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Abascal y Díaz, los 'tontos útiles' de Trump y Putin
En España los tontos útiles más conspicuos del trumpismo y del putinismo se sitúan en el esencialismo nacionalista de un Santiago Abascal y en el letal buenismo poscomunista de Yolanda Díaz
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‘Tonto útil’ es un sintagma que describe una tipológica determinada en el análisis y la ciencia política. Se atribuye improbablemente a Lenin la categorización de los ‘tontos útiles’ que fueron legión durante la ‘Guerra fría’. Eran aquellos políticos, académicos y periodistas que glosaban las virtuosas cualidades del bolchevismo y lo hacían desde la confortabilidad de las sociedades liberales. Se pronunciaban a favor de la revolución leninista primero, y la dictadura soviética, después, y las contemplaban como un acaecimiento histórico inevitable por anteriores injusticias, desigualdades y opresiones. Trabajaban para el enemigo desde una cierta ingenuidad, en unos casos, en otros por resentimiento contra los estamentos de sus propios Estados y, las más de las veces, condicionados por la ignorancia culpable. La constante de la tontuna útil consistía en propugnar políticas de entendimiento, de diálogo, de acercamiento, de comprensión o empatía con un fondo común: la cesión. Por lo que a España respecta, Manuel Florentín en su monumental Escritores y Artistas bajo el comunismo, elabora un relato acabado sobre los tontos útiles del régimen soviético en nuestro país.
Sucursales de Trump y de Putin
Todos los dictadores han tenido la cobertura de los tontos útiles. Fueron muchos los intelectuales que escudriñaron las imposibles bondades del régimen nazi en los años treinta del siglo pasado. En ese discurso se amparó el ‘apaciguamiento’ con Hitler mediante el pacto de Múnich en 1938 que le envalentonó. El estalinismo entre 1924 y 1953 recibió el elogio encendido de intelectuales occidentales, en particular, británicos y franceses.
Ocurrió entonces como ahora sucede: existe un sucursalismo defensor en Europa de las ‘comprensibles’ razones de Vladimir Putin para invadir Ucrania, tras ocupar Crimea en 2014, y otro simultáneo que ‘entiende’ las decisiones de Donald Trump, incluidas las que han propiciado la guerra arancelaria. No faltan, además, tontos útiles (aunque a menudo sacando algún provecho) que, bien con el silencio, bien con la colaboración activa, contribuyen a la continuidad de regímenes como el de Maduro en Venezuela -Zapatero es un paradigma de tonto útil, aunque aprovechado- o compadrean con mandatos ejecutivos deleznables como el de Netanyahu en Israel. Y todo eso sucede porque, como denunció Julien Benda en 1927, también en este tiempo una parte de la intelectualidad europea ha desertado de su función denunciatoria.
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En España los tontos útiles más conspicuos de la política se sitúan en el esencialismo nacionalista y radical de un Santiago Abascal y en el letal buenismo poscomunista de Yolanda Díaz. Por caminos distintos, ambos llegan al mismo destino: ni Trump ni Putin son culpables. Para el presidente de Vox, la Unión Europea debió adelantarse a las decisiones arancelarias de Trump y negociar con él. No haberlo hecho, absuelve al autócrata de cualquier responsabilidad, incluida la de causar un daño objetivo a la economía nacional. Para la dirigente de Sumar, España tendría que dejar la OTAN y no atender la reclamación de rearme militar y, a la vez, dialogar con Putin para llegar a un arreglo que consolide la actual ocupación de cien mil kilómetros cuadrados del territorio ucraniano.
El 'gentil monstruo de Bruselas'
El radicalismo derechista trata de explicar su connivencia con el trumpismo porque la Unión Europea (y España, por supuesto) habría disfrutado de ochenta años de paz venusiana a costa del esfuerzo de los Estados Unidos. Trump sería un ejemplar patriota estadounidense al pelear denodadamente por los intereses de su país. El poscomunismo y el populismo de la extrema izquierda explican a Putin porque la OTAN no se disolvió en justa correspondencia con la desaparición del Pacto de Varsovia. Invitar a Ucrania a sumarse a la Unión Europea y, más aún, a la Organización del Atlántico Norte, han sido, además, intolerables provocaciones a Moscú.
