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El inédito caso de Jordan Bardella
Emmanuel Macron fue presidente con 39 años; Gabriel Attal, actual primer ministro, tiene 34 y el candidato de Agrupación Nacional, Jordan Bardella, solo 28. Francia se entrega a la efebocracia
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Hasta hace solo un par de décadas, la izquierda en Europa disponía de un apoyo electoral sólido en dos sectores sociales: las clases populares y los jóvenes. La derecha era fuerte en los estratos medios y en las generaciones más maduras. Ahora ese paradigma ha volado por los aires. La fosilización de los partidos socialistas y el ensimismamiento orgánico de los llamados sindicatos de clase han provocado un tránsito de su electorado tradicional a las opciones populistas de signo opuesto que, a su vez, han desplazado a las ofertas centristas para primar a las radicales. La moderación, la centralidad, la transversalidad siguen siendo valores, pero ya con una carga retórica y rutinaria que es claramente desatendida por los electorados de las democracias liberales.
Los sectores más humildes y castigados por las desventajas de la globalización y de los fenómenos transformadores que conlleva y los jóvenes sin las expectativas vitales y profesionales de las generaciones anteriores, se han volcado en apoyo a la derecha radical en países como Italia, Holanda y Francia por citar solo los referentes internacionales más próximos.
Los líderes de esas formaciones ganadoras tienen en común algo más que la ideología nacionalista, en algunos casos xenófoba y siempre opuesta al progresismo tan de manual de las izquierdas que, con muy desigual fortuna, en colaboración con algunas derechas liberales, pretenden someterlas a un cordón sanitario. Y esos factores comunes son, entre otros, la edad y la proyección de una imagen que, por reacción, rechaza la identidad indumentaria y gestual de la izquierda.
La italiana Giorgia Meloni tiene ahora 47 años y el holandés Geert Wilders, 50. Cuando se iniciaron en la política, ambos se situaban en la cuarentena. El caso más acabado y paradigmático de precocidad entre los dirigentes de la derecha radical es, sin embargo, el del candidato de la Agrupación Nacional francesa a la presidencia del gobierno de la República, que se dilucida hoy en la segunda vuelta de las legislativas para la Asamblea gala. Se trata de Jordan Bardella.
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Tiene 28 años y hace más de diez que entró en política aupado por Marine Le Pen. No consta que disponga de experiencia alguna de gestión; carece de titulación universitaria y como informó el pasado día 3 de julio el gran Juan Pedro Quiñonero, corresponsal de ABC en París, sus calificaciones en historia y geografía fueron "catastróficas".
Bardella es el epítome de la efebocracia francesa. Emmanuel Macron alcanzó la presidencia de la República con solo 39 años. Hay que remitirse a Napoleón Bonaparte para localizar en la historia de nuestro país vecino un dirigente máximo tan joven. El primer ministro que Macron nombró en enero pasado fue Gabriel Attal, un gestor de 34 años. En el caso de Bardella concurren además algunas circunstancias que proyectan sus propósitos políticos con un mullido colchón de conveniencias. Se viste con una extrema formalidad (traje de chaqueta y corbata), su corte de pelo revela una intención de huir de cualquier signo externo que lo asocie con tendencias que el conservadurismo nunca ha interiorizado, su esbeltez, que al parecer cuida de manera particular, responde también a la representación alternativa a la de esos políticos que han perdido la intuición sobre las potencias aspiracionales de su propia imagen.
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Bardella no es un enarca como los tradicionales dirigentes políticos franceses; tampoco procede de una familia con posibles, sino de origen italiano inmigrante; no ha desempeñado ningún cargo de responsabilidad ni en el sector público ni en el privado y, según los muchos perfiles publicados por la prensa francesa, es un autodidacta en su capacidad oratoria, en sus modales persuasivos e, incluso, en su doble lenguaje que adapta en función de los auditorios a los que se dirige. Para unos, un camaleón y un trilero. Para otros, el "yerno ideal" y la nueva estrella de la política europea. El libro de Pierre-Stéphane Fort, Le grand remplaçant. La face cacheé de Jordan Bardella, es, por el momento, el más sistemático estudio de la personalidad de este joven, que podría ser "el gran sustituto", el gran "reemplazo" de la clase dirigente en Francia, aunque, advierte el autor, con recovecos que erosionan su inmaculada imagen efébica. Por supuesto, el candidato —europarlamentario en la anterior legislatura— triunfa en TikTok y le siguen cientos de miles en otras redes sociales.
Esta derecha radical tiene una huella generacional indudable, con una extraordinaria capacidad de absorción de sectores sociales lastrados por las sucesivas crisis de distinto orden y por un sentimiento de pérdida de sus modos de vida que les crea inseguridad y les desconcierta. Y lo hace mucho más, llegando a irritarles, la superioridad moral a la que se aferran los progresismos varios que anidan, curiosamente, en los núcleos urbanos habitados por profesionales bien instalados. Como escribe el experto en relaciones internacionales europeas, Matthew McLaughlan, en Agenda Pública "es fundamental que la izquierda deje de usar a la ultraderecha para reclamar el voto del miedo". Sin embargo, a falta de mejores propuestas, la izquierda, y en España de manera singular, solo se afirma en el temor al contrario. El recurso comienza a no funcionar en absoluto.
Existe también un edadismo (discriminación por razón de la edad) que se generaliza, pero que patetismos como el protagonizado por Joe Biden en Estados Unidos lo hacen más robusto y justificable. Por esa razón, entre otras, Bardella es un producto de marketing cuidadosamente diseñado que puede rendir el papel para el que se le utiliza: preceder a Marine Le Pen en la conquista de la presidencia de la República, la verdadera "jefa" de esa derecha radical que el próximo mes de agosto cumplirá 56 años, como señalaba ayer en este periódico el historiador Benoît Pellistrandi. Muere la gerontocracia y nace la efebocracia. Biden y Bardella representan a la una y a la otra. Aunque en ambos casos se produzca una hipérbole en la senectud y en la juventud. Ni tantos años ni tan pocos.
Hasta hace solo un par de décadas, la izquierda en Europa disponía de un apoyo electoral sólido en dos sectores sociales: las clases populares y los jóvenes. La derecha era fuerte en los estratos medios y en las generaciones más maduras. Ahora ese paradigma ha volado por los aires. La fosilización de los partidos socialistas y el ensimismamiento orgánico de los llamados sindicatos de clase han provocado un tránsito de su electorado tradicional a las opciones populistas de signo opuesto que, a su vez, han desplazado a las ofertas centristas para primar a las radicales. La moderación, la centralidad, la transversalidad siguen siendo valores, pero ya con una carga retórica y rutinaria que es claramente desatendida por los electorados de las democracias liberales.