"¿Qué dirá la historia de mí?": esto, señor Sánchez
Sánchez se ha realizado un autodiagnóstico y se ha visto en estado precario. Lo que vemos forma parte de la terapia guerracivilista para diluir su fracaso en todos los órdenes de su gestión
Merz observa a Pedro Sánchez en Moncloa. (Kay Nietfeld)
Faltaba que diese el paso, la vuelta de tuerca. Y lo ha hecho. Sánchez, un hombre sin límites, acosado por sus propias ensoñaciones megalómanas e impugnado por una realidad que detesta, ha banalizado la violencia callejera que obligó a cancelar la Vuelta Ciclista a España. Él y sus ministros y los portavoces del PSOE utilizan indecentemente la tragedia que ocurre en Gaza, consecuencia del pogromo terrorista del 7 de octubre de 2023, porque con la emocionalidad de los desastres humanitarios de esa guerra han encontrado un nuevo guion para refrescar su relato, una estrategia de distracción y una liana para saltar de la nada internacional a las primeras páginas de los medios.
Tampoco importa que este vendaval de hipocresía (lean aquí a Reyes Maté que lo explica con exactitud histórica) sea pasajero, porque un día más en la Moncloa, una hora más en el poder es el gran objetivo: ‘partido a partido’. Sánchez se ha realizado un autodiagnóstico y se ha visto en estado precario.
Lo que vemos forma parte de la terapia para diluir su fracaso en todos los órdenes de su gestión, marcada en estos últimos días por tres intentos fallidos de recuperación: las reuniones de Illa y de Zapatero con Puigdemont y con el canciller alemán Friedrich Merz. Y un nuevo fiasco para el feminismo: el fallo de las pulseras de localización de los maltratadores y una ministra, Ana Redondo, que muestra su total incompetencia y, además, miente.
Màxim Huerta relató que cuando acudió el 18 de junio de 2018 a la presidencia del Gobierno para ser cesado como ministro de Cultura, Sánchez le preguntó "¿qué dirá la historia de mí?" Quizá entonces, hace siete años, no era posible emitir una respuesta. Ahora sí. La historia dirá de Sánchez que fue un guerracivilista que abrió, tras Zapatero, la revancha ‘histórica’ entre españoles. Que, además, resucitó el franquismo remitiendo al fallecimiento del dictador el falso inicio de las libertades en España; que gobernó con los que atentaron contra los más esenciales principios constitucionales, primero con indultos y luego con amnistía; que su entorno familiar y político estaba signado por la sospecha judicial de corrupción; que introdujo en su Gobierno a personas del pleistoceno político, esos que en el Congreso reivindicaron la lucha de clases y que, en fin, revivió el antisemitismo en España.
Cualquier político con un mínimo de sensatez debe tener en cuenta para delimitar su gestión pública y su planteamiento dialéctico dos terribles hitos históricos: España fue en el siglo XX el único país que padeció una guerra civil -cualesquiera otras, no son comparables en Europa- y que la sociedad española fue la última del Continente que albergó hasta 2011, la violencia terrorista de ETA.
Julián Marías, (1914-2005) en su ensayo La guerra civil, ¿cómo pudo ocurrir?, una reflexión contenida en obras anteriores y que la editorial Fórcola publicó separadamente en 2012, enumeró las sinrazones de la confrontación de 1936-1939. El que fuera soldado republicano, discípulo de Ortega y Gasset, filósofo e historiador, afirmó que los españoles no quisieron la guerra, pero no evitaron sus causas, que fueron: 1) dividir al país en dos bandos, 2) identificar al ‘otro’ con el mal, 3) no tenerlo en cuenta ni siquiera como peligro real, como adversario eficaz y 4) eliminarlo, quitarlo de en medio" (página 52).
Marías redactó estas líneas en 1980, sabedor de las fuerzas subterráneas que, desde distintas posiciones, conspiraban contra la democracia. El autor, además, atribuyó aquella desgracia a las ‘vacaciones de la inteligencia y el esfuerzo’ (página 48) y, sobre todo, a la ‘frivolidad’ (página 49), identificando la ‘irresponsabilidad máxima’ que fue ‘la insurrección del Partido Socialista en octubre de 1934, aprovechada por los catalanistas’ (página 51). Se produjo un ‘escisión del cuerpo social’ (página 55), exactamente como ahora.
Quien considere que este planteamiento analítico de lo que ocurre en España es hiperbólico, le reenvío a la tosca y falsa comparación que el director cinematográfico Fernando León de Aranoa se permitió escribir en El País del pasado martes: "Las democracias europeas dan hoy la espalda a Gaza del mismo modo que hace solo 90 años esas mismas democracias dieron la espalda al gobierno legítimo de la República Española cuando la población de Madrid, cercada por las tropas de Franco, era bombardeada a diario por la aviación de los sublevados generosamente apoyada por las potencias fascistas de entonces". O sea, la Gaza de hoy es el Madrid de 1939. No es así, como tampoco Madrid pareció Sarajevo el pasado domingo, en otra infeliz comparación, esta vez de Isabel Díaz Ayuso. Esa es la idea de fondo que promociona Sánchez con su agitprop sobre el conflicto en Oriente Medio. Late el guerracivilismo.
Uno de los ensayos de más éxito en los Estados Unidos, otro país que padeció también una guerra civil se titula Cómo empieza una guerra civil y como evitar que ocurra. Barbara F. Walter, la autora, pasea por distintos escenarios para llegar a la conclusión de que hoy por hoy las libertades están en riesgo por la indiferencia, en lo que se refiere a Estados Unidos, ante la gestión de Trump. Escribe: ‘la diferencia ahora radica en el mecanismo: antes, la autocracia se producía cuando generales militares daban un golpe de Estado. Ahora, en cambio, la propician [el retroceso democrático] los propios votantes’, página 171). Si examinase la España de Sánchez, Walter, la incluiría en el riesgo cierto de recesión democrática y de confrontación civil.
La historia dirá de Sánchez que fue un guerracivilista, un destructor. Y habrá coetáneos y colaboradores suyos que, cuando su tiempo político termine, escribirán algo muy parecido al airado arrepentimiento de Manuel Azaña: "también nosotros hemos tenido a nuestros mentecatos, nuestros esquizofrénicos, nuestros visionarios cursis y nuestros memos" (carta recogida por Juan Francisco Fuentes en su ‘Numancia Errante’, página 68). Sigue resonando la advertencia de Claudio Sánchez Alboroz: ‘Un defecto hispano muy típico: el no saber perder. Ni socialistas ni republicanos, supimos perder y esperar cuando fue necesario. Y por no saber perder y esperar a tiempo lo hemos perdido todo (libro citado, página 26 y 27). Políticos como Sánchez no son inéditos en nuestra reciente historia, por eso sabemos el daño que tipos como él causan a nuestra convivencia.
Faltaba que diese el paso, la vuelta de tuerca. Y lo ha hecho. Sánchez, un hombre sin límites, acosado por sus propias ensoñaciones megalómanas e impugnado por una realidad que detesta, ha banalizado la violencia callejera que obligó a cancelar la Vuelta Ciclista a España. Él y sus ministros y los portavoces del PSOE utilizan indecentemente la tragedia que ocurre en Gaza, consecuencia del pogromo terrorista del 7 de octubre de 2023, porque con la emocionalidad de los desastres humanitarios de esa guerra han encontrado un nuevo guion para refrescar su relato, una estrategia de distracción y una liana para saltar de la nada internacional a las primeras páginas de los medios.