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Los éxitos de Salvador Illa (y el riesgo de dos fracasos)
Los retos del presidente de la Generalitat, que acumula muchas adhesiones por su comportamiento institucional y moderado, consisten en lograr ser autónomo de Sánchez y reformular su pacto imposible con ERC
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No llegan a la euforia, pero sí a una expansiva satisfacción. "Cataluña ha vuelto", "Volvemos a estar en el partido". Ambas son expresiones textuales de un par de relevantes personalidades catalanas que creen que Illa "es el hombre adecuado para Cataluña, en el momento más oportuno". Le ha bastado al presidente de la Generalitat aplicar los rudimentos de la urbanidad, de las buenas maneras y de la cordialidad, para ganarse adhesiones otrora impensables. Y le ha sido suficiente ir restableciendo el sentido institucional perdido en el gobierno catalán desde 2012 para perfilarse como un hombre de Estado.
Salvador Illa, hasta el momento, ha multiplicado los gestos y ha mostrado su propio estilo. No acumula logros cerrados, contantes y sonantes, pero sí ha conseguido que se imponga una sensación de recuperada sensatez en la gestión de los intereses de la comunidad. Cierto es que el primer secretario del PSC no convence, por unas razones, a los independentistas, y, por otras, a los que no lo son. Pero el reproche que le hacen es, de momento, con sordina, en tono menor. Porque Illa, además de mantener cohesionado a su partido, depurado ya de sectores más coincidentes con el soberanismo que con la socialdemocracia, lo trasciende. Es un prototipo de transversalidad en la sociedad catalana.
El Gobierno catalán es ecléctico, socialista, sí, pero también un poco republicano y ex convergente. Illa da una de cal y otra de arena
Ha formado un Gobierno ecléctico, socialista, sí, pero también un poco convergente y otro poco republicano. Su propósito de integración le ha inspirado iniciativas sin precedentes: se ha entrevistado con sus predecesores (Pujol, Montilla, Mas, Torra y Aragonés), salvo con Pasqual Maragall, afectado, desafortunadamente, por la enfermedad de la desmemoria, y tampoco con Carles Puigdemont, fugado en Waterloo, sin descartar hacerlo, pero barajando el encuentro como baza para cuando convenga desplazarse a un lugar que no será en ningún caso la llamada 'casa de la república', próxima a Bruselas. Como ya ha comenzado a hacer (el viernes estuvo con el presidente canario), Illa visitará a todos los presidentes autonómicos para explicarles el planteamiento financiero al que aspira en Cataluña y estrechar relaciones con todas las comunidades, sin excluir a ninguna. En su entorno se asegura que está dispuesto a entrevistarse con Núñez Feijoo, pero no parece que el presidente del PP esté, de momento, por la labor.
Los secesionistas le tildan de 'españolista' (no lo es) y los populares y los voxistas, de 'criptoseparatista' (tampoco lo es). Es, más bien, un catalanista que se reconoce en Josep Tarradellas, confesional cristiano, con formación humanística pero también técnico-financiera. Introduce en sus intervenciones recursos de proximidad ("lo digo con humildad", "lo afirmo con modestia") y no incurre en expresiones abruptas contra los adversarios. No se procura, por lo tanto, grandes ovaciones, pero, en cambio, sí el respeto intelectual de los que reconocen su esfuerzo de contención. Y, sobre todo, es un pragmático completo, un posibilista que, no obstante, se detiene ante la total relativización en la que siempre incurre Pedro Sánchez.
