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El absurdo empeño de que Prevost sea otro Bergoglio
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José Antonio Zarzalejos

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El absurdo empeño de que Prevost sea otro Bergoglio

León XIV no ha sido elegido para ser el sucesor de Bergoglio, pero tampoco para ser su contradictor. Ha sido elegido para cubrir una nueva etapa con su particular carisma que desarrollará de acuerdo con una trayectoria extraordinaria

Foto: El cardenal Robert Prevost, en una misa en memoria del papa Francisco en el Vaticano. (EFE/Fabio Frustaci)
El cardenal Robert Prevost, en una misa en memoria del papa Francisco en el Vaticano. (EFE/Fabio Frustaci)
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Los papas de la Iglesia Católica no se suceden entre sí. Su carácter electivo por el colegio cardenalicio opera como mecanismo intuitivo (para los creyentes, por inspiración del Espíritu Santo) que puede ser de continuidad o de disrupción en función de las circunstancias históricas. El hecho de que el nuevo Pontífice, Robert Prevost, haya elegido el nombre de León XIV remite nada menos que a la esencial encíclica de León XIII que bajo el epígrafe Rerum novarum (‘De las cosas nuevas’), dictada en 1891, constituyó la doctrina social de la Iglesia frente al socialismo y el liberalismo. No se alineó ni con el uno ni con el otro. Estableció la línea que la Iglesia ha continuado desde entonces: los derechos sociales (‘los derechos de los obreros’) deben ser protegidos e impulsados, y los derechos privados, entre ellos el de la propiedad, merecen igualmente amparo y vigencia.

La elección del nuevo Papa, y las interpretaciones acerca del significado de su designación, ha estado dominada por una tesis mediática ajena por completo a la dinámica de la Iglesia: la continuidad o continuismo del pontificado de Jorge Mario Bergoglio. Desde que el argentino fuese elegido en 2013 hasta el día de ayer, el mundo ha cambiado aceleradamente y Robert Prevost se enfrenta a sus propios retos con su particular carisma que se irá desplegando en el desarrollo de su doble gestión: como Pontífice de una religión que aúna a 1.400 millones de creyentes y como jefe del Estado de la Ciudad del Vaticano, una potencia diplomática, se diga lo que se diga, a cuya influencia no se sustrae nadie como quedó demostrado con la histórica fotografía de Trump y Zelenski el pasado 28 de abril en la Basílica de San Pedro.

Jorge Bergoglio fue un papa que intrigó a la izquierda y desconcertó a la derecha y, seguramente, esa era su misión para abordar dos aspectos fundamentales: de una parte, el acceso a lo que él denominó "periferias"; y de otra, la superación de la endogamia referencial de la Iglesia. Fue el Papa que venía del sur, de una ciudad cosmopolita, Buenos Aires, sin el don de lenguas, pero con un enorme acento pastoral; impulsivo y compasivo; ambiguo para salvar contradicciones que le inquietaban (los homosexuales, el papel de las mujeres en la Iglesia) y poseído por un afán de justicia tan fuerte como de humildad. Pero su mando fue férreo y personalista. En lo fundamental, León XIV nada cambiará de lo que Francisco fraguó irreversiblemente. Pero en lo que no lo sea, cambiará y rectificará.

El estilo de Prevost, ya se ha visto, es perfectamente distinto y su personalidad distinta a la de Bergoglio. Tiene experiencia pastoral (en Perú), es doctor en derecho canónico y licenciado en matemáticas, estadounidense de nacimiento, pero ha vivido intensamente en el sur americano y, por si fuera poco, se ha insertado en la Curia al frente de uno de los dicasterios más delicados de los quince del Vaticano: el de los obispos, asumiendo, además, la presidencia de la Pontificia Comisión para América Latina. Tiene el don de las lenguas (inglés, español, italiano y capacidad para manejarse en francés) y se le define como ‘tímido’, lo que se traslució en el balcón de la logia de San Pedro. No improvisa (leyó su discurso inicial) y ha regresado a la escenificación que abandonó su predecesor: se revistió de la muceta y la estola y lució anillo dorado papal. Por fin, un dato ineludible: fue creado cardenal en 2023, de modo que era uno de los más recientes del cónclave, lo cual es coherente con su edad, 69 años. Cuando Francisco accedió al papado en 2013 tenía 76.

Foto: El papa León XIV el 8 de mayo de 2025. (EFE / Ettore Ferrari)
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Su nacimiento en la ciudad de Chicago, un bastión del progresismo norteamericano en el que posa sus reales Barack Obama, y la fortaleza de sus avanzadas corrientes universitarias, le posicionan, dicen, ‘contra’ Donald Trump. Es un reduccionismo. Es inconcebible que Robert Prevost pueda mantener indulgencia alguna con las políticas del republicano, pero más de la mitad de los católicos de aquel país (hasta el 54%) le votaron en las presidenciales de noviembre del pasado año y recibió el apoyo de los ‘nacionalistas cristianos’ adscritos al evangelismo. De tal manera que focos eclesiales en Estados Unidos y Alemania, otro punto conflictivo para la Santa Sede, desafían a este pontificado de Prevost con una insolencia casi indómita.

León XIV no ha sido elegido para ser el sucesor de Bergoglio, pero tampoco para ser su contradictor. Ha sido elegido para cubrir una nueva etapa con su particular carisma que desarrollará de acuerdo con una trayectoria, una personalidad y formación extraordinarias. Y no será, por esas razones, un papa eurocéntrico porque su raíz pastoral está en Perú y su oficio curial consistió en cribar los nombramientos de decenas y decenas de obispos de todo el mundo, misión que le encomendó Francisco que será para él tan referente como León XIII.

Foto: El cardenal Robert Prevost, el papa León XIV. (Europa Press/Stefano Spaziani) Opinión

Una de las claves de su elección podría estar en la homilía del cardenal Re en la misa Pro eligendo Pontifice celebrada horas antes de que comenzase el cónclave y que recogía los debates de las congregaciones previas de los cardenales que salieron de ellas con la predeterminación que ha demostrado la rapidez de la elección de Prevost. Merece el nuevo Papa que cese el empeño -no precisamente de los creyentes- de que sea un nuevo Bergoglio. Francisco fue tan irrepetible como Pablo VI o Juan Pablo II, a los que el cardenal decano, intencionalmente, mencionó en su discurso previo al cónclave. A sus 91 años no pudo votar, pero sus palabras fueron inspiradoras para que al menos dos tercios de los 133 cardenales eligieran a Prevost. Déjenle que Francisco haya sido Francisco y que León XIV sea León XIV.

Los papas de la Iglesia Católica no se suceden entre sí. Su carácter electivo por el colegio cardenalicio opera como mecanismo intuitivo (para los creyentes, por inspiración del Espíritu Santo) que puede ser de continuidad o de disrupción en función de las circunstancias históricas. El hecho de que el nuevo Pontífice, Robert Prevost, haya elegido el nombre de León XIV remite nada menos que a la esencial encíclica de León XIII que bajo el epígrafe Rerum novarum (‘De las cosas nuevas’), dictada en 1891, constituyó la doctrina social de la Iglesia frente al socialismo y el liberalismo. No se alineó ni con el uno ni con el otro. Estableció la línea que la Iglesia ha continuado desde entonces: los derechos sociales (‘los derechos de los obreros’) deben ser protegidos e impulsados, y los derechos privados, entre ellos el de la propiedad, merecen igualmente amparo y vigencia.

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