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Puigdemont y Ortuzar alivian a la derecha social y desactivan al Gobierno
Suena duro, pero es cierto: los conservadores y liberales en general han respirado con alivio, de momento, con el frenazo al proyecto fiscal del Gobierno que han protagonizado Junts y el PNV
Como ha contado en El Confidencial Itziar Reyero, María Jesús Montero, ministra de Hacienda, vicepresidenta primera del Gobierno y vicesecretaria general del PSOE, está cuestionada porque no va a ser capaz de sacar adelante una reforma fiscal, técnicamente caótica, opaca, aprovechando —siempre el oportunismo— la trasposición de una directiva de la UE sobre el impuesto de sociedades complementario a las multinacionales y grandes grupos nacionales, ni los Presupuestos Generales del Estado de 2025, tal y como relataba también en este periódico Javier Jorrín el pasado viernes.
Montero es gestualmente muy expresiva y su rostro es el escaparate de sus zozobras. En los últimos días, aparece con un rostro marcado por permanentes ojeras violáceas que son la viva estampa, además de su agotamiento físico, del fracaso gubernamental en los asuntos mollares de la economía pública que le corresponde gestionar. Parece sugerir esa mirada adolorida de que la suerte de esta legislatura puede ser la misma que la del aún canciller alemán Olaf Scholz: no ha logrado aprobar los Presupuestos y ha convocado elecciones en febrero. Ha hecho lo que se hace en un sistema democrático digno de tal nombre.
Junts y el PNV, han perdido con la sedición y el Plan Ibarretxe, pero no han desistido y se han hecho más tácticos
Sánchez, que no es un dirigente con cultura política, sino con un hiperbólico afán de poder, no tenía ni idea de lo que se le venía encima al sumar a Puigdemont y a Ortuzar (11 escaños) a la mayoría que le invistió. Tampoco de la claridad de propósitos de ambos dirigentes con los pactos que firmaron con Santos Cerdán y con el propio presidente, respectivamente. Esos partidos son pequeños, pero coriáceos, y de su minoría hacen virtud, como lo hicieron en la era pasada de los bipartidismos imperfectos. La antigua CiU (espacio que quiere ocupar de nuevo Junts) y el actual PNV han ido asfaltando eso que ahora se denomina 'la lógica confederal'. Es el resultado de décadas de una combinación de miopía de los partidos centrales (PSOE y PP) y de un ejercicio continuado de deslealtad de las organizaciones catalana y vasca.
Fracasaron los nacionalistas vascos con el Plan Ibarretxe (2005) y fracasaron los secesionistas catalanes con la sedición (2017). Han aprendido, pero no han desistido. Se han hecho más tácticos y menos impulsivos, entre otras razones porque ambos partidos —Junts y PNV— disponen de réplicas a su izquierda en Cataluña (ERC) y en el País Vasco (Bildu) que les disputan su hegemonía. Y esas izquierdas son las que están más comprometidas con Sánchez que ellos.
El reciente congreso de Junts, cuasi constituyente, ha cohesionado a las huestes dispersas del independentismo de derechas en Cataluña y ha permitido que Puigdemont juegue sus cartas con más orden y concierto, mientras ERC se desangra en sus peleas internas. Además, ya ha comprobado que la amnistía ha sido un fracaso como elemento estratégico para regresar en loor de multitud. Asoma, además, la fuerza de Alianza Catalana, con una Silvia Orriols al alza. Y arraiga allí la figura de Salvador Illa que está mostrando inteligencia emocional y táctica en sus primeros cien días de gestión para devolver a Cataluña "a la cancha de la normalidad", lo que complace al empresariado y la burguesía y tranquiliza a casi todos los ámbitos sociales agotados de los sobresaltos independentistas. Hacia Illa se dirigen muchas miradas desde la izquierda que ven en su actitud "el paradigma de lo posible" para el futuro del socialismo sin Sánchez.
