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Un Gobierno tabernario (el efecto Montero)
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José Antonio Zarzalejos

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Un Gobierno tabernario (el efecto Montero)

Este Gobierno ha perdido el respeto ciudadano y, por eso, el instinto de supervivencia de Sánchez le aconsejará arrojar lastre por la borda antes de que las bravuconadas de sus ministros hundan su 'chiringuito'

Foto: La vicepresidenta primera del Gobierno y ministra de Hacienda, María Jesús Montero. (Europa Press/María José López)
La vicepresidenta primera del Gobierno y ministra de Hacienda, María Jesús Montero. (Europa Press/María José López)
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Sánchez va a intentar llegar a 2027 y agotar así la legislatura. Pero para lograrlo ya debe estar al cabo de la calle de la necesidad de prescindir de buena parte de sus actuales ministros. Para el presidente es más decisivo hacer un relevo en su equipo gubernamental que aprobar los Presupuestos Generales del Estado. Al fin y al cabo, Sánchez acostumbra a despreciar los mandatos constitucionales, pero es implacable en desprenderse de los lastres que comprometan su continuidad en el poder. Y muchos de sus ministros lo hacen.

El destrozo que María Jesús Montero ha causado al Gobierno en su conjunto, al PSOE en particular y a las ya escasas posibilidades que tenía de competir con Juanma Moreno Bonilla en Andalucía en las autonómicas del próximo año, es casi catastrófico. La responsabilidad es de Sánchez, pero la culpa es de la vicepresidenta primera, ministra de Hacienda, vicesecretaria general del PSOE y secretaria general del partido en Andalucía.

Ministros en conflicto de interés y groseros

Montero es el paradigma de la ordinariez en el discurso público. Es grosera en sus argumentaciones (la “vergüenza” de la presunción de inocencia, la “amenaza” a los hijos de la clase trabajadora de las universidades privadas) y es tabernaria en sus formas. La ministra parece siempre al borde de un ataque de nervios, desquiciada, a menudo hiperbólica y desafiante. Y muestra una endeblez intelectual constante. Ha entrado en autocombustión.

Foto: La vicepresidenta primera del gobierno y ministra de Hacienda, Maria Jesús Montero. (EFE/Pepe Torres)

El efecto Montero es coherente con la prepotencia con la que se conducen el presidente y sus ministros. Quizá la escena más expresiva de esa patología del poder haya sido el cese en la Moncloa, sin cuidar ni la más mínima de las formas, del presidente de Telefónica, José María Álvarez Pallete, su sustitución por Marc Murtra y la colocación de un amigo de Sánchez, Carlos Ocaña, en la vicepresidencia de la compañía.

En esa dinámica de impunidad grosera se entiende que, días después, el ministro Óscar López, viajase con Murtra a París para advertir a los responsables de Vivendi, accionistas del Grupo Prisa, de las consecuencias de su apoyo a Joseph Oughourlian. López no ha dado explicaciones de ese episodio, pero hay información al detalle (y saldrá) de cómo se produjo, del contenido de la conversación y hasta de cómo realizó el trayecto a la capital de Francia.

Foto: José María Álvarez-Pallete. (AFP7)

El ministro de Transformación Digital y Función Pública es el elegido para competir en Madrid con Isabel Díaz Ayuso. Sus posibilidades no son mejores que las que acompañan a Montero en Andalucía, y ambos, como Diana Morant, ministra de Ciencia, Innovación y Universidades, en la Comunidad Valenciana o Pilar Alegría, ministra de Educación, en Aragón, incurren en un constante conflicto de intereses al simultanear -igualmente, con prepotencia- un ministerio que afecta de lleno al ámbito autonómico con el que disputan el liderazgo a los presidentes del Partido Popular. Esta situación de varios ministros es insostenible, no tanto por su carácter abusivo (eso, ni lo consideran), sino porque empieza ya a debilitar sus opciones electorales. Su permanencia en el cargo no es un activo para mejorar sus expectativas en las urnas sino una pesada losa que ofrece a sus adversarios un auténtico arsenal argumental para descalificarlos.