El president ni es un 'españolista' ni un 'cripto independentista'. Se define como un catalanista que admira a Tarradellas
Lo cierto es que Illa se mueve en un territorio que él denomina 'centralidad' desde el que se ha mostrado respetuoso y cordial con el Rey, al que ha acompañado en toda ocasión sin faltar ni a una de las que le correspondían, asumiendo su condición de representante ordinario del Estado en la comunidad. Le han investido los republicanos y los comunes, pero no deja de asistir a la Fiesta Nacional del 12 de octubre. Condecora con la Cruz de Sant Jordi a Carod Rovira, pero envía a su consejera de Interior, Nuria Parlón, a celebrar con las Fuerzas Armadas la Pascua Militar en Barcelona. Apoya el aceite andaluz, le cae la del pulpo, y, de inmediato, lo hace también con el de producción catalana. Asiste a la Conferencia de Presidentes y visita, el primero de los presidentes autonómicos, la feria del turismo (FITUR) en Madrid, reconociendo ante un foro empresarial restringido los logros de Isabel Díaz Ayuso. Rompe seis años de ausencias en la Escuela Judicial de Barcelona y acompaña al jefe del Estado en la entrega de despachos a los nuevos togados. Gestos y gestos de los que Cataluña estaba ayuna y necesitada.
Illa se mueve en un escenario en el que el independentismo ha renovado a sus líderes por el extraño procedimiento de volver a situarlos al frente de Junts y de ERC. Así premian el fracaso del 'procés', con el fondo de pantalla de una pelea fratricida verdaderamente insomne a la que el presidente de la Generalitat se declara ajeno. En tanto Junqueras y Puigdemont ventilan sus desacuerdos y aversiones a garrotazos él procura no distraerles. Depende de los republicanos, pero sabe que la suya es la mejor opción para ellos, porque la alternativa sería Junts; y para los exconvergentes el socialista siempre será más digerible que Junqueras en el Palau de Sant Jaume. No hay un cainismo más acendrado que el que se dedican las familias enfrentadas del nacionalismo catalán y vasco.
Illa dispone en Madrid de un importante entramado de amistades y fidelidades, desde el presidente de Telefonica al de AENA
Illa se forjó —venía aprendido— en la pandemia. Accedió a un modesto ministerio de Sanidad (enero de 2020 a enero de 2021) que la tragedia convirtió en estratégico. Era un cascarón sin organicidad. Él se la dio y ofreció una imagen pública de cordura, de aguante. Luego se fue a Cataluña, se hizo con la dirección del PSC y ganó con cortedad, pero de modo suficiente, las segundas elecciones autonómicas a las que se presentó, las de mayo del pasado año: 42 escaños de 135 que se completaron con los 20 de ERC y los seis de los comunes. Los republicanos tienen la llave de la legislatura en Barcelona, como los junteros la tienen en Madrid. El catalán no va a tener presupuestos, de momento, y el madrileño ya lleva dos ejercicios sin presentarlos en el Congreso. ERC está más ocupado en sostener a Sánchez que en incordiar a Illa y, en la misma sintonía, Puigdemont detesta más al presidente del Gobierno que al de la Generalitat.
Illa dispone de estrecha amistad y confianza —también de fidelidad— de puntales del PSC, o próximos a él, en Madrid. Marc Murtra, nuevo presidente de Telefónica sintoniza con el responsable de la Generalitat que tiene en Maurici Lucena, en la presidencia de AENA, a un sincero amigo, a un gestor excelente que se ha acreditado durante ya siete años al frente de una compañía del Ibex con participación del Estado. Jordi Hereu, ministro de Industria y Turismo es otra pieza más de la presencia política del PSC en Madrid. También Nuria Marín, que es la nueva delegada de la Generalitat en la capital de España, histórica alcaldesa durante 26 años de Hospitalet de Llobregat.
Todo esos son los éxitos intangibles de Salvador Illa. Pero, ¿acaso no es un 'sanchista' redomado? ¿No es un palmero del presidente del Gobierno? ¿Tal vez no será un Óscar Puente, un Óscar López, pero con buenas maneras? ¿No estará dando Illa gato por liebre, consumando una representación teatral de moderación y sensatez que no es propia de los que pertenecen al núcleo de estricta confianza del secretario general del PSOE? No parece posible ofrecer respuestas seguras a semejantes incógnitas, pero no puede olvidarse que el PSC no es el PSOE, por partidos federados que sean, que el proceso soberanista ha sido un parteaguas histórico en Cataluña, pero también en el conjunto de España, y que la comunidad autónoma ha quedado muy herida en sus fundamentos más esenciales: la convivencia, la economía, la reputación y la energía colectiva, que entre 2012 hasta hace muy poco tiempo, ha dilapidado. Visto lo visto, es fácil concluir que Illa dispone de una encarnadura política e ideológica distinta y mejor a la común en el 'sanchismo'. Su actitud de aglutinar es exactamente la contraria a la divisiva del secretario general del PSOE.
