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El 'blackout' de la derecha
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José Antonio Zarzalejos

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El 'blackout' de la derecha

Allí donde hay inteligencia estratégica y contundencia, como en Andalucía y Madrid, las expectativas electorales de la derecha son espectaculares, pero la respuesta del PP al apagón demuestra que la una y la otra son insuficientes

Foto: Alberto Núñez Feijóo interviene en el congreso del PPE. (Europa Press)
Alberto Núñez Feijóo interviene en el congreso del PPE. (Europa Press)
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La experiencia en los sistemas democráticos, por deteriorados que estén, como el español, viene a acreditar que, a Gobiernos pésimos como el nuestro, partidos de la oposición más urgidos a desempeñar con eficacia su función de contrapeso y de alternativa verosímil. Ocurre con frecuencia que, cuando la oposición no cumple esas expectativas, genera ansiedad colectiva y una reacción hipercrítica, incluso desproporcionada, obviando que la mayor responsabilidad es siempre de los Gobiernos. De ahí que siga vigente el apotegma según el cual las elecciones no las ganan los partidos de la oposición, sino que las pierden los partidos gubernamentales. Este es el contexto, casi permanente, en el que se desenvuelve la derecha democrática española, el Partido Popular, pinzado por su escisión radical y ultra (Vox) y por la izquierda y la extrema izquierda (PSOE y demás).

Se ha insistido, y es cierto, que los populares están jugando el partido en la oposición sin terminar de entender ni asumir que Sánchez y sus socios se manejan sin reglas en un proceso constante de deconstrucción del sistema institucional, apartándose, no solo de la literalidad y del espíritu de las leyes, sino también de la lealtad a los valores democráticos. Este es el modus operandi de Sánchez en España, como es el de Trump en los Estados Unidos. Los norteamericanos, según el certero criterio de José María Ruiz Soroa, sostenido el miércoles en un artículo en el diario El Mundo titulado Elegir a un imbécil, han votado mayoritariamente a un necio como jefe del Estado. En España, el Congreso invistió a un personaje como Sánchez que, en imperecedera definición de un editorial de El País, es un ‘insensato sin escrúpulos’.

La oposición no tiene derecho a la perplejidad

Y ante el desgobierno de un ‘necio’ y de un tipo ‘sin escrúpulos’ hay que revisar los criterios de hacer oposición, ajustar estrategias y, sin parecerse al ‘enemigo’, tomarles la medida y neutralizar sus artimañas. Sin embargo, ni el Partido Popular lo ha conseguido todavía aquí, ni el Demócrata en Estados Unidos. Vale el paralelismo entre ambos dirigentes porque Trump y Sánchez quintaesencian, en el antagonismo, una similitud de fondo tan pasmosa como evidente: el populismo iliberal en estado puro. Sustituyan el ‘yo soy flexible’ del americano por los ‘cambios de opinión’ del español, comparen las ‘ordenes ejecutivas’ del primero con los ‘decretos leyes’ del segundo, analicen el discurso anti judicial del republicano y la apelación a la lawfare del socialista en sus pactos con los secesionistas. Similitudes autocráticas.

Los ciudadanos tienen derecho a mostrarse perplejos ante las tergiversaciones constantes de la Moncloa. Pero no la oposición, no la derecha. Este pasado mes de abril, en el que Sánchez ha cometido errores de grueso calibre, la oposición parece haberse ido a negro. O, por actualizar el lenguaje, ha entrado en un ‘blackout’. Sigue sin ofrecer una respuesta política que arraigue en la opinión pública, aunque la publicada, los medios independientes y, por lo tanto críticos, sometan a contraste permanente la idiosincrasia falsaria del discurso gubernamental. Desde el erróneo viaje de Sánchez a Vietnam y China, pasando por la filfa de la supuesta dotación de más de 14.000 millones a la defensa y seguridad y la galopada procesal de los casos de corrupción, hasta la mendaz gestión del apagón del pasado lunes, la Moncloa es una diana fija sobre la que golpear con el discurso adecuado. El PSOE y, en general, la izquierda, ha comenzado una auténtica guerra empresarial como combustible de lo que queda de legislatura en la que, volviendo a su obsolescencia ideológica, reclama la nacionalización de las energéticas. De esa manera intenta convertir una crisis que le cuestiona en una oportunidad para recuperar terreno.

