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Sánchez se abraza a Franco
El motivo de esta iniciativa conmemorativa no es otro que hurgar en la herida de la historia más lacerante de España para hacer tabla rasa de los esfuerzos de conciliación de la derecha y de la izquierda en la Transición
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Cuando Pedro Sánchez, con un propósito divisivo que no reposa en momento alguno desde 2018, decide conmemorar el cincuentenario del fallecimiento de Francisco Franco con un centenar de actos (el primero, el miércoles en el auditorio del Centro de Arte Reina Sofía), no solo traiciona el espíritu de la transición, sino que también lo hace al propósito del exilio republicano. Juan Francisco Fuentes, catedrático de Historia Contemporánea, describe con una documentación indubitable cómo los hombres y mujeres más significados del republicanismo en el exilio durante el franquismo, a partir de la mitad de la década de los años cincuenta del siglo pasado, cultivaron, además del amor a la patria como versión dolorosa de un nacionalismo irredento, también el ánimo de reconciliación entre españoles para conseguir un futuro en paz.
Azaña se refirió a la 'memoria putrefacta', reclamó un 'asenso común' y no idealizar la República porque sus "enemigos son peores"
Por eso escribe el historiador que "la idea difundida por cierta historiografía actual, de que la democracia traicionó la memoria del exilio, no puede estar más alejada de la realidad". Esta y otras reflexiones de gran valor se recogen en el discurso de ingreso en la Real Academia de la Historia del catedrático de la Complutense, titulado Numancia errante: la idea de España en el exilio republicano. La inmersión del académico en los escritos de los referentes republicanos más conspicuos se concreta a modo de conclusión en la impugnación de Manuel Azaña de una "memoria putrefacta" y en la reclamación angustiada de un 'asenso común'. Advirtió el que fuera presidente de la II República que había que evitar que se llegara a idealizar al régimen republicano "simplemente porque sus enemigos son peores".
A la República le faltó el 'asenso común', dijo Azaña, pero, gracias también a los que en el exilio reflexionaron con capacidad autocrítica y sentido histórico, se logró el consenso transicional entre 1975 y 1978 que culminó con la Constitución de 1978. Un texto normativo que fue la expresión de un pacto social que supuso la decisión "tácita, pero firme del pueblo español en su totalidad de no querer reabrir en modo alguno, la trágica guerra civil de 1936-1939", en palabras de uno de los juristas más célebres del siglo: Eduardo García de Enterría (La Constitución Española de 1978 como pacto social y como norma jurídica).
El objetivo constituyente de 1978 consistía en la superación de la Historia de las dos España, que tan bien describió en su relato, así titulado, el recordado Santos Juliá. Se trató, inmediatamente después de la muerte de Franco, de que España recuperase la energía perdida para acudir al encuentro de la libertad. Por eso hubo cuatro hitos preconstitucionales, todos en 1977, transcurridos más de dos años de la muerte del dictador: la amnistía, la legalización de todos los partidos políticos, el reconocimiento de la legitimidad de la Generalitat de Cataluña, restableciéndola en la persona de su presidente en el exilio, Josep Tarradellas, y las elecciones libres en junio de ese año, que conformaron las dos Cámaras constituyentes. Fue el Rey Juan Carlos I y una generación de posfranquistas —representados en Adolfo Suárez— los que asumieron en el imaginario colectivo el papel de una derecha que correspondía a la disposición conciliatoria de la izquierda, del comunismo al socialismo, para construir un futuro juntos. La Transición no fue fácil, pero alumbró una nueva era.
El único seudoproyecto de Sánchez es el torpe revisionismo histórico para mantenerse en el poder con políticas populistas
La llegada de Pedro Sánchez al poder, de la mano de los secesionistas vascos y catalanes y de la extrema izquierda, ha encumbrado a los instigadores del rencor que asomó de manera obscena con Zapatero en las leyes memoriales contraviniendo el 'pacto de perdón' de la transición (que no de olvido), procurando así la implantación de un seudoproyecto político: el torpe revisionismo en la peor de sus versiones. Y en ese intento guerracivilista, en el objetivo de seguir con las políticas de enfrentamiento, se inscribe esta iniciativa arbitraria de conmemorar la muerte de Franco, un recurso no inédito (ya intentó Sánchez rentabilizar la exhumación del dictador), pero otra vez perverso y alevoso. No deja de serlo por el hecho de que su formulación actual —suavizada respecto de la anunciada por Sánchez el pasado 10 de diciembre— pretenda apelar a medio siglo de España en libertad, porque sencillamente la democracia plena se logró a partir del 15 de junio de 1977 y, ya de modo irreversible, con la Constitución de 1978, fuente de la legitimidad de todas las instituciones, incluida la Corona.
Franco fue el resultado de dos hechos desgraciados: el fracaso de la II República "en velocidad de choque" desde 1934, según el ya mentado Manuel Azaña, por una parte, y la catastrófica guerra civil, por otra. Hacer regresar a la sociedad española al mundo de ayer es, literalmente, una canallada que protagoniza, de nuevo, un personaje "insensato y sin escrúpulos" (definido así, con propiedad, por el diario El País) como Pedro Sánchez, que contrae con esta decisión una grave responsabilidad histórica.
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El motivo de esta iniciativa conmemorativa no es otro que hurgar en la herida de la historia más lacerante de España para excitar emociones y sentimientos que hagan tabula rasa de la superación del trauma de la conflagración bélica entre españoles y de la represión previa y posterior a aquel episodio trágico. ¿Por qué? Por la misma razón que alientan los populistas autocráticos: romper la cohesión social, procurar la gangrena de las instituciones y dividir a los ciudadanos.
El ejercicio del poder y su sostenibilidad en el tiempo y a cualquier precio, ayuno de proyecto alguno digno de tal nombre, echa a Sánchez en brazos del recuerdo de Franco, al que se aferra en lo que, acaso, sea una postrera victoria del dictador y una derrota colectiva de una España que siempre ha alumbrado demasiados hombres hereticales, en expresión de Laín Entralgo, para que su historia sea la más 'triste' porque 'termina mal', como escribió el poeta Jaime Gil de Biedma.
Cuando Pedro Sánchez, con un propósito divisivo que no reposa en momento alguno desde 2018, decide conmemorar el cincuentenario del fallecimiento de Francisco Franco con un centenar de actos (el primero, el miércoles en el auditorio del Centro de Arte Reina Sofía), no solo traiciona el espíritu de la transición, sino que también lo hace al propósito del exilio republicano. Juan Francisco Fuentes, catedrático de Historia Contemporánea, describe con una documentación indubitable cómo los hombres y mujeres más significados del republicanismo en el exilio durante el franquismo, a partir de la mitad de la década de los años cincuenta del siglo pasado, cultivaron, además del amor a la patria como versión dolorosa de un nacionalismo irredento, también el ánimo de reconciliación entre españoles para conseguir un futuro en paz.