Sobre Illa se dirigen muchas miradas desde la izquierda como un "paradigma posible" para el futuro del socialismo sin Sánchez
Ortuzar, por su parte, está a resultas de un proceso de renovación de la cúpula del PNV (el EBB y las ejecutivas territoriales) que es decisivo en su contienda con los abertzales radicales y para la recuperación de su electorado frustrado por el maridaje con el progresismo de Sánchez. Así que el bizkaitarra juega sus cartas en Madrid para que impacten sus exitosos órdagos al Gobierno en la decaída moral de los jelkides y sus demás votantes. El PNV ya sabe que está a la baja, pero no se resigna a seguir cayendo así que aplica mano de hierro en el Congreso y estanca a Euskadi en la singularidad privilegiada, basada en la ampliación del radio del Concierto Económico y en el acúmulo de competencias en hábil depredación de las que corresponderían al Gobierno.
Suena duro, pero es cierto: los conservadores y liberales en general han respirado con alivio, de momento, con el frenazo al proyecto fiscal del Gobierno de Junts y del PNV. Se percibe en las energéticas, en los bancos (un poco menos), en los seguros privados y en las sociedades cotizadas de inversión inmobiliaria (socimis). Solo con el anuncio del planteamiento del proyecto fiscal del Gobierno, se resintieron las cotizaciones de las entidades bancarias y de otros sectores, como el inmobiliario. Resultan los dos partidos, el PNV y Junts, más digeribles para la derecha social cuando muestran, como ahora, su faceta ideológica en lo socioeconómico, aunque sea complementaria, incluso subordinada, a la identitaria.
Se impone una realidad insorteable: el secesionismo de Puigdemont y el nacionalismo de Ortuzar, son los que arbitran la continuidad o la quiebra de la legislatura, mucho más de lo que puedan condicionarla ERC, Bildu o Podemos. El presidente de Junts, Carles Puigdemont, recién biografiado con abundancia de datos y tratado con seriedad por dos excelentes periodistas, Iñaki Ellacuría y Pablo Planas, es un 'animal' político surgido de la Cataluña interior, no de la Barcelona otrora cosmopolita. El Puigdemont de 2024 no es el de 2017. Pronto lo iremos comprobando.
Lo mismo que Andoni Ortuzar, un jelkide de libro, con la listeza y la retranca aldeanas (pero de sesgo vizcaíno, no guipuzcoano) que ofició de periodista muchos años con responsabilidades de gestión, entre otras, en la radio y televisión públicas del País Vasco. Y esos dos 'periodistas', porque Puigdemont lo fue, son los que llevan la batuta. Es posible que Sánchez los haya tratado de engañar sin reparar en que la desconfianza de los políticos periféricos es históricamente pertinaz en España. Y por eso lo han amarrado con dos pactos mortales de necesidad de los que el presidente, por mucho que lo intente María Jesús Montero, no se va a poder desembarazar, entre otras razones, porque, de fondo, Junts y PNV pelean en Madrid para ganar en Barcelona y en Vitoria.
O sea, por mandar en sus respectivas 'casas'. Y, de paso, lo hacen en la común, España. Sánchez harta tanto y son tantos los que le detestan que aquellos que le paran los pies, sean quienes fueren, se redimen de otras significaciones reprobables y se granjean veredictos más benignos. Es el caso de Puigdemont; es el caso de Ortuzar.
Como ha contado en El Confidencial Itziar Reyero, María Jesús Montero, ministra de Hacienda, vicepresidenta primera del Gobierno y vicesecretaria general del PSOE, está cuestionada porque no va a ser capaz de sacar adelante una reforma fiscal, técnicamente caótica, opaca, aprovechando —siempre el oportunismo— la trasposición de una directiva de la UE sobre el impuesto de sociedades complementario a las multinacionales y grandes grupos nacionales, ni los Presupuestos Generales del Estado de 2025, tal y como relataba también en este periódico Javier Jorrín el pasado viernes.
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