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Pilar Alegría (por ejemplo) y el derecho a mentir
La ministra portavoz es en su mendacidad compulsiva, mitad ignorancia, mitad mala fe, el referente de un embuste estructural que niega evidencias tales como el caso Gómez o el caso Ábalos, ambos abrasivos para Pedro Sánchez
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¿Irritación o lástima?, ¿qué es lo que más suscita la ministra portavoz del Gobierno? Ambos sentimientos. Como escribió Hannah Arendt “en su obstinación los hechos son superiores al poder”. Se puede no decir la verdad por ignorancia, o se puede mentir, con voluntad explícita de engañar. Pero pueden combinarse lo uno y lo otro. El resultado es Pilar Alegría. Porque si tuviere una mínima preparación técnica sobre los asuntos acerca de los que se pronuncia, no diría las sandeces de argumentario que profiere horneadas por la secretaría de Estado que dirige Francesc Vallés. Y no lo haría porque algo de autoestima personal le quedaría a la ministra que es muy joven como para autodestruirse en el espectáculo ‘gore’ que protagoniza todos los martes en la rueda de prensa tras el Consejo de Ministros. Es preferible pensar que miente más por incapacidad que por propósito falsario. Porque si la incompetencia es temeraria, la maldad de la mentira es directamente abominable. Y ahí estamos, instalados entre la una y la otra desde la noche del 23 de julio del pasado año.
Pilar Alegría por sí misma no merecería una especial atención si no fuera porque su comportamiento —culpable o doloso— es el epítome del servilismo que de modo feudal reclama y obtiene Pedro Sánchez de sus colaboradores bien colocados de modo tal que ha convertido el Gobierno en una plataforma para el ejercicio de su poder personal y para la defensa de los intereses de su mujer investigada por presuntos delitos de corrupción en los negocios, tráfico de influencias y, muy pronto, apropiación indebida. Si el encausamiento de su cónyuge es un buen motivo para la inquietud de sus colaboradores, ¿qué decir del caso Koldo-Ábalos que afecta al núcleo duro del PSOE? Si por Alegría fuese, hasta se negaría que el exministro de Fomento fue la mano derecha del presidente y el factótum del PSOE en la secretaría de organización del partido. Ahí tiene el informe de la UCO —tan recurrente en sus disquisiciones— publicado ayer en exclusiva en este diario y que confirma las peores sospechas de corrupción socialista.
Colar la interpretación de que el auto de la sección 23 de la Audiencia Provincial de Madrid no ha avalado en lo sustancial al juez Juan Carlos Peinado en la instrucción de caso Gómez y argüir que el archivo del asunto ‘está más cercano’ con esa resolución es tan falso como todo lo que, de principio a fin, argumentó la ministra sobre la ley orgánica que indultará un buen puñado de años de cárcel a una cuarentena de terroristas de ETA. La bobaliconería dialéctica de Pilar Alegría, que, como su predecesora, Isabel Rodríguez, incorpora de serie una impostada sonrisa, alcanzó cotas de extraordinaria desvergüenza, casi como las de Patxi López ayer en el Congreso, cuando apeló en ‘nombre de todos los españoles’ a que el PP no ‘utilizase el terrorismo’, cuando la reforma de esa ley es el pago a la coalición que representa los intereses penitenciarios de los delincuentes por su apoyo a Sánchez en el Congreso de los Diputados. Lo que ha ocurrido lo anticipó en este periódico Alejandro Requeijo el 4 de septiembre y, ya consumado y sin que la oposición se enterara por extraordinaria desidia, lo relató, también aquí, Itziar Reyero el pasado día 7.
