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Zapatero y los buitres
El cimiento del régimen sanchista es el zapaterismo a lo bestia sustentado por la reata de hombres del expresidente y de Pepe Blanco, también ex secretario de organización del PSOE, que se unió a la banda del Peugeot
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Pedro Sánchez está en el búnker. Pero ¿dónde se encuentra y qué hace en su tiempo libre, está tranquilo o no lo está, José Luis Rodríguez Zapatero? Se le echa en falta porque ha sido el compañero de fatigas de Santos Cerdán en las idas y las vueltas a Suiza para engrasar las teatrales difíciles relaciones entre la Moncloa y Waterloo. Su vinculación ha sido notoriamente amistosa y cercana. Han viajado juntos. Han comido y cenado mano a mano. Y hasta dónde el navarro no llegaba —a fin de cuentas, da lo que da—, ahí estaba el verbo buenista del expresidente socialista para componer cualquier desaguisado. Sin embargo, en las horas más amargas para Sánchez, en este tiempo penitencial, Zapatero se ha esfumado.
El que fuera presidente del Gobierno entre 2004 y 2011, tiempo en el que empedró la vereda de la destrucción del PSOE que ha consumado Sánchez, es la clave de bóveda de algunos de los episodios oscuros por los que atraviesa el socialismo español. Zapatero ha sido, es, una batería en la que han almacenado Sánchez y los suyos la estrategia del resentimiento y la revancha. El vallisoletano ha puesto letra aparentemente blanda y mullida a la ecuación amigo-enemigo que Sánchez ha practicado y práctica. El cimiento del régimen sanchista es el zapaterismo a lo bestia. El desarrollo a martillazos de las aspiraciones que el ex secretario general del PSOE no logró durante su mandato, que acabó casi tan desastrosamente como sucederá con el Sánchez. Ambos se resarcen de sus fracasos y redimen sus complejos. Por eso se han utilizado recíprocamente.
Zapatero ha prestado a Sánchez la reata de tipos mediocres que pastoreó Pepe Blanco —otro secretario de organización del PSOE— que se unió a la banda de los Ábalos, Cerdán, Koldo, Leire… y algunos más. Este PSOE viene de aquel PSOE, allí estaba la semilla de Zapatero y el germen de todas las connivencias con Bildu, con los separatistas catalanes y con los intereses inconfesables de la política exterior de Sánchez. El pacto opaco con Marruecos —uno de los arcanos del régimen sanchista que terminará por conocerse— que resignó las obligaciones de España para con el Sahara Occidental; las turbias relaciones con Nicolás Maduro y su dictadura en Venezuela, inexplicadas, pero ya no inexplicables, y la mayordomía del expresidente con la China de Xi Jinping, indecentemente desembozada por el propio Zapatero en un libro propagandístico (La solución pacífica). El acuerdo entre ambos, con Albares de sherpa, ha sido así: después de un largo tiempo en las catacumbas (entre 2011 y 2018), Sánchez rescata a Zapatero del hondón del olvido y este se apresta, con el amparo del Gobierno 'progresista', a colaborar con el Ejecutivo y, al tiempo, hacer caja.
Zapatero es un buen contador de nubes, pero un pésimo político. Es más banal que Sánchez, y casi igualmente carente de esos 'principios' a los que se ha referido el editorial de The Times, crítico con la deriva del presidente. La operación mediática que ha intentado la Moncloa con el Grupo Prisa ha estado inspirada y mal ejecutada por tipos de la época de Zapatero —hablemos, por ejemplo de José Miguel Contreras, nada que ver con el fallecido Miguel Barroso, bajo cuyo criterio florentino no hubiese naufragado tan toscamente el intento—. Incluso el efectismo megalómano de negarse por escrito, y sin esperar al debate de la semana que viene en la cumbre de la OTAN, a incrementar el gasto de defensa hasta el 5% del PIB en otra torpe cartita de un Sánchez en apuros, nos remite al gesto de Zapatero de mantenerse sentado al paso de la bandera de los Estados Unidos en el desfile del 12 de octubre de 2003.
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Pero es que tampoco se entiende el ‘muro’ de Sánchez sin los precedentes de la relación que estableció Zapatero con el socialismo del PSC de Maragall y el nacionalismo crepuscular de Pujol en el primer quinquenio de este siglo. Su elección como secretario general del PSOE en julio de 2000 fue el resultado de una transacción con el entonces primer secretario del PSC, el origen del desafortunado segundo Estatuto de Autonomía de Cataluña que fue uno de los motivos tractores del proceso separatista que culminó en 2017 y el principio de la estrategia de deslegitimación de la derecha española con el Pacto del Tinell de diciembre de 2003. También fue Zapatero el que inició la rehabilitación de Bildu, el que concedió a Otegi la condición de interlocutor y cerró en falso —sigue esa coalición sin condenar el terrorismo de ETA— las responsabilidades penales y políticas del entorno de la banda terrorista. Ahora, los proetarras lucen como los mejores y más fieles socios de Sánchez.
La genética del régimen de Sánchez se localiza en el zapaterismo. Y mientras su mentor se cobra los derechos de propiedad intelectual del invento, todo aquello que alentó se ovilla como una sociedad de intereses que sostiene a Sánchez en la Moncloa. El socialista está ahí, no ya con socios, sino con buitres que vuelan en círculo sobre la presidencia del Gobierno, al modo carroñero. Todos son sensibles a la sugestión de Zapatero. Y representan estas cifras tras las elecciones generales de julio de 2023: Esquerra Republicana de Cataluña, 7 escaños (466.020 votos, el 1,89%); Junts, 7 escaños (395.428 votos, 1,60%); Bildu, 6 escaños (335.129 votos, 1,36%) y PNV 5 escaños (277.289 votos, 1,12%). Veinticinco diputados a los que respalda el 4,97% del electorado. Mandan en España para que siga en la Moncloa Pedro Sánchez y Zapatero continúe haciendo negocio resarciéndose de su pasado. Buitre él y buitres los demás. Aunque el comedero fue voluntad de Sánchez con un menú a la carta en los pactos desleales de noviembre de 2023. Por eso la suerte de Sánchez es la de Zapatero y la de este es la de aquel.
Pedro Sánchez está en el búnker. Pero ¿dónde se encuentra y qué hace en su tiempo libre, está tranquilo o no lo está, José Luis Rodríguez Zapatero? Se le echa en falta porque ha sido el compañero de fatigas de Santos Cerdán en las idas y las vueltas a Suiza para engrasar las teatrales difíciles relaciones entre la Moncloa y Waterloo. Su vinculación ha sido notoriamente amistosa y cercana. Han viajado juntos. Han comido y cenado mano a mano. Y hasta dónde el navarro no llegaba —a fin de cuentas, da lo que da—, ahí estaba el verbo buenista del expresidente socialista para componer cualquier desaguisado. Sin embargo, en las horas más amargas para Sánchez, en este tiempo penitencial, Zapatero se ha esfumado.