La culpa de lo que ocurre la tiene Bruselas, que no es una ciudad, sino, en palabras de Hans Magnus Enzensberger ‘un gentil monstruo’ que tiene ‘bajo tutela’ a Europa y que acumula las taras más despreciables, como relata en su conocido ensayo, publicado en España en 2012 por la editorial Anagrama, y de la que el populismo rampante de un lado y otro extrae los argumentarios que ahora denigran la única realidad institucional transnacional que es capaz de oponerse con alguna posibilidad de éxito a la pinza imperial de Washington y Moscú.
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La realidad es severa con los tontos útiles, pero, por serlo, perseveran en el error. Orban puede ser muy próximo a Trump, pero lo cierto es que Hungría también padece los aranceles del presidente norteamericano, como Meloni en Italia, trumpista arrepentida. Y a Francia no le salva de pasar por taquilla, ni Melenchón, tan antieuropeísta, ni Le Pen que recibió el inmediato apoyo del Kremlin cuando se conoció su inhabilitación judicial.
El 'Día de la confiscación'
La lista de los afectados por la idiocia política sería cansinamente larga. Solo una adenda: van a crecer ferazmente los tontos útiles de China, a donde viaja Sánchez entre el 8 y 12 de este mes. Son esos que propugnan que hay que echarse en brazos de la potencia asiática para así ponerle una cornamenta comercial de envergadura a Trump.
La única respuesta coherente sería apostar más que nunca por la Unión Europea y por la OTAN. Las opiniones públicas occidentales, sin embargo, son volátiles y se les ha inoculado el virus de la desconfianza en los sistemas liberales porque se están demostrando demasiado ineficaces y porque la incertidumbre genera miedo y el temor aconseja el repliegue y no la expansión. La consecuencia más grave de todas las posibles la tenemos a las puertas: un síndrome de Estocolmo brutal que termine por hacer buenos a Trump y a Putin y lance un veredicto de culpabilidad contra Bruselas.
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Solo los alemanes, tras el grave error de la tontuna útil de la Ospolitik, que hizo al país dependiente, primero, de la Unión Soviética y, después, de la Federación Rusa, han entendido cabalmente el tiempo nuevo: elecciones, reforma constitucional, rearme, digitalización, infraestructuras.
Por supuesto, España está en la peor situación política aunque es uno de los Estados menos afectados por los aranceles de Trump: con un Gobierno bajo las condiciones de los tontos útiles de la izquierda más radical, incluida el secesionismo vasco y catalán (Bildu y ERC), y con una oposición moderada que tiene pendiente darle una lección definitiva a la estupidez de la extrema derecha. Y hacerlo con la contundencia de afirmaciones como estas editoriales de FAES: “Por eso asombra ver a ciertos libertarios, muy "patriotas" —y muy despistados— aplaudiendo con ganas un tarifazo brutalmente lesivo para los intereses de España. Se entiende mal lo de un españolismo contrario a los intereses de los españoles. Se entiende mejor al recordar aquello de María Zambrano: ‘todo extremismo destruye lo que afirma’”. Un texto que el pasado viernes se publicó en la web de la fundación que preside José María Aznar con el acertado título de "El día de la confiscación"
‘Tonto útil’ es un sintagma que describe una tipológica determinada en el análisis y la ciencia política. Se atribuye improbablemente a Lenin la categorización de los ‘tontos útiles’ que fueron legión durante la ‘Guerra fría’. Eran aquellos políticos, académicos y periodistas que glosaban las virtuosas cualidades del bolchevismo y lo hacían desde la confortabilidad de las sociedades liberales. Se pronunciaban a favor de la revolución leninista primero, y la dictadura soviética, después, y las contemplaban como un acaecimiento histórico inevitable por anteriores injusticias, desigualdades y opresiones. Trabajaban para el enemigo desde una cierta ingenuidad, en unos casos, en otros por resentimiento contra los estamentos de sus propios Estados y, las más de las veces, condicionados por la ignorancia culpable. La constante de la tontuna útil consistía en propugnar políticas de entendimiento, de diálogo, de acercamiento, de comprensión o empatía con un fondo común: la cesión. Por lo que a España respecta, Manuel Florentín en su monumental Escritores y Artistas bajo el comunismo, elabora un relato acabado sobre los tontos útiles del régimen soviético en nuestro país.