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El Gobierno y el 'resentimiento' (según Mendoza) de la burguesía catalana
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El Gobierno y el 'resentimiento' (según Mendoza) de la burguesía catalana

Ese 'resentimiento' de la burguesía al que se refiere Mendoza, esa sensación sostenida de frustración de una parte de Cataluña, ese 'anacronismo político' de despreciar al Estado, son los fundamentos de la política catalana de Sánchez

Foto: El expresidente catalán Carles Puigdemont. (EFE/Pablo Garrigós)
El expresidente catalán Carles Puigdemont. (EFE/Pablo Garrigós)
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Pedro Sánchez está engañando a una buena parte de los catalanes. Les ha engañado con la posibilidad de que la comunidad pueda disponer de una financiación singular en forma de concierto económico. Les ha engañado con la ilusión de que van a poder gestionar las competencias de inmigración. Les ha engañado con la pronta amnistía de los malversadores condenados por el ‘procés’ de octubre de 2017. Les ha engañado con la expectativa de que la Unión Europea reconocería la oficialidad del idioma catalán en sus instituciones y les está engañando con la aspiración de que, mediante la intervención gubernamental, se frustre la OPA del BBVA sobre el Sabadell, evitando así que desaparezca una marca financiera con el toponímico vallesano. Un repaso a los pactos que Sánchez suscribió para su investidura con Junts y ERC, y los de Illa con los republicanos, acredita que ningún aspecto de esos acuerdos de noviembre de 2023 se ha hecho efectivo, más allá de algunos de entidad no comparable con los esenciales. Entre tanto, sin Presupuestos Generales del Estado. Tampoco de la Generalitat.

El premio Princesa de Asturias de las letras de este año, Eduardo Mendoza, es autor de un pequeño pero imprescindible ensayo titulado Qué está pasando en Cataluña. Con este texto, escrito en 2017, queda acreditado que lo bueno, si breve, dos veces bueno. El relato tiene solo 89 páginas y no necesita ni una más para ser sustancioso y, sobre todo, esclarecedor. El escritor barcelonés impugna el empleo del franquismo como coartada (página 13 y siguientes), se refiere a la represión allí durante la dictadura (páginas 17 y siguientes), aborda luego la prohibición del uso del catalán (páginas 22 y siguientes) y también la inmigración (páginas 30 y siguientes). En este punto, Mendoza emplea el sacapuntas: "La burguesía catalana cerró filas, reforzó su tendencia a la endogamia y se blindó contra la intrusión de personas y de prácticas ajenas. La lengua le sirvió para reforzar la barrera social. Desde entonces convivieron en Cataluña dos comunidades distintas que apenas tenían contacto entre sí" (página 35), para concluir que, aunque muchos descendientes de inmigrantes se han incorporado a las filas soberanistas, "en el fondo, la sociedad catalana, ancestral o asimilada, sigue siendo una sociedad cerrada y, en muchos casos, estancada" (página 36).

Luego Mendoza destruye el mito de la revolución de 1714 y sitúa en ese año y en aquellos acontecimientos "el inicio de la prosperidad" para llegar al núcleo de la cuestión que concierne al papel de Barcelona de la que dice que "era y sigue siendo ajena a la Cataluña ideal. En el subconsciente catalán pervive la nostalgia de una Cataluña rural, más auténtica, más representativa de las verdaderas esencias del pueblo catalán". La reflexión anterior parecía anticipar la descripción de lo que es y a lo que aspira la Alianza Catalana de Silvia Orriols. Mendoza no es clemente con la burguesía catalana. Escribe "que los representantes de esta burguesía se alíen con sectores revolucionarios en cuyo programa está incluido el exterminio de la propia burguesía no se entiende si no se toma en consideración el factor del resentimiento" (página 67).

Este diagnóstico tan contemporáneo de Mendoza, del que han transcurrido ocho años sin que el tiempo lo haya agostado, evoca a los de otros autores anteriores, aún vigentes y canónicos. Por ejemplo, a Vicens Vives (Noticia de Cataluña) cuando escribió que los catalanes "hemos pagado a alto precio este anacronismo político, orientado por un lado a menospreciar al Estado y, por el otro, a atizarlo continuamente con nuestras críticas, sin intentar una labor de profunda infiltración en sus puestos de mando". Y Gaziel, seudónimo de Agustí Calvet, (Todo se ha perdido) reflexionaba amargamente: "Cataluña está enferma desde hace siglos. Es el tumor de España, que a veces dormita y a veces estalla".

