:format(png)/f.elconfidencial.com%2Fjournalist%2F0c5%2F63d%2Fa5d%2F0c563da5def6cac2db3cbe025cb5b55e.png)
Notebook
Por
Adhesión a Pedro, miedo a Sánchez (la guerra en el PSOE)
Si el estilo es el hombre, el del presidente es zafio y desleal para sus colaboradores que esperan aparecer en sus mensajes iracundos y en los que se perfila la auténtica personalidad del presidente, antes aplaudido y ahora temido
:format(jpg)/f.elconfidencial.com%2Foriginal%2F85c%2F69e%2Fee0%2F85c69eee014e3410ecb7b24342a200b0.jpg)
Cuando Alfredo Pérez Rubalcaba dejó la secretaría general del PSOE (2014) el partido se fue de las manos de los grandes dirigentes socialistas de la Transición. Quisieron sustituirle Eduardo Madina (Bilbao, 1976) y Pedro Sánchez (Madrid, 1972), miembros ambos de una generación que no vivió el tránsito de la dictadura a la democracia, ni, por lo tanto, los compromisos históricos del socialismo con la Constitución de 1978 y sus precedentes esenciales.
Sánchez, con el 48% de los votos, se llevó el gato al agua y fue proclamado secretario general del PSOE en el Congreso extraordinario del partido celebrado el 26 de julio de 2014. Eduardo Madina (obtuvo el 36% de los votos) acabó por dejar la política y se retiró a la actividad privada en la que continúa. Sánchez logró el apoyo de los notables del PSOE porque, aunque en palabras de Susana Díaz, "este chico no vale, pero nos vale", se creyó que su perfil era moderado y dúctil frente al aparentemente más radical de Madina. Grave error.
Entre 2014 y 2016, Pedro Sánchez no hizo otra cosa que recibir adhesiones. Reunía, aparentemente, todas las características de un líder socialdemócrata. Y, además, era joven, apuesto (si bien, ligeramente hortera) y contemporáneo. Sigue siendo interesante la lectura de libro de Jesús Maraña titulado Al fondo a la izquierda que relata la crisis de 2017 y sus antecedentes, cuando el nuevo secretario general, como un gremlin, se transformó en un radical depuesto por el Comité Federal del PSOE en octubre de 2016 que no aceptó el propósito de su nuevo secretario general de coaligarse con los independentistas y la extrema izquierda para conformar lo que Pérez Rubalcaba calificó de gobierno Frankestein .
La historia posterior es conocida por reciente: Sánchez regresó a la secretaria general tras arrollar en las primarias a Susana Díaz y lograr en 2018 la presidencia del Gobierno mediante una inédita y exitosa moción de censura contra Mariano Rajoy. Abrió una nueva etapa, no solo en la política española, sino también y, sobre todo, en el PSOE. En feliz metáfora de Ignacio Varela, Sánchez practicó sobre la organización una taxidermia que lo ha convertido en una carcasa de la que se vale para el ejercicio personalista, despótico y desregulado del poder. A Varela se debe también el ensayo con más perspectiva sobre el trayecto del PSOE desde el inicio de la democracia hasta la disrupción sanchista: Por el cambio. Se lee y se entiende el daño inmenso que este tipo ha causado a la izquierda española.
:format(jpg)/f.elconfidencial.com%2Foriginal%2F364%2Fa3d%2Feda%2F364a3dedad992da1a6d2b517d6789a43.jpg)
Ha tenido que ser el compañero de fatigas del presidente, su fiel escudero, un presunto corrupto del peor estilo, el que haya desvelado, en parte o en todo a través de las publicaciones del diario El Mundo, la idiosincrasia del verdadero personaje que habita en la Moncloa. Es ese que, con el descaro propio de los que se creen impunes e inmunes, traslada sus mensajes a su lacayo con descalificaciones, insultos, órdenes intrusivas, sospechosas ocupaciones y preocupaciones y mandatos de dudosa eticidad democrática. Estos mensajes corroboran una trayectoria anterior democráticamente desquiciada del personaje, acosado por las conductas de sus familiares (su mujer y su hermano) y de los que fueron —y siguen siendo, quizá como Santos Cerdán— sus más próximos colaboradores. Y acreditan un presente de Sánchez verdaderamente desolador.
Las conductas del presidente, la notoria y la que ahora se va desvelando, terminan por culminar el largo proceso de conocimiento de su auténtica personalidad. Si, como refirió George Louis Leclerc, conde de Buffon (1707-1788), en su discurso de ingreso en la Academia Francesa, "el estilo es el hombre", el de Sánchez es zafio. Y lo que tiene alarmados a los cuadros del partido y a más de media docena de ministros, es también su estilo desleal con sus colaboradores, que han pasado de la adhesión al miedo. Muchos de ellos, perdida la dignidad (caso de Margarita Robles), quemados los barcos de su reputación y sin vuelta atrás, están pendientes de aparecer en esos recados a Ábalos, víctimas de la iracundia del presidente o de su prepotencia.
:format(jpg)/f.elconfidencial.com%2Foriginal%2F02a%2F8cb%2F0de%2F02a8cb0de09c818f77e440f2edebda91.jpg)
Nadie está ya en la clave de Pedro, el admirable y renovador socialdemócrata, sino en la de Sánchez, avieso, vengativo, injurioso. La espantada de nueve ministros en la próxima sesión de control en el Congreso y de 14 en la del Senado, no puede resultar más expresiva de la intemperie argumental en la que se mueve el sanchismo. Solo Pablo Iglesias se ha encontrado reivindicado en los insultos que le dedicó Sánchez (‘torpe’, ‘maltratador’, ‘estulto’) porque en ellos ha localizado la contrariedad que él y Podemos provocan en el presidente. Una lectura, a la contra, pero inteligente, de los ‘desahogos’ del socialista y que el podemita disculpa con suficiencia.
La no lejana y fundada sospecha sobre las conductas de Santos Cerdán, sucesor de Ábalos en la secretaría de organización del PSOE, introductor de Koldo García, y la progresión pésima para él de los procesos penales (del fiscal general, de su mujer, de su hermano, de la trama de Ábalos, Koldo y Aldama) y la expectativa de que el rescate de Air Europa se complique procesalmente, atemorizan en la Moncloa y en Ferraz. Porque si Sánchez ha desvencijado el sistema político, su soberbia jupiterina propicia un ajuste de cuentas entre desalmados —él lo es, y lo son Ábalos y compañía— que incendiará lo poco que queda del PSOE. Sus socios, todos ellos, le dejarán que continúe por el camino de la autodestrucción y se asegurarán de que, durante la agonía, termine por reventar la caja del Estado. Así se pasa de la adhesión al miedo. De la gloria del poder a la miseria del fracaso. Del peor de todos: del fracaso moral.
Cuando Alfredo Pérez Rubalcaba dejó la secretaría general del PSOE (2014) el partido se fue de las manos de los grandes dirigentes socialistas de la Transición. Quisieron sustituirle Eduardo Madina (Bilbao, 1976) y Pedro Sánchez (Madrid, 1972), miembros ambos de una generación que no vivió el tránsito de la dictadura a la democracia, ni, por lo tanto, los compromisos históricos del socialismo con la Constitución de 1978 y sus precedentes esenciales.