real Academia Española, Santiago Muñoz Machado, próxima ya su distribución, reúne 40 firmas que abordan el análisis de la primera década de reinado de Felipe VI, de la misma forma que diseccionó, en otra edición monográfica del pasado mes de diciembre, los 45 años de la Constitución española. En este número de junio firma el catedrático de sociología José Juan Toharia, el académico que tiene mayor conocimiento demoscópico sobre el estado de salud de la monarquía en España.
Artículo 56.1 de la Constitución: "El Rey es el Jefe del Estado, símbolo de su unidad y permanencia, arbitra y modera el funcionamiento regular de las instituciones, asume la más alta representación del Estado español en las relaciones internacionales, especialmente con las naciones de su comunidad histórica, y ejerce las funciones que le atribuyen expresamente la Constitución y las leyes."
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