Foto: El exalcalde de Barcelona Xavier Trias, Jordi Pujol (c) e Isidro Fainé. (EFE/Archivo/ Andreu Dalmau) Opinión
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El ‘resentimiento’ al que se refiere Mendoza, a esa sensación sostenida de frustración de una parte de Cataluña, a ese ‘anacronismo político’ de despreciar al Estado, son las variables que han fundamentado la política catalana de Sánchez. Cuando acabe la actual legislatura, sea o no antes de 2027, Cataluña en su conjunto tendrá que hacer el arqueo de la gestión del presidente al que ha encumbrado como a ningún otro de la democracia. El político que más le ha engañado, más le ha toreado, más le ha utilizado. Sánchez explota las más rancias y estériles frustraciones de la clase dirigente catalana, sea la empresarial que se ampara de continuo en el Cercle d’Economía o en Foment del Treball, sea la política militante en los partidos secesionistas y en una parte del PSC. Es esa burguesía que se muestra amistosa con Junts y con el prófugo en deriva sicológica y que compadrea con los republicanos que cogobiernan de facto con Illa y con la CUP.

Juan José López Burniol ha acuñado la expresión ‘la tercera Cataluña’ que no es independentista pero tampoco autonomista. Es confederalista, o sea, partidaria del modelo de Sánchez: por vía de hecho se han ido creando cuatro espacios políticos y económicos diferenciados y desiguales: Cataluña, País Vasco, Navarra y el resto de España. O sea, un país descoyuntado en el que sea más fácil superar el trauma que en Barcelona representa la emergencia imparable de Madrid, una obsesión peligrosa de esa burguesía resentida, en expresión de Mendoza. Andrés Trapiello, al hilo de esta cuestión, afirmó en el podcast Punto Ciego que "Madrid ha sacado lo peor de Barcelona y Barcelona lo mejor de Madrid"

Foto: Manifestación independentista. (EFE) Opinión
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Va mal Cataluña por ese camino. Ya ha fracasado antes y sigue en el fracaso. No termina de superarlo. Se lo han advertido a los catalanes sus propios hermeneutas. Una cosa es el optimismo azañista de 1932, otra el pesimismo orteguiano de la conllevancia de la misma época (recuerden la sedición de 1934) y otra muy diferente la estratagema del engaño sanchista. Este segundo y tenue ‘procés’ en el que se ha embarcado, otra vez, la clase dirigente catalana terminará como el de 2017, aunque sin sus consecuencias desastrosas. Lo son bastante las tendencias jeremíacas históricas de una dirigencia que se ha entregado a una estrategia errónea. La única eximente incompleta es que la derecha española sigue sin armar un proyecto creíble para aquella tierra que pasa por el federalismo y la lealtad constitucional.

Pedro Sánchez está engañando a una buena parte de los catalanes. Les ha engañado con la posibilidad de que la comunidad pueda disponer de una financiación singular en forma de concierto económico. Les ha engañado con la ilusión de que van a poder gestionar las competencias de inmigración. Les ha engañado con la pronta amnistía de los malversadores condenados por el ‘procés’ de octubre de 2017. Les ha engañado con la expectativa de que la Unión Europea reconocería la oficialidad del idioma catalán en sus instituciones y les está engañando con la aspiración de que, mediante la intervención gubernamental, se frustre la OPA del BBVA sobre el Sabadell, evitando así que desaparezca una marca financiera con el toponímico vallesano. Un repaso a los pactos que Sánchez suscribió para su investidura con Junts y ERC, y los de Illa con los republicanos, acredita que ningún aspecto de esos acuerdos de noviembre de 2023 se ha hecho efectivo, más allá de algunos de entidad no comparable con los esenciales. Entre tanto, sin Presupuestos Generales del Estado. Tampoco de la Generalitat.

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