La 'gentuza' según Puente y las purgas de Albares

Por lo demás, otros ministros que no competirán en comicios autonómicos sí contribuyen al ‘bronquismo’ grosero del Gobierno y entran en insensata liza con Montero. Es el caso de Óscar Puente que acaba de calificar de “gentuza” a los votantes de Alvise, extendiendo el calificativo a otras bolsas electorales. En esa línea de desparpajo arrabalero está José Manuel Albares, ministro de Exteriores, un tipo que ofrece todos los síntomas de un acomplejamiento sistémico, purgando a los miembros de la carrera diplomática con ceses y apartamientos arbitrarios. La portavoz del Gobierno, Pilar Alegría, se permite la chabacana afirmación de que presentar y debatir los Presupuestos Generales del Estado en el Congreso sería “perder el tiempo”. No va más.

Calificar de 'chiringuitos' a los centros privados universitarios es tanto como insultar a la mitad de sistema universitario español

No es extraño, que, en este ambiente de desinhibición verbal, la ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, se permita otro comentario de taberna: su colega de Economía, Carlos Cuerpo, sería una “mala persona” por no apoyar la reducción de jornada que ella ha acordado por su cuenta con los sindicatos y sin los empresarios. Añádase a todo este rosario de bravuconadas, las del ministro de Cultura, Ernest Urtasun, un militante radical que traslada sus fobias a actos de carácter institucional en los que su urbanidad brilla por su ausencia como cuando en una de entrega de premios, con la presencia de los reyes, no tuvo la cortesía de aplaudir al torero El Juli que le propinó una lección: “feo detalle, señor ministro”.

El propio Sánchez participa de este aquelarre de desmadre verbal en el que se está hundiendo su Gobierno. Calificar de ‘chiringuitos’ a los centros privados universitarios es tanto como insultar a la mitad del sistema universitario español, a los propietarios de esas entidades, a sus profesores y a sus alumnos. Y atreverse a tal descalificación es temerario cuando él y varios de sus ministros obtuvieron sus títulos en universidades privadas y buena parte de la investigación penal a su mujer, Begoña Gómez, se proyecta sobre sus presuntas actividades docentes, tanto en un centro privado (el Instituto de Empresa) como en otro público (la Universidad Complutense).

Esas incoherencias se convierten en auténticos bumeranes contra sus argumentarios de defensa (del fiscal general, de Gómez, de David Sánchez) y responden a una pérdida del control de los acontecimientos y a una situación de confusión y desorden en el Consejo de Ministros en el que, antes que gobernar, se busca preservar el poder. El real decreto ley sobre nuevos requisitos para la creación de universidades privadas no tiene otra explicación que la de hostigar a las comunidades de Madrid y Andalucía, bastiones del PP que el PSOE no está en condiciones de recuperar. Estamos ante la malversación del poder.

La huella de José Luis Ábalos y Koldo

Sánchez mantuvo entre 2017 y 2021 a José Luis Ábalos como su mano derecha, como su hombre de confianza. Le entregó el control del partido como secretario de organización del PSOE y del ministerio con el mayor presupuesto del Ejecutivo. Y después de cesarle en julio de 2021 le situó en las listas electorales de Valencia, detrás de Diana Morant, lo que le reportó un escaño en el Congreso. Siguiendo el curso del proceso penal contra Ábalos y Koldo (el custodio en Ferraz de los avales de Sánchez), personas que están enclavadas en el origen del poder del presidente, se entiende mejor la deriva tabernaria del equipo gubernamental.

De los ministros se podría decir lo que alguien -no está clara la autoría de la frase- escribió: “Cuando los que mandan pierden la vergüenza, los que obedecen pierden el respeto”. Este Gobierno lo ha perdido por completo y por eso, el instinto de supervivencia de Sánchez le aconsejará arrojar lastre por la borda antes de que las bravuconadas de sus ministros hundan su ‘chiringuito’.

Sánchez va a intentar llegar a 2027 y agotar así la legislatura. Pero para lograrlo ya debe estar al cabo de la calle de la necesidad de prescindir de buena parte de sus actuales ministros. Para el presidente es más decisivo hacer un relevo en su equipo gubernamental que aprobar los Presupuestos Generales del Estado. Al fin y al cabo, Sánchez acostumbra a despreciar los mandatos constitucionales, pero es implacable en desprenderse de los lastres que comprometan su continuidad en el poder. Y muchos de sus ministros lo hacen.

María Jesús Montero
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