Seguir la suerte de Sánchez y el pacto imposible con ERC, por mucho que lo reinterprete, son dos graves riesgos de fracaso para Illa
A Illa le sombrean dos riesgos graves, no obstante. El primero, su vinculación personal y política con Sánchez. Su futuro dependerá de que se haga autónomo, no tanto de un futuro PSOE, sino de este, dirigido por el inquilino de la Moncloa. El primer secretario del PSC le ha dado más al secretario general del PSOE que a la inversa. Sánchez está donde está, además de por los pactos espurios con independentistas y nacionalistas, por los 19 escaños del PSC obtenidos en las provincias catalanas el pasado 23 de julio. Cuentas saldadas. Nadie entendería que Illa se comportase como la némesis de Sánchez, pero sí que sintonizase con tipos como García Page para construir un futuro que el todavía presidente del Gobierno ya no puede protagonizar en el socialismo. Y si Illa no mantiene una distancia de seguridad con Sánchez, extremadamente débil, su suerte puede arrastrarle.
El otro grave riesgo para el actual presidente de la Generalitat es que ha firmado, como Sánchez, un pacto imposible con ERC y, muy seguramente, también inconstitucional. Por mucho que Illa lo reinterprete, con más voluntad que acierto, el papel no lo aguanta todo y lo que ha acordado su partido con los republicanos es dinamita pura lista para explotar en la base misma del modelo de Estado. Otros aspectos diferentes a la denominada 'financiación singular' de Cataluña, son modulables, pero el núcleo del pacto es insalvable y, antes o después, tendrá que ser reconducido.
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Un sistema fiscal de concierto allí con una hacienda propia, a la vasca y navarra, que pueda quedar luego en manos de los independentistas, explicaría por qué CaixaBank (y otros miles empresas) no se plantea todavía devolver su sede a Cataluña (el caso del regreso del Sabadell solo se explica como barrera emocional e identitaria frente a la OPA del BBVA). El 'president' habla mucho con los empresarios, pero no fuerza, no emplea empujes dialécticos, no les urge porque todavía tiene que cuajar la normalidad y consolidarse las certidumbres.
Salvador Illa, en definitiva, entre el pasado agosto y este enero ha exhibido unas cualidades institucionales que Cataluña y el resto de España —el Estado y la Nación— precisaban. Queda un largo camino entre las palabras y los hechos. Pero hoy por hoy, el presidente de la Generalitat ha logrado demostrar que la militancia socialista no consiste en la agreste hostilidad del PSOE y de Sánchez a sus adversarios; que en vez de levantar muros trae más cuenta derribarlos; que el ámbito institucional es mejor entendido por los ciudadanos que las políticas divisivas. Habrá que quedarse aquí, a la espera de que el político catalán termine el singular proceso de decantación personal, político e ideológico que parece haber emprendido. Lo que de esta experiencia en la Generalitat con Illa resulte será importante para Cataluña y para toda España.
No llegan a la euforia, pero sí a una expansiva satisfacción. "Cataluña ha vuelto", "Volvemos a estar en el partido". Ambas son expresiones textuales de un par de relevantes personalidades catalanas que creen que Illa "es el hombre adecuado para Cataluña, en el momento más oportuno". Le ha bastado al presidente de la Generalitat aplicar los rudimentos de la urbanidad, de las buenas maneras y de la cordialidad, para ganarse adhesiones otrora impensables. Y le ha sido suficiente ir restableciendo el sentido institucional perdido en el gobierno catalán desde 2012 para perfilarse como un hombre de Estado.