Foto: Sánchez presenta el plan antiaranceles del Gobierno. (EFE) Opinión

Andalucía y Madrid: el PP arrasa

Con desorientación, los populares han permitido, con otros actores pasmarotes, que Sánchez haya podido desplegar la mayor de las tergiversaciones sobre el fallo sistémico de la red eléctrica. En su peor estilo, el presidente del Gobierno ha empleado la estrategia ofensiva habitual: lo importante no sería el apagón (atribuible a las ‘operadoras privadas’) sino cómo de eficientemente han trabajado él y sus ministros en la recuperación de la luz, de tal manera que la cuestión no sería ‘la caída a cero’ de la electricidad, sino su regreso ‘raudo’ en diez horas. Además, la energía nuclear forma parte ‘del problema’, por lo que no hay motivo para prorrogar la vida útil de las centrales. Sánchez revalida así la fallida política de Teresa Ribera, ahora en la Comisión Europea, que fue la mentora del actual estado de cosas en nuestro modelo energético.

Con el Partido Popular Europeo en Valencia, celebrando su congreso el martes y miércoles pasados, se dispuso de una plataforma que no se utilizó ni siquiera para insistir en el acierto del voto negativo de los populares españoles a una Comisión de la UE en la que Teresa Ribera está concernida directamente por los errores que llevaron al apagón. Porque ese es el núcleo de la cuestión: la ideologización de la política energética. La maniobra de distracción del Gobierno es burda: no hay que descartar un ciberataque y él mismo, qué ironía, va a investigar el desastre en una ‘comisión independiente’ bajo la presidencia de la ministra de Transición Ecológica que es la responsable energética del Gabinete. La clave de la reacción de Sánchez y de sus ministros es la de siempre: enfrentar, polarizar, destruir. Se trata de un modelo reiterado y hasta rutinario, acompañado de continuo de una verborrea buenista y torticera.

Foto: Reunión del Consejo de Seguridad Nacional que ha presidido el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (EFE/Pool/Moncloa/Borja Puig de la Bellacasa) Opinión

Es difícil entender por qué razones, frente a la profesionalización de la mentira gubernamental, el Partido Popular no aplica una respuesta más eficaz. Seguramente se debe a que las estructuras de la organización son insuficientes; a que no se optimizan los apoyos sociales que podría acumular la aversión a Sánchez y a sus políticas y a que brilla por su ausencia la inteligencia estratégica. Allí donde el PP en el Gobierno no presenta esas carencias (comunidades de Madrid y Andalucía, por ejemplo) las expectativas electorales de la derecha son espectaculares. Porque no hay otro centrismo, ni otra moderación que la contundencia en la denuncia, la lealtad a la Constitución y la impugnación de la falsedad. Pero eso requiere de un discurso convincente, racional, pero también emocional y coordinación de las energías disponibles en el partido, ahora mal administradas.

El epitome de cuanto se expone: en plena controversia por la gestión del sistema eléctrico y del papel en la crisis del Gobierno, Feijoo se fotografía con Carlos Mazón en el congreso del PPE en Valencia. Sirva como paliativo la necesaria negativa del PP a convalidar el real decreto de respuesta a los aranceles que no acoge una medida tan sustancial como la prórroga de la vida útil de las centrales nucleares que, a la vista de lo sucedido, son una garantía para el sistema energético que solo el apriorismo y la tozudez cerril del Gobierno se niegan a aceptar.

La experiencia en los sistemas democráticos, por deteriorados que estén, como el español, viene a acreditar que, a Gobiernos pésimos como el nuestro, partidos de la oposición más urgidos a desempeñar con eficacia su función de contrapeso y de alternativa verosímil. Ocurre con frecuencia que, cuando la oposición no cumple esas expectativas, genera ansiedad colectiva y una reacción hipercrítica, incluso desproporcionada, obviando que la mayor responsabilidad es siempre de los Gobiernos. De ahí que siga vigente el apotegma según el cual las elecciones no las ganan los partidos de la oposición, sino que las pierden los partidos gubernamentales. Este es el contexto, casi permanente, en el que se desenvuelve la derecha democrática española, el Partido Popular, pinzado por su escisión radical y ultra (Vox) y por la izquierda y la extrema izquierda (PSOE y demás).

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