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La secta y Santos Cerdán
Cerdán es el servilismo zote y el instrumento de ejecución de las órdenes despóticas en una organización política que, con la complicidad de los mediocres y de los aprovechados y el silencio de los vencidos, se ha convertido en una secta
Escribe el historiador británico Richard J. Evans: "¿Cómo explicamos el ascenso y triunfo de los tiranos y charlatanes? ¿Qué hace que alguien quede atrapado por el deseo extremo de poder y dominación?, ¿Por qué esos hombres —casi siempre son hombres— logran reunir en torno a sí discípulos y adeptos que ejecutan sus órdenes?, ¿Acaso el conjunto de los valores morales es tan débil, o está tan pervertido, que la disposición a violar los preceptos convencionales de la decencia humana acaba por no conocer límites?" (Página 10 de Gente de Hitler, editado por Crítica, noviembre de 2024).
Discípulos y adeptos: esa es la gran cuestión que se plantea en este momento en España. Una serie de dirigentes del PSOE, acompañados por complicidades en distintos ámbitos sociales e institucionales, y con el silencio de los vencidos, ejecutan las órdenes de un presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, que ha devenido en un déspota autocrático al que pocos quieren y la mayoría irracionalmente teme. Alarma que los directores de orquesta de este socialismo populista, una vaga recreación de lo que fue el socialismo de la Transición, abducidos por la audacia temeraria del presidente del Gobierno, carezcan de la más mínima capacidad de discernimiento ante el destrozo cívico de su mando (que no de su Gobierno), en alianza con los enemigos jurados del Estado, y en vez de reflexionar sobre las exigencias de su propia dignidad, le sigan hasta el borde del precipicio al que los ha llevado a empellones.
No es un fenómeno nuevo en absoluto. La conversión de un partido político en una suerte de secta es la excrecencia más evidente de las políticas populistas de los 'líderes fuertes', impulsados en Occidente por la breada de la tecnología digital que permite una relación de caudillaje con los ciudadanos mediante 'cartas a la ciudadanía', la elusión del poder legislativo, la estigmatización (lawfare) del judicial y la conversión del ejecutivo en una herramienta para la mutación del sistema constitucional que se aherroja con la colonización de las instituciones, desde los medios públicos de comunicación hasta el Tribunal Constitucional.
Eso es lo que ocurre en España. Y Sánchez lo protagoniza como nadie desde 1978, hasta representar ya un serio peligro para la democracia. Porque añade a la autocracia la corrupción, la ya probada y la presunta, que es el instrumento de atrapamiento de voluntades y el aglutinante para colaboraciones enfebrecidas y obnubiladas. No solo: Sánchez ha logrado, mediante los discursos divisivos y las decisiones sectarias, que una parte de la sociedad resulte impermeable a los impactos de los mensajes que denuncian su deriva. Ha conseguido revertir los consensos éticos comunes alcanzados en las décadas precedentes de tal forma que la verdad se ha convertido para sus huestes en una opinión y el diferente en un enemigo a batir a cualquier precio, en tanto que a los aliados de ocasión se les ofrece, a modo de saqueo, el botín del Estado.
¿Por qué —siguiendo la pregunta de Richard J. Evans— sus discípulos y adeptos, pese a todo, se obstinan en serlo desafiando las evidencias de los destrozos que causa? Existe una respuesta: la elección de mediocres y de aprovechados como carne de cañón, sin que se avisen de que lo son. Santos Cerdán es la figura que representa el mínimo común denominador de ese batallón de gastadores de Sánchez. Haya o no recibido dinero del 'nexo corruptor', lo hayan hecho o no otros cargos, incluso ministros, situar a un tipo como el navarro al frente del aparato de la plataforma es toda una declaración de propósitos. Irá a Waterloo a fotografiarse con el fugado bajo una imagen triunfante de su delito, sin rechistar. Fichará a un aizkolari y luego portero de discoteca como longa manu de un ministro corrupto que, a su vez, desempeñó antes su función, y lo hará sin rechistar. Llamará a los secretarios generales de las agrupaciones para que expulsen de las listas electorales a los posibles disidentes porque lo manda el jefe y lo hará sin rechistar; disciplinará a los díscolos con el ostracismo, y lo hará sin rechistar y será servicial con los ajenos e implacable con los propios. También sin rechistar.
Santos Cerdán es la expresión del servilismo zote y, a la postre, ni siquiera el que merece el juicio más severo. Es el síntoma de los ministros burgueses que ya han conseguido instalarse a resguardo del fracaso de Sánchez en un banco europeo, en un cargo en la Unión, en la gobernación de una entidad bancaria pública, en una embajada o en un órgano constitucional blindado. Es el síntoma, también, de los ministros magistrados que ya saben que no regresarán a la judicatura y arrojan por la borda la confianza que generaron sus trayectorias, ahora contradichas. Es la banalidad de los ministros que gestionan la nada, pero que simulan hacerlo en una de las estafas más obscenas de la vida política. Son, en definitiva, todos esos que convierten el Congreso en un zoco y que, bajo sospecha, no solo verosímil, sino indiciaria con pruebas de cargo, se lucraron, permitieron que lo hicieran otros afines y, al tiempo, ofrecen docencia de honradez, progresismo, consideración y respeto y en la trastienda infringen todo aquello que exigen se cumpla.
La omertá se reclama también en la secta. Y cuando un partido deriva en un artefacto de naturaleza distinta a la de encauzar un propósito ideológico, unas determinadas políticas, un objetivo transformador y de servicio a la sociedad y opera como un mecanismo de poder que impone el culto a la personalidad, se llega al estadio de depauperación ética en el que vivimos. Ya se dijo en su momento 'no hay pruebas ni las habrá', ya se ha repetido hasta la saciedad 'nada de nada', ya se ha sembrado en la conversación pública la nefasta mentira de tildar de bulo a un hecho veraz.
Todo esto es lo que está ocurriendo en nuestro país. Un Gobierno 'con o sin el poder legislativo' (obviamente, sin él), un Gobierno en el patio de butacas que exige que se le pida 'si se necesita ayuda', un Gobierno que alojó a un tabernario como ministro con el mayor presupuesto y fue el gestor de la plataforma del déspota y que, tras apartarle, por pura autoprotección, le coló luego en las listas para mantener el condumio. No le vayamos a pedir al instrumental Santos Cerdán lo que no se le exige al que absorbe la voluntad de tantos indignos y aprovechados. El responsable, el culpable, está allí donde nadie osa decirle que su destino, mes más, mes menos, año más, año menos, es la 'papelera de la historia'. Y tarda el volquete de la oposición en deshacerse del bulto porque no hay conductor del vehículo que maneje los mandos de la alternancia —más por incapacidad que por voluntad— para limpiar el patio nacional. Vuelve la España sin pulso.
Escribe el historiador británico Richard J. Evans: "¿Cómo explicamos el ascenso y triunfo de los tiranos y charlatanes? ¿Qué hace que alguien quede atrapado por el deseo extremo de poder y dominación?, ¿Por qué esos hombres —casi siempre son hombres— logran reunir en torno a sí discípulos y adeptos que ejecutan sus órdenes?, ¿Acaso el conjunto de los valores morales es tan débil, o está tan pervertido, que la disposición a violar los preceptos convencionales de la decencia humana acaba por no conocer límites?" (Página 10 de Gente de Hitler, editado por Crítica, noviembre de 2024).
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