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Hasta hace unos meses —en abril, inmediatamente antes de la decisión de Sánchez de poner en práctica la estratagema de cancelar su agenda durante cinco días para reflexionar sobre si le merecíamos como presidente— las mentiras y contradicciones gubernamentales —de la amnistía al previsto concierto catalán— se manejaban con cierta sofisticación, acaso en línea con los consejos imperecederos al Príncipe de Nicolás Maquiavelo. Al punto de que los autores de los embustes gubernamentales sabían que mentían. Ahora han llegado al grado de alucinación de creerse sus propias falsedades, con lo cual ya no estamos ante una realidad política torturada por la mirada de los mendaces, sino ante una patología política que afecta al corazón institucional del sistema: al Gobierno. Su portavoz, Pilar Alegría, no es sino el escaparate del traumatismo ético del presidente y de sus ministros.
En rigor, la mentira estructural en la que se basa este Gobierno, cuyo presidente ha negado su propia legitimidad parlamentaria de origen y de ejercicio al afirmar que gestionará el país ‘con o sin el Poder Legislativo’, requiere un diagnóstico más que político psicológico, incluso psiquiátrico, atendiendo a las enseñanzas que nos ha dejado David Owen en su ensayo, ya clásico, En la enfermedad y en el poder. Enfermedades de jefes de Estado y de Gobierno en los últimos cien años. El político y psiquiatra británico sostiene que “tanto para políticos como para médicos, la competencia y la capacidad de hacer juicios realistas acerca de lo que pueden y no pueden lograr son atributos esenciales. Todo lo que empañe ese juicio puede hacer un daño considerable”. El síndrome de embriaguez de poder —lo explica Owen con gran claridad— es una forma hiperbólica de narcisismo contagioso porque el líder se presenta a sus colaboradores bajo una seducción que termina siendo tan irracional como la de una ministra portavoz que miente con ese desafío altanero propio de los abducidos.
Más adelante quizá reparen en que hacerse el harakiri por Sánchez es una inmolación estéril
¿Tiene derecho a mentir el poder político, sea este cuál fuere? Eloy García, catedrático y colaborador de este periódico, indagó hace años en la polémica entre dos colosos del pensamiento, Kant y Constant, “sobre la existencia de un deber incondicionado de decir la verdad”. La verdad es una categoría moral; la veracidad es sociológica y, en esa medida, también una exigencia política porque sobre ella se fundamenta la convivencia que es la que quiebra el embuste. Al Partido Popular en 2004, la mentira sobre el 11-M le costó la pérdida de poder. En 2011, la mentira sobre la crisis económica acabó con el del PSOE. Será la mentira la que le arroje del poder a Sánchez, la que propiciará su descrédito en el relato de la historia reciente y el bochorno ético a los que palmearon su mendacidad. Por ejemplo, a Pilar Alegría.
La ministra aragonesa y los demás secundarios no deberían olvidar que las palabras proferidas, el transcurso del tiempo y la pérdida de oportunidades, no regresan nunca. Más adelante quizá reparen en que hacerse el harakiri por Sánchez es una inmolación estéril ante un diosecillo que pasará del Olimpo de la Moncloa a la ‘papelera de la historia’. Lugar en el que recalan todos los que encabezan la insensatez subversiva en el ejercicio abusivo y mendaz del poder.
¿Irritación o lástima?, ¿qué es lo que más suscita la ministra portavoz del Gobierno? Ambos sentimientos. Como escribió Hannah Arendt “en su obstinación los hechos son superiores al poder”. Se puede no decir la verdad por ignorancia, o se puede mentir, con voluntad explícita de engañar. Pero pueden combinarse lo uno y lo otro. El resultado es Pilar Alegría. Porque si tuviere una mínima preparación técnica sobre los asuntos acerca de los que se pronuncia, no diría las sandeces de argumentario que profiere horneadas por la secretaría de Estado que dirige Francesc Vallés. Y no lo haría porque algo de autoestima personal le quedaría a la ministra que es muy joven como para autodestruirse en el espectáculo ‘gore’ que protagoniza todos los martes en la rueda de prensa tras el Consejo de Ministros. Es preferible pensar que miente más por incapacidad que por propósito falsario. Porque si la incompetencia es temeraria, la maldad de la mentira es directamente abominable. Y ahí estamos, instalados entre la una y la otra desde la noche del 23 de julio del pasado año.