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Gatillazo de Pedro Sánchez
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José Antonio Zarzalejos

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Gatillazo de Pedro Sánchez

Se comporta Sánchez al modo de los machirulos, echándole testosterona a su dialéctica provocativa, arrastrando a un rebaño de ministros y cargos públicos que le aplaudió ayer con el mismo fervor que a Cerdán en noviembre

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, accede al hemiciclo del Congreso. (EFE/Mariscal)
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, accede al hemiciclo del Congreso. (EFE/Mariscal)
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En agosto de 1974 Richard Nixon, presidente de los Estados Unidos desde 1969, renunció a su cargo por encubrir a una trama integrada por sus colaboradores para espiar y sabotear a sus adversarios demócratas. Fue el caso Watergate que había destapado años antes The Washington Post. De haber continuado en la Casa Blanca, Nixon se hubiera enfrentado a un proceso de impeachment parlamentario. Harry Truman, predecesor de Nixon en la presidencia, dijo que el dirigente republicano podía "decir mentiras por los dos extremos de su boca a la vez, y si alguna vez se sorprendiera a sí mismo diciendo la verdad, mentiría tan solo para no perder la práctica" (lo refiere Matthew d’Ancona en la página 37 de su libro Posverdad).

La historia no se repite, pero el presente siempre registra precedentes. El de Nixon es solo uno entre muchos otros casos que sombrean la actualidad. Casos que demuestran que la mentira en política, aun siendo en ocasiones consustancial a su ejercicio, termina por volverse contra el falsario. Y le hunde. Es lo que le está ocurriendo a Pedro Sánchez. La gestión de la crisis causada por el estallido nuclear de la corrupción en su partido, protagonizado por sus dos hombres de máxima confianza, Ábalos y Cerdán, y por otro subordinado que le inspiró ditirambos marmóreos en su imprudente librito (Manual de resistencia), Koldo García, está siendo patética. El político que anunciaba en 2016 que acudía a la política para "liarla" ha acabado por ser víctima de sí mismo y de sus peores pulsiones.

Las dos comparecencias de Sánchez, la del jueves pasado, victimista, y la del lunes, arrabalera, fueron, ambas, expresiones de su acabamiento político. Sus intervenciones ayer en el pleno de control en el Congreso han terminado por convencer a los más dubitativos de que Sánchez está finiquitado. Por su inocultable y recalcitrante mendacidad le ha abandonado ya su infantería mediática, la nacional y la internacional, que protagoniza una ordenada, pero progresiva dilución de sus convicciones sanchistas. Sus socios parlamentarios, aun sosteniéndole, dan pasos atrás. Algunos le humillan negándose a fotografiarse junto a él (PNV y ERC), otros no acuden a la convocatoria (Podemos y BNG) y Sumar vive en el desconsuelo y la contradicción. Faltó Díaz a la sesión funeraria de Sánchez ayer en el Congreso en la que los pobres diputados socialistas le aplaudieron puestos en pie como ovacionaron a Santos Cerdán en noviembre de 2024, poco después de que Víctor de Aldama le acusase de lo que ahora se confirma. Ninguno de sus cómplices en el Congreso le despeñará, pero ni uno solo le proporciona el arnés para que no se descalabre. Lo dejan a su suerte. EH Bildu, dato elocuente, le apoya asertiva y decididamente.

Como declaró ayer Emiliano García Page, entrevistado por Carlos Herrera en la COPE (la más sustancial de las entrevistas concedidas por el presidente castellanomanchego), Sánchez sigue en la Moncloa no ya porque lo desee sino porque no puede dejarla. Está atrapado. Con acierto subrayó el socialista, sibilinamente, que lo que preocupa de verdad al secretario general del PSOE "no está en los periódicos". Le faltó rematar: no aparece, de momento, pero aparecerá. Y cuando lo haga se pondrán en perspectiva los acontecimientos, sus taimadas cartas a la militancia -un error más ese de dejar por escrito su pulsión totalitaria-, sus falsedades y se dimensionará mejor lo que ha significado su mandato para su partido, para España y para la vigencia efectiva de la Constitución.

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en la sesión de control del Gobierno. (EFE/Mariscal) Opinión
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Sánchez ejerce el cargo de hecho, consumida su legitimidad de origen y sin atisbo de legitimidad de ejercicio. La acumulación de reveses -los internacionales tampoco son menores a tenor del pleno de ayer del Parlamento Europeo en Estrasburgo sobre el Estado de derecho en España- los enfrenta el socialista de forma agónica, lo que, a la vez que puede irritar por su pertinacia, también valdría para conmover por su estéril esfuerzo. Se comporta al modo de los machirulos, echándole testosterona a su dialéctica suburbial y provocativa, en un atrincheramiento irracional que arrastra a un rebaño de desconcertados diputados, ministros y cargos públicos que oscilan entre la perplejidad y el temor. Ellos saben que ‘el capitán’ ha pegado un gatillazo; que el bravucón ya no impresiona; que el milhombres de taberna no intimida. Que, como en la de Nixon, no cabe en su boca una verdad. Que todo se ha venido abajo.

Gabriel Rufián, en un buitreo muy propio de los secesionistas, salió de la Moncloa certificando que Sánchez está ‘tocado’ y que hay que aprovechar ‘el tiempo que nos quede’. Hay que agradecer al republicano, como a los junteros (‘no tenemos amigos, tenemos intereses’), su descarnada sinceridad en manifestar sus propósitos de saqueo del Estado. Esa violencia verbal -esa sí lo es- mortifica a Sánchez que la asume como una penitencia más llevadera que dejar la Moncloa, quizá porque ya es tarde para la huida. Aunque le duela que el político handsome se haya convertido para The Times en el remedo de un mafioso.

En agosto de 1974 Richard Nixon, presidente de los Estados Unidos desde 1969, renunció a su cargo por encubrir a una trama integrada por sus colaboradores para espiar y sabotear a sus adversarios demócratas. Fue el caso Watergate que había destapado años antes The Washington Post. De haber continuado en la Casa Blanca, Nixon se hubiera enfrentado a un proceso de impeachment parlamentario. Harry Truman, predecesor de Nixon en la presidencia, dijo que el dirigente republicano podía "decir mentiras por los dos extremos de su boca a la vez, y si alguna vez se sorprendiera a sí mismo diciendo la verdad, mentiría tan solo para no perder la práctica" (lo refiere Matthew d’Ancona en la página 37 de su libro Posverdad).

Pedro